Creación del Estado franquista

El franquismo fue el régimen político instaurado por el general Franco a lo largo de la Guerra Civil, y consolidado y desarrollado  en los años posteriores a su victoria. El sistema político, vigente hasta 1.975, fue una dictadura personal, en la que todo el poder se concentraba en su persona con paralelismos con los regímenes fascistas de Italia y Alemania.

Rasgo fundamental del régimen fue el profundo antiliberalismo. Las formas externas, el lenguaje utilizado y la simbología del franquismo procedían principalmente de la Falange Española Tradicionalista y de las JONS. Otro de los elementos del régimen fue la visión nacional-católica: era un fundamentalismo religioso según el cual Franco se consideraba a sí mismo hombre providencial, elegido por Dios para la salvación de España. El franquismo fue, además, un régimen militarista en el que siempre estuvo presente el recuerdo de la Guerra Civil y la victoria.

El Estado fue centralista, desapareciendo toda la legislación republicana que reconociera la autonomía de  regiones o comunidades autónomas. Por otra parte, tuvo un fuerte carácter nacionalista, en el que la retórica oficial se llenaba de alusiones al pasado glorioso de España.

En esencia, fue un régimen totalitario, en el que Estado intervenía en todos los aspectos de la vida social. Como en todo régimen totalitario, se producía una identificación entre la nación, el partido único y el jefe político, el caudillo. Era, finalmente, un régimen populista, que convocaba y utilizaba a las masas en momentos difíciles, sobre todo ante la opinión internacional.

El franquismo duró casi cuarenta años gracias a un conjunto de apoyos sociales: la oligarquía financiera y terrateniente, y las clases medias urbanas y del pequeño campesinado de las regiones del interior. En cuanto a las instituciones, la Falange, la Iglesia y el Ejército fueron los tres pilares.

 La Iglesia cumplió durante mucho tiempo el papel legitimador, obteniendo a cambio privilegios en la vida social, la enseñanza y la moral pública. El régimen protegió la religión católica, se autocalificaba como “nacional-católico” y Franco era “caudillo de España por la gracia de Dios.

Hasta 1.945 la política interior fue una prolongación de la guerra. Así, en 1.941 Franco envió un cuerpo expedicionario, la División Azul, a luchar contra el comunismo soviético, bajo la dirección alemana, a pesar de su declaración de no beligerancia.

En 1.945 Franco promulgó el Fuero de los Españoles, algo parecido a una carta otorgada, que recogía algunos derechos y deberes. En 1.947 se aprobó la Ley de Sucesión que contemplaba a España como un reino, abriendo la puerta a una posible restauración monárquica.

El desarrollo del turismo fue el fenómeno social y económico más sorprendente y de repercusiones más favorables de los años 50. El fin del aislamiento político del régimen, el flujo de turistas y divisas, así como el acercamiento progresivo a los países occidentales mejoraron la situación general y el régimen comprendió la necesidad de introducir cambios; para ello, eligió a ministros formados en Economía y Derecho, algunos pertenecientes al Opus Dei.

El gobierno formado en febrero de 1.957 representó la liquidación de los ideales de la Falange y el nacimiento de un grupo político, los tecnócratas, modernos en lo económico y conservadores en lo político, cuya gestión inauguró una era de desarrollo en la historia del franquismo, y cuyo punto de partida sería el Plan de Estabilización de 1.959.

consolidación del régimen.transformaciones económicas

Durante los años 60 el régimen se consolidó tanto en el interior como en el plano internacional aunque no hubo, desde el régimen, ninguna apertura o democratización política, pese a los cambios sociales y la mejora en la situación económica.

Los primeros cambios políticos se derivaron del ascenso al papado de Juan XXIII en 1958 que  renovó la Iglesia en el Concilio Vaticano II, alejando a una parte importante de la Iglesia  del régimen; en segundo lugar, resurgieron las tensiones nacionalistas en Cataluña y el País Vasco y apareció el terrorismo de ETA; además, aumentaron los conflictos laborales con huelgas que pasaron de plantear reivindicaciones laborales a la exigencia de libertades sindicales y políticas.

En 1962, tras solicitar España la adhesión a la CEE, un grupo de la derecha liberal se reunió en Munich y pidió que no se admitiera a España hasta que no hubiera libertades políticas lo que provocó un enorme escándalo en la prensa del régimen (“Contubernio de Munich”). Continuó la represión política y buen ejemplo de ello sería la ejecución en 1963 de Julian Grimau, líder comunista en la clandestinidad.

El régimen introdujo pequeños cambios legislativos, como la, en teoría, “aperturista” Ley de Prensa de 1966, aunque continuó la censura, y en 1969 D. Juan Carlos de Borbón fue nombrado sucesor “a título de Rey”.

La creciente oposición se manifestaba en fábricas, donde renace el sindicalismo, clandestino, con CCOO, y en las universidades; la represión se recrudecía por parte de la Brigada Político-Social  y  por parte de un tribunal especial, el Tribunal de Orden Público. En 1968 se produjo el primer atentado de ETA y la represión indiscriminada y la aplicación de la jurisdicción militar en esos  casos  aumentó el apoyo social a la banda, como sucedió en 1970 durante la celebración del Juicio de Burgos, donde nueve etarras fueron condenados a muerte, lo que originó grandes protestas internacionales y en España.

  En otro orden de cosas, la economía  evolucionó a partir del Plan de Estabilización de 1959,  diseñado por los nuevos ministros económicos, los llamados tecnócratas,  que seguían las indicaciones del Banco Mundial y el FMI. El objetivo principal del plan era liberalizar la economía, mediante el recorte del gasto público,  la disminución del intervencionismo del estado y la apertura al exterior, liberalizando las inversiones extranjeras, entre otras medidas. Tras reducir el déficit y acumular inversiones, España conoció un altísimo crecimiento   económico, basado en un rápido desarrollo industrial y del sector servicios, los bajos salarios y una masiva inversión extranjera, además de multiplicar las exportaciones. Un fenómeno paralelo fue la intensa emigración de mano de obra campesina a las ciudades y a Europa, lo que provocó la desertización demográfica del interior y la modernización agrícola. Por añadidura, la balanza de pagos pasó a tener superávit, por la espectacular expansión del turismo, las inversiones extranjeras ya nombradas y las remesas enviadas por los emigrantes en Europa. De forma resumida, la absorción del excedente de mano de obra por parte de Europa, las remesas que esos emigrantes enviaban, las inversiones de empresas extranjeras y las divisas de los turistas fueron factores determinantes en el desarrollo económico de los años 60.

      Desde 1963 se diseñaron y pusieron en práctica los llamados Planes de Desarrollo, para         incentivar la instalación de industrias en zonas deprimidas mediante incentivos fiscales y ayudas estatales , con un resultado por debajo de lo previsto, pero que contribuyeron al desarrollo de nuevas áreas de la geografía española

Hasta 1.973 hubo una gran expansión de la economía, posible por el marco general de expansión europea y mundial, pero cuando la llamada “crisis del petróleo” golpeó a la economía mundial se produjo un parón inmediato del desarrollo español.

  El desarrollo transformó los hábitos y la mentalidad de los españoles Los principales cambios sociales de los años sesenta consistieron en el crecimiento demográfico; la masiva emigración rural desde Andalucía, Extremadura, las dos Castillas, Aragón y Galicia hacia Madrid, País Vasco, Cataluña y Valencia y a Europa (más de 1.000.000 de españoles se desplazaron a Francia, Alemania, Suiza, etc.), lo que supuso una válvula de escape para el régimen al reducir notablemente el paro; la agudización de los desequilibrios en el reparto de la riqueza (personal y  regional); la situación de precariedad en las dotaciones en educación, sanidad y vivienda en muchas ciudades que crecieron caóticamente, pues al escaso número de escuelas e institutos para una creciente población joven se añadía una deficiente sanidad aunque se construyeron barrios nuevos, hospitales y aumentaron las prestaciones sanitarias y las pensiones. La falta de equipamientos sociales será una de las señas de esta etapa.

      Por otra parte, surgió una incipiente sociedad de consumo, con la difusión de la televisión, los electrodomésticos y los automóviles (“Seat 600”)  y se produjo la paulatina incorporación de la mujer al trabajo fuera de casa, lo que implicó un gran cambio en las mentalidades, más abiertas, pese a la estricta censura. Esta nueva mentalidad chocaba, especialmente entre los más jóvenes, con el tradicionalismo del régimen, y se manifestaría en la progresiva pérdida de influencia de la Iglesia, en nuevos hábitos de relación social y sexual y en nuevas modas y hábitos que llegaban a través del turismo y los medios de comunicación.

      Otro hecho significativo fue el crecimiento de las clases medias, ahora integradas por profesionales liberales, funcionarios y asalariados especializados. Esta clase media supuso el elemento más dinámico de la nueva sociedad.

    En definitiva, en los años finales de la dictadura la economía y la sociedad iban muy por delante en cuanto a cambios con respecto a la vida política, mucho más anclada en el pasado, a contracorriente de la tendencia mayoritaria de nuestro entorno. España era una sociedad urbana, más abierta, libre y plural.