Filosofía de Agustín de Hipona y René Descartes: Fe, Razón y la Búsqueda de la Certeza
Agustín de Hipona: Filosofía y Fe
Metafísica y Teoría del Conocimiento
La Búsqueda de la Verdad
El pensamiento de Agustín de Hipona, íntimamente unido a su vida, constituye una permanente búsqueda de la verdad, sobre todo acerca de la cuestión que le preocupaba principalmente: la relación del alma con Dios. A su vez, esta investigación de la verdad tiene como fin la felicidad y la salvación.
Razón y Fe
Para Agustín de Hipona, no hay una separación clara entre razón y fe, ni entre filosofía y teología. Sostiene que la verdad y la felicidad son alcanzadas tanto por la razón como por la fe, y ambas colaboran de manera estrecha. Afirma que hay que «creer para comprender», ya que la fe es esencial para entender la verdad, pero también «comprender para creer», pues la razón facilita la fe y su comprensión. Así, la razón depende de la fe para orientarse, y la fe se guía por la razón.
Refutación del Escepticismo
Agustín de Hipona, aunque no desarrolló una teoría del conocimiento sistemática, abordó el tema al buscar la verdad para alcanzar la felicidad. Refutó el escepticismo de la Academia Nueva, del cual fue partidario en su juventud.
En contra de la idea de que no se puede alcanzar certeza, argumentó que tenemos certeza de nuestra existencia y actos mentales, como lo demuestra su famosa frase «si fallor, sum» (“si me equivoco, es que existo”). Además, defendió que tenemos certeza de principios lógicos, verdades matemáticas y morales, refutando así el escepticismo.
Conocimiento Sensible y Racional
Agustín de Hipona distingue tres tipos de conocimiento:
- Conocimiento sensible: que solo genera opiniones.
- Conocimiento racional inferior: que busca lo universal en lo temporal y está vinculado a las ciencias prácticas.
- Conocimiento racional superior (o sabiduría): que se refiere a las verdades eternas contenidas en la inteligencia divina.
Para él, Dios es la Verdad y la causa de todas las verdades.
La Iluminación Divina
Agustín de Hipona rechaza la teoría de la reminiscencia de Platón y afirma que el conocimiento de las Ideas y las verdades eternas proviene de la iluminación divina que Dios concede a la parte más elevada del alma, siempre que esté pura y santa. Este conocimiento depende de la iluminación del Maestro Interior en el alma. Siguiendo la metáfora platónica entre el sol y el Bien, Agustín explica que, así como el sol ilumina los objetos visibles, la idea del Bien ilumina todas las realidades. Para él, la iluminación divina es algo natural, no sobrenatural, y es esencial para que el alma acceda a las verdades inmutables y eternas.
Antropología y Psicología: El Ser Humano
La Naturaleza del Alma
Agustín de Hipona afirma que el ser humano está compuesto por alma y cuerpo, pero destaca que el alma, como sustancia espiritual, tiene mayor dignidad e importancia. El alma da vida y gobierna el cuerpo; es simple, indivisible y capaz de percibir lo incorpóreo, permaneciendo idéntica aunque sus actos varíen. Posee facultades como la inteligencia, la memoria y la voluntad, siendo esta última autónoma respecto del entendimiento. Estas facultades reflejan una imagen de la Trinidad divina.
Origen e Inmortalidad del Alma
Según Agustín de Hipona, el alma es inmortal y no eterna, ya que fue creada por Dios. Su inmortalidad se basa en su capacidad para aprehender la verdad, que es inmutable y eterna. En cuanto a su origen, Agustín duda entre dos teorías:
- El creacionismo: que afirma que Dios crea el alma en cada nuevo nacimiento, pero complica la explicación del pecado original.
- El generacionismo (o traducianismo): donde el alma se transmite de padres a hijos, explicando el pecado original, pero planteando problemas como su inclinación al materialismo y la dificultad de reconciliarlo con la unidad del alma individual.
La Voluntad y la Libertad
Agustín prioriza la voluntad sobre el entendimiento. Aunque la voluntad humana busca la felicidad y tiene libre albedrío, puede apartarse del Bien inmutable hacia bienes cambiantes porque no conoce a Dios perfectamente en esta vida. Para hacer el bien, necesita la gracia divina, pues por sí sola no puede. Con la gracia, la voluntad no hace el mal y es libre para hacer el bien. Esta doctrina, que rechaza el pelagianismo, generó debates teológicos sobre la relación entre libre albedrío, predestinación y gracia.
Ética y Moral
La Felicidad como Fin Último
La ética agustiniana, influenciada por el cristianismo, el platonismo y el estoicismo, considera que la felicidad o beatitud es el fin último de la vida humana. Sin embargo, la felicidad plena es inalcanzable en esta vida debido a la temporalidad y finitud de los seres creados. Al buscar la felicidad en ellos, las personas caen en el deseo desordenado o concupiscencia, lo que conduce a la desolación. Así, el ser humano solo puede alcanzar la beatitud tras la muerte, en la unión amorosa con Dios, quien, al ser eterno e inmutable, satisface plenamente el anhelo de su voluntad y amor. La felicidad no es solo contemplación intelectual de Dios, sino una unión amorosa con Él.
La Corrección Moral y el Orden del Amor
Agustín de Hipona sostiene que las leyes morales son verdades inmutables y eternas, fundamentadas en Dios, quien establece la “ley eterna”. Esta ley se refleja en la ley moral natural, conocida por todos, que consiste en respetar el ordo amoris, el orden correcto de los amores. Una vida buena implica amar adecuadamente lo que debe ser amado, priorizando lo más valioso. Su frase «ama y haz lo que quieras» resume la idea de que la acción moral correcta se basa en un amor que sigue el orden de los bienes, con Dios como el bien supremo. El mal moral surge cuando la voluntad ama desordenadamente. Así, la vida moral está relacionada con la voluntad, que sigue un orden racional, y el conocimiento de la verdad también requiere una voluntad que ame adecuadamente.
René Descartes: Razón y Certeza
Teoría del Conocimiento: El Método Cartesiano
Intuición y Deducción
Descartes creía que todo conocimiento debía seguir el método matemático para distinguir lo verdadero de lo falso, basándose en la intuición de ideas claras y evidentes y en un proceso deductivo para obtener nuevas conclusiones a partir de principios seguros. Identificó dos modos de conocimiento:
- Intuición: que es la captación directa e inmediata de ideas evidentes por la mente.
- Deducción: que es el proceso lógico mediante el cual se descubren relaciones necesarias entre ideas evidentes.
Las Reglas del Método
En el Discurso del método y en las Reglas para la dirección del espíritu, propuso cuatro reglas para asegurar la verdad:
- Evidencia: Aceptar solo como verdadero aquello que se presente a la mente de forma tan clara y distinta que no quede ninguna duda.
- Análisis: Descomponer los problemas complejos en sus partes más simples para entenderlos mejor.
- Síntesis: Reconstruir el problema conduciendo ordenadamente los pensamientos, empezando por los objetos más simples y fáciles de conocer, para ascender gradualmente hasta el conocimiento de los más complejos.
- Enumeración: Realizar revisiones y recuentos tan completos que se esté seguro de no haber omitido nada importante.
La base del conocimiento cierto es la evidencia de ideas claras y distintas.
La Búsqueda del Criterio de Certeza: La Duda Metódica
La búsqueda de certeza en Descartes se centra en la duda metódica, que consiste en dudar sistemáticamente de todo aquello que pueda ser dudado para encontrar una certeza absolutamente indiscutible. En su primera meditación, Descartes examina varios motivos de duda:
- Duda sobre los sentidos: Los sentidos a veces nos engañan, por lo que no podemos fiarnos completamente del conocimiento que proviene de ellos.
- Duda sobre la distinción entre sueño y vigilia: Los sueños pueden parecer tan reales como la experiencia de la vigilia, lo que lleva a dudar de la realidad del mundo externo y de nuestros conocimientos sensibles e intelectuales.
- Duda sobre las verdades matemáticas: Incluso las verdades aparentemente más seguras, como las matemáticas (ej. 2+2=4), podrían ser erróneas si existiera un Dios engañador o un poder superior que nos hiciera equivocarnos.
- Hipótesis del Genio Maligno: Postula la existencia de un ser sumamente poderoso y astuto dedicado a engañarnos constantemente. Esto genera una incertidumbre radical sobre todo conocimiento, incluso el que no proviene de la experiencia.
Así, Descartes concluye que debemos dudar de todo conocimiento, tanto sensorial como intelectual, debido a la imposibilidad inicial de eliminar la incertidumbre.
La Evidencia del “Cogito”: El Criterio de Certeza
Aunque la duda cartesiana abarca todo, Descartes llega a una conclusión indudable: la proposición «cogito, ergo sum» (“pienso, luego existo”) es necesariamente verdadera mientras la esté pensando. Esta es la primera verdad clara y distinta, que resiste cualquier duda, incluso la hipótesis del genio maligno. Así, el “yo pensante” (el sujeto que duda, entiende, afirma, niega, quiere, imagina y siente) se convierte en la primera certeza fundamental. El ser humano es concebido primariamente como una sustancia cuya esencia es pensar (res cogitans), separada conceptualmente del cuerpo.
Tipos de Ideas
Para Descartes, el conocimiento se basa en las ideas, que son los contenidos de la mente y la única realidad de la que tenemos certeza inmediata. Esto marca un punto de inflexión hacia el idealismo moderno, en contraste con el realismo clásico (Aristóteles, Tomás de Aquino). Las ideas son actos mentales (sentir, querer, imaginar, entender) que representan objetos. Descartes distingue tres tipos de ideas:
- Ideas adventicias: Aquellas que parecen provenir de la experiencia externa (del mundo sensible), pero son consideradas confusas e inciertas inicialmente.
- Ideas facticias (o ficticias): Aquellas formadas o construidas por la imaginación a partir de otras ideas (ej. un centauro).
- Ideas innatas: Aquellas que no provienen de los sentidos ni son construidas por nosotros, sino que parecen ser connaturales al propio entendimiento. Son claras y distintas, y constituyen la base de la certeza (ej. la idea de pensamiento, existencia, infinito/Dios). La idea «pienso, luego existo» se fundamenta en estas.
Metafísica: Las Tres Sustancias
El Problema de la Realidad
Descartes, partiendo de la certeza del cogito, necesita fundamentar la existencia de una realidad exterior al pensamiento. Su problema es cómo, teniendo certeza solo del pensamiento y de su propia existencia como sustancia pensante, puede estar seguro de la existencia del mundo exterior y de su propio cuerpo. Para resolverlo, define la sustancia como aquello que existe de tal manera que no necesita de ninguna otra cosa para existir. Esta definición se aplica en sentido estricto únicamente a Dios (Sustancia Infinita). Sin embargo, de forma derivada o analógica, se aplica también al pensamiento (sustancia pensante finita) y al mundo corpóreo (sustancia extensa finita), ya que ambas dependen únicamente de la creación y conservación de Dios para existir.
El Yo o Res Cogitans (Sustancia Pensante)
Es la primera realidad descubierta a través de la duda metódica. Se identifica con el alma o la mente, cuya esencia o atributo principal es el pensamiento. Sus modos (formas concretas de manifestarse) son las diversas actividades mentales: dudar, entender, afirmar, negar, querer, imaginar, sentir (entendidos como actos de conciencia). A partir de la certeza de la res cogitans, Descartes deduce la existencia de Dios, quien a su vez garantizará la existencia del mundo externo. Es crucial trascender la evidencia del “yo pensante” para evitar caer en el solipsismo (la creencia de que solo existe la propia mente).
Dios o Res Infinita (Sustancia Infinita)
Descartes sostiene que la existencia de Dios, como ser infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y perfecto, es fundamental para garantizar la verdad del conocimiento sobre el mundo externo y la fiabilidad de nuestras facultades cognitivas cuando usamos correctamente la razón (ideas claras y distintas). Presenta varios argumentos para probar su existencia:
- Argumento causal basado en la idea de infinito: La idea de un ser infinito y perfecto que encontramos en nuestra mente (que es finita e imperfecta) requiere una causa proporcionada, es decir, un ser realmente infinito y perfecto que la haya puesto en nosotros.
- Argumento ontológico (similar al de San Anselmo): La idea misma de un ser sumamente perfecto implica necesariamente su existencia, ya que la existencia es una perfección. Negar la existencia de Dios sería contradictorio con su propia definición.
Así, Dios se convierte en el garante de que nuestras ideas claras y distintas sobre la realidad externa corresponden efectivamente a algo real, ya que un Dios perfecto no puede ser engañador.
El Mundo o Res Extensa (Sustancia Extensa)
Basándose en la existencia y veracidad de Dios, Descartes afirma que el mundo exterior (la realidad material) existe. Su esencia o atributo principal es la extensión (longitud, anchura y profundidad), es decir, la propiedad de ocupar espacio. Las cualidades primarias (figura, tamaño, movimiento) son objetivas y matematizables, mientras que las cualidades secundarias (color, olor, sonido) son subjetivas y dependen de la interacción con nuestros sentidos. El mundo material es concebido como una sustancia finita que depende de Dios para su existencia. La idea clara y distinta de “extensión” le permite concebir los cuerpos geométricamente y asegura su existencia como realidades objetivas, ya que Dios, siendo perfecto y veraz, no permitiría que nos engañásemos sistemáticamente al percibirlas como existentes.
Interconexión de las Sustancias
Descartes establece la existencia de una realidad metafísica compuesta por tres órdenes de sustancias: la sustancia pensante (res cogitans, el yo o alma), la sustancia extensa (res extensa, el mundo material o cuerpo) y la sustancia divina (res infinita, Dios). Las dos primeras (pensamiento y extensión) son sustancias finitas y dependen de la sustancia infinita (Dios) para existir y mantenerse en la existencia. Un problema derivado de este dualismo radical (mente-cuerpo) es explicar cómo interactúan estas dos sustancias distintas en el ser humano. Descartes intentó resolverlo postulando la glándula pineal como punto de conexión, aunque esta explicación fue considerada insatisfactoria. La figura de Dios es crucial en su sistema, no solo como creador, sino también como garante de la correspondencia entre pensamiento y realidad, un recurso que también explorarán otros filósofos racionalistas como Malebranche, Leibniz y Spinoza para abordar los problemas fundamentales de sus respectivos sistemas metafísicos.