Plató i Descartes entorn de l’ànima humana.

Al comparar les teories de l’ànima d’aquests dos filòsofs, ens adonem que presenten tant semblances com diferències. En aquest breu comentari, tindrem present sobretot els textos treballats de la República i del Discurs del mètode.

El mite de l’auriga del diàleg Fedre ens presenta la teoria tripartida de l’ànima: la part racional, la irascible i l’apetitiva. De les virtuts corresponents -saviesa pràctica, valor i moderació-, Plató defensa una clara diferenciació de la que anomena “virtut del coneixement” respecte a les altres dues: escriu que mentre aquestes s’assemblen a les virtuts del cos, doncs tant es poden adquirir si no es tenen com perdre-les, la primera hi és de manera innata en “les millors naturaleses”, aquelles que els fundadors han de sotmetre a una estricta educació perquè esdevinguen governadors a l’estat ideal. Com podem apreciar, hi ha una clara correspondència entre la divisió de l’ànima i la justificació de l’estratificació social en classes, basada, com veiem, en una teoria de la naturalesa o de l’ànima humana. En aquest sentit, no podem oblidar que en el món clàssic les diferències de naturalesa justificaven l’esclavisme.

En Descartes, en canvi, l’ànima humana, en la 4a part del Discurs del mètode, és identificada amb la raó o el bon sentit. Aquest atribut, el pensament, diu que “hi és naturalment igual en tots els homes”, de manera que podem apreciar una certa democratització de la raó, segurament sota l’influx de la doctrina cristiana.

A pesar d’aquesta diferència, Descartes utilitza un argument idèntic al de Plató quan parla de les qualitats derivades del pensament: si bé alguns homes voldrien posseir algunes qualitats que es donen en diferent grau en els éssers humans, quant a la raó tothom no desitja posseir més de la que ja té. Com veiem, l’argument basat en la diferència entre allò que és innat i no admet graus, i allò que admet més i menys, hi és en ambdós filòsofs.

-La claridad y distinción son rasgos que pertenecen a la primera regla del método, la evidencia. Son criterios de la verdad los cuales permiten a Descartes afirmar el cogito.

Distinción y claridad no se confunden, pero mantienen entre sí una estrecha relación: una idea distinta es una idea separada de todas las demás y definida en sí misma en relación con las demás; la distinción se obtiene llevando la claridad hasta el límite máximo, eliminando todo lo que contiene de oscuro. Una idea está clara en la medida en que está presente de forma inmediata en el entendimiento, sin embargo esa idea clara puede existir junto a otras oscuras de manera que aunque es clara no resulta distinta pues está mezclada con otras extrañas. Una idea distinta es siempre clara pero una idea clara no siempre es distinta. Descartes establece comparaciones con objetos para dar a entender que la percepción de un objeto presente es clara, mientras que el recuerdo de un objeto ya no lo es, y la ilusión o falso recuerdo todavía menos. Lo opuesto a lo claro es lo confuso.

Una de las escuelas más influyentes al terminar el Renacimiento es el escepticismo. Estos estaban convencidos de la imposibilidad de alcanzar un conocimiento seguro puesto que los sentidos nos engañan y, además, la razón es débil y está imposibilitada para ello. Descartes, en respuesta a los escépticos, nos dice que la verdad y la certeza absoluta son alcanzables porque la razón humana es suficientemente poderosa para obtenerla. Y alcanzar esa verdad es el objetivo de la filosofía.

Situamos la filosofía de Descartes en pleno cuestionamiento sobre el conocimiento, donde dos escuelas, racionalismo y empirismo, se enfrentarán a la misma problemática, resolviéndola y enfocándola de modo diferente. El racionalismo, cuyo máximo representante es Descartes, concede la primacía a la razón para alcanzar la verdad, teniendo como principio básico que nuestros conocimientos verdaderos de la realidad tiene su origen y fundamento en la razón. Mientras que los empiristas, defienden que nuestro conocimiento procede de los sentidos, de la experiencia de los sensible.

De esta manera, Descartes decide construir un sistema de conocimiento en el que nada sea aceptado como verdadero si no es evidente por sí mismo y, por tanto, totalmente indudable. Así pues, Descartes elabora un método con el objetivo de oponerse al escepticismo de la época y de usarlo para la filosofía, a la cual considera la ciencia primera, y así podrá ser empleado en el resto que provienen de ella.

Por tanto, el método cartesiano es de inspiración matemática debido a que Descartes solamente se sentía satisfecho con esta ciencia. Además, está basado principalmente en la intuición y en la deducción. A partir de las cuales, la inteligencia descubre conexiones entre ellas mediante la deducción. Como partimos de intuiciones simples y verdaderas, las conclusiones de esa cadena deductiva también serán veraces. Los pasos del método son la búsqueda de evidencias, el análisis, la síntesis y la enumeración. Los dos primeros se corresponden a la intuición y los dos últimos a la deducción.

A partir de la aplicación del primer precepto del método, el cual se basa fundamentalmente en no admitir como verdadero aquello que no presenta evidencia alguna de serlo, Descartes comienza a buscar la primera verdad evidente que se le aparezca de manera clara y distinta, a partir de la cual construir el edificio del conocimiento. Esto lo lleva a la duda metódica. Tres son los motivos de duda que señala Descartes y que gradualmente aumentan su radicalidad. Primero, pone en duda la fiabilidad de los sentidos ya que en alguna ocasión han podido engañarnos.

A continuación, con la hipótesis del sueño pone en duda la existencia del mundo, quedando aún a salvo la razón. Por último, la duda hiperbólica del genio maligno, donde pone en duda la verdad de nuestros contenidos mentales. Tras todo este proceso, la evidencia que resista la duda se convertirá en el criterio de verdad para Descartes.

Descartes está convencido de que todo lo que piensa puede ser falso, de que nada existe, incluso de que mis razonamientos lógicos o las verdades matemáticas son errores de mi razón, engañada por un genio maligno. Pero de lo que no cabe duda es de que él duda y, por tanto, piensa. Mi existencia, como sujeto pensante, está más allá de cualquier posibilidad de duda, y esta proposición, absolutamente verdadera, es la primera verdad evidente que aparece de manera clara y distinta a mi mente y, de la cual puede reconstruirse el edificio del conocimiento.

Para llevar a cabo esta reconstrucción del edificio del conocimiento, Descartes va a centrarse en el pensamiento. De hecho, es de lo único que puede partir, puesto que es lo que ha resistido a la duda metódica. Pensar, para el filósofo francés, es tener ideas y, por tanto, su siguiente paso va a ser analizar los tipos de ideas que tenemos los humanos.

El objetivo, ahora, será encontrar, entre las ideas, si hay alguna que, además de tener existencia subjetiva, como contenido mental, esto es, existen en su mente, se pueda demostrar una existencia objetiva, es decir, existencia extramental. La consecuencia de encontrar una idea subjetiva, con existencia extramental, sería poder seguir con su objetivo epistemológico, de lo contrario, tendría que quedarse en el solipsismo, como hemos dicho anteriormente.

En primer lugar, Descartes distingue entre ideas en tanto que contenido mental e ideas en tanto que representan algo. En tanto que contenido mental, todas las ideas son iguales; en tanto que representan cosas, podemos distinguir tres tipos de ideas.

Las ideas adventicias son ideas extrañas que no provienen del propio pensamiento, sino que parecen provenir del exterior ya que no sabemos seguro si existe el mundo todavía, siendo causadas por la percepción sensible.

Desechadas las ideas adventicias pasa a analizar el siguiente tipo de ideas. Las ideas facticias son ideas que la mente construye a partir de otras. Podemos hablar de ideas creadas por la imaginación, pero estas ideas, aunque son creadas por la imaginación, tampoco sirven a Descartes, pues conocemos su existencia por los sentidos y, estos, como hemos dicho antes, no han superado la regla de la evidencia.

Pero le queda una “última oportunidad”, el tercer tipo de idea, las ideas innatas. Son ideas que posee, por sí mismo, el pensamiento, es decir, ideas que están conmigo desde el mismo momento en que tengo uso de razón. Estas ideas, según Descartes, son connaturales a la razón, es decir, la razón tiene una predisposición natural a formarlas.

La existencia de ideas innatas, tesis fundamental de casi cualquier racionalismo, permitirá a Descartes salir de la existencia del sujeto pensante para demostrar la realidad extramental.

Y es que, según Descartes, hay dos ideas innatas, las de perfección e infinito, que identifica inmediatamente con la idea de Dios. En efecto, estas ideas no pueden ser adventicias, puesto que no percibimos nada que parezca provenir del exterior y que sea perfecto o infinito (no podemos tener experiencia sensible de la infinitud). De la misma manera, las ideas de perfección e infinito no pueden ser facticias puesto que la idea, para Descartes, tiene que ser proporcional a su causa, es decir, yo, que soy un ser finito e imperfecto, no puedo ser la causa de estas ideas que son superiores a mí. El único ser que conocemos, y al que atribuimos la perfección e infinitud, es Dios y, por tanto, Él debe ser la causa de que yo tenga esas ideas en mi mente.

Con esto, llegamos a la conclusión de que Dios ha puesto las ideas de perfección y de infinito en mí, ya que una idea es proporcional a su causa y de la nada, nada viene. Él es el único capaz de haber puesto esas ideas en mí. De modo que, Descartes, a partir del sujeto pensante, tratará de argumentar la existencia de Dios para evidenciar que existe el mundo.