LA FELICIDAD Y LA CONDUCTA HUMANA

Aristóteles parte en su ética de que el fin último, el bien supremo, la meta de todos los humanos es la felicidad. Se dan tres respuestas diferentes:

  1. La vida activa del político: reconocimiento, honores, gloria.
  2. La vida placentera centrada en los bienes del cuerpo.
  3. La vida contemplativa del filósofo.

Aristóteles establece que cada ser es feliz realizando la actividad que le es propia y natural, la que corresponde más adecuadamente a su naturaleza: la actividad intelectual. Por tanto, la forma más perfecta de felicidad para el hombre ha de ser la actividad contemplativa. Sin embargo, este ideal de felicidad es una aspiración prácticamente irrealizable. El ser humano no puede alcanzar plenamente esta felicidad absoluta propia de los dioses, sino que ha de contentarse con una felicidad limitada. La consecución de esta forma humana de felicidad exige la posesión de ciertos bienes corporales y exteriores, y muy especialmente la posesión de las virtudes morales. Aristóteles piensa que la felicidad no es posible sin la virtud. Para él, la virtud es un hábito que se adquiere mediante el ejercicio. No nacemos virtuosos por naturaleza y tampoco basta con la enseñanza. La virtud consiste en una disposición voluntaria de un término medio por medio de la razón. Lo correcto y conveniente consiste siempre en un término medio entre acciones o actitudes extremas. La virtud es también un término medio que es un equilibrio entre dos extremos igualmente viciosos. Por eso, en relación con el bien y la perfección, la virtud se halla en el punto más alto. El término medio no puede establecerse en general, sino de acuerdo con las circunstancias de cada uno. Es la importancia de la prudencia y la sabiduría práctica la que determina dónde se halla el término medio razonable para cada tipo de acción y en cada caso particular. Para Aristóteles, este término en qué consiste la virtud no puede fijarse matemáticamente como una medida aritmética entre dos extremos opuestos, sino que puede ser establecido por el buen juicio de un hombre prudente, de acuerdo con la razón y la experiencia. Así, el término medio es relativo a cada uno de nosotros.



EL BIEN HUMANO: ÉTICA Y POLÍTICA

La ética desemboca en la política, según Aristóteles. Son dos aspectos de un mismo conocimiento práctico que se ocupa del bien humano y que se rige por la prudencia. Esta identificación entre ética y política procede esencialmente del carácter social del ser humano. Aristóteles está convencido de que solamente en el seno de la sociedad le es posible al ser humano alcanzar su bien, una vida digna y feliz. Aristóteles insiste en que la naturaleza humana es esencialmente social. En este sentido, quita del carácter comunitario del bien, en cuanto que los seres humanos solamente pueden lograr su perfección y su bien en convivencia cooperativa con otros seres humanos. Solo el hombre posee lenguaje. Gracias al lenguaje, el hombre puede comunicar con sus semejantes acerca del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y del gusto. Y es la participación en la justicia y el bien común lo que hace un estado. La vida comunitaria tiene lugar en distintos niveles: familia, aldea y estado. El estado es la forma más perfecta de comunidad.



El estado surge con el fin de asegurar la vida de los ciudadanos para que estos puedan vivir. Su función es procurar que puedan vivir. Solo en el estado, el hombre puede alcanzar su perfección y vivir una vida plena. La prioridad del estado se basa en el hecho de que solo él puede bastarse a sí mismo. El individuo y la familia se encuentran en el mismo caso. El estado, que es la forma más perfecta de sociedad, no tiene otro fin que facilitar a los ciudadanos el logro de una vida digna y satisfactoria.



LOS REGÍMENES POLÍTICOS

La finalidad del estado se especifica en las leyes, muy en particular en el régimen político asumido constitucionalmente. La idea desarrollada por los sofistas de que los regímenes, las constituciones, son convencionales tiene un límite. Hay un límite natural, por tanto de carácter moral, que todo régimen político ha de estar orientado a la realización de la justicia y no al beneficio particular injusto de los que ejercen el poder. La teoría aristotélica de las formas políticas es notablemente pragmática. Critica la política idealista utópica. Aristóteles distingue tres clases de regímenes políticos:

  1. Monarquía: gobierno de uno.
  2. Aristocracia: gobierno de los mejores.
  3. Democracia: gobierno del pueblo.

Cualquiera de estas formas puede considerarse correcta cuando el poder se ejerce de forma justa. Por lo demás, las tres formas de gobierno pueden pervertirse cuando el poder no se orienta a la realización de la justicia, sino al provecho del que gobierna. La injusticia lleva a la oligarquía y a la democracia degenerada. Aristóteles denomina simplemente democracia como demagogia.