El Problema del Conocimiento en Kant

Kant fue uno de los grandes pensadores de la Ilustración. Definió esta etapa como la “salida del ser humano de su minoría de edad culpable”, es decir, como el momento en que la persona empieza a pensar por sí misma, usando su razón de forma autónoma. Según él, todos tenemos el deber de usar nuestra razón sin depender de otros. Esta razón puede aplicarse tanto al conocimiento (razón teórica) como a la acción (razón práctica), pero nos centraremos en su teoría del conocimiento.

Kant observó que los seres humanos han intentado conocer realidades que van más allá de la experiencia, como el alma, Dios o el mundo como un todo. Esto es lo que hace la metafísica, pero Kant se preguntó si realmente es posible conocer esas cosas solo usando la razón. En su obra Crítica de la razón pura, intenta responder a la pregunta: “¿Qué puedo conocer?”, y analiza los límites del conocimiento racional.

Kant buscó una posición intermedia entre el racionalismo (que cree que podemos conocer con la razón) y el empirismo (que afirma que todo conocimiento viene de la experiencia). Para analizar cómo conocemos, Kant clasifica los juicios de dos formas:

Según su contenido:

  • Juicios analíticos: no añaden información nueva, solo aclaran lo que ya está en el sujeto.
  • Juicios sintéticos: aportan información nueva.

Según su origen:

  • A priori: no dependen de la experiencia, su validez es independiente.
  • A posteriori: sí dependen de la experiencia.

Kant se interesó especialmente por los juicios sintéticos a priori, que son aquellos que nos dan conocimientos nuevos, pero que al mismo tiempo son universales y necesarios, como ocurre en las matemáticas o en algunas leyes de la ciencia.

Para explicar cómo son posibles estos juicios, Kant propone un cambio radical en la forma de entender el conocimiento: en vez de pensar que el conocimiento depende de cómo son los objetos, propone que depende de cómo el sujeto los percibe. A esto lo llamó giro copernicano. Así nace su teoría del idealismo trascendental, que estudia las condiciones internas (en el sujeto) que hacen posible el conocimiento.

Según Kant, para conocer algo se necesitan dos facultades:

  • La sensibilidad: que es la capacidad de recibir datos del exterior a través de los sentidos. Estos datos siempre están organizados en espacio y tiempo, que son estructuras a priori, es decir, que nuestra mente ya tiene antes de cualquier experiencia.
  • El entendimiento: que organiza esos datos aplicando categorías o conceptos puros como “causa”, “sustancia”, etc.

Ambas facultades son necesarias para que exista conocimiento. Si solo hay sensibilidad, tenemos datos sin orden; si solo hay entendimiento, tenemos ideas sin contenido. Por eso, para Kant, el conocimiento solo es posible cuando se combinan ambas cosas.

Gracias a estas estructuras que están en nuestra mente, podemos hacer juicios sintéticos a priori, como los de las matemáticas o la física. Estos nos permiten conocer cosas nuevas sin haberlas experimentado antes, pero solo si se trata de los fenómenos, es decir, de cómo se nos presentan las cosas.

Kant concluye que sí hay conocimiento a priori, pero está limitado a los fenómenos. No podemos conocer los noúmenos, o cosas en sí mismas, como el alma, Dios o el mundo en su totalidad. Esto lo desarrolla en la parte de su obra llamada Dialéctica trascendental. Según Kant, estas ideas no son objetos de conocimiento, pero sí pueden tener un uso práctico. Aunque no podamos saber si existen realmente, nos ayudan como ideas regulativas, es decir, como guías que orientan nuestras investigaciones. Por ejemplo, pensar en el universo como un todo ayuda a dar sentido a la ciencia, aunque no podamos conocer el universo completo como objeto.

En resumen, Kant dice que podemos conocer solo aquello que pasa por nuestras estructuras mentales, los fenómenos. Las cosas en sí mismas (noúmenos) no pueden conocerse, solo pensarse. Pero estas ideas, aunque no podamos demostrar que sean verdaderas, siguen siendo útiles para avanzar en el conocimiento.

La Filosofía Política de Kant

Kant, filósofo del siglo XVIII, fue un defensor de la Ilustración y desarrolló una filosofía crítica que reformula las ideas de los empiristas (que creen que el conocimiento viene de la experiencia) y los racionalistas (que creen que la razón es la fuente principal del conocimiento). En el campo de la ética, Kant sostiene que lo que hace que una acción sea moral no son sus consecuencias, sino las intenciones con las que se hace. Estas intenciones deben seguir el imperativo categórico, es decir, una norma que pueda valer para todos en cualquier situación.

Pero como las intenciones no se pueden ver ni medir, el Estado no puede juzgarlas. Solo puede valorar los actos externos, lo que una persona hace, no por qué lo hace. Por eso, el derecho tiene que basarse en lo que se puede observar empíricamente.

Para Kant, la libertad solo puede limitarse si es para garantizar que todos tengan el mismo grado de libertad. Así, su principio universal del derecho dice que una acción es justa si puede convivir con la libertad de todos los demás, siguiendo una ley válida para todos. En otras palabras, una acción es justa si los demás también podrían hacer lo mismo en las mismas condiciones. Este principio permite construir un sistema legal basado en relaciones justas entre personas libres e iguales.

Sin embargo, este sistema legal no surge de forma natural. Kant habla de una “insociable sociabilidad”: los seres humanos quieren vivir en sociedad, pero también tienden a imponerse sobre los demás. Esta tensión genera conflictos, pero al mismo tiempo impulsa el progreso, ya que obliga a establecer leyes para que las personas puedan convivir.

Kant propone que el derecho debe evaluarse con un criterio negativo, es decir, preguntarse si una norma limita la libertad injustamente. No da leyes concretas, pero afirma que para salir del estado de naturaleza (una situación sin leyes ni autoridad), es necesario crear un Estado a través de un contrato original. Este contrato da lugar a un Estado civil, con una constitución republicana, donde hay separación de poderes y las leyes se aprueban con el consentimiento de los ciudadanos.

Este sistema debe permitir que todas las personas puedan opinar y decidir las leyes, buscando siempre cuáles garantizan la mayor libertad para todos. No es necesario que los ciudadanos sean moralmente buenos para que el sistema funcione. Incluso un pueblo de seres egoístas o malvados podría vivir con justicia si las leyes están bien diseñadas y los intereses de unos frenan los abusos de los otros. Así, la política y el derecho no dependen de que todos sigan el imperativo categórico, sino de que haya estructuras que limiten el poder y garanticen la convivencia.

Kant cree que la política no debe centrarse en imponer una idea de felicidad o bienestar común, porque cada persona tiene su propia idea de lo que es bueno. Por eso, el derecho debe enfocarse en lo justo, no en el bien común. El Estado no debe actuar como un padre que decide qué es lo mejor para sus ciudadanos (eso sería un paternalismo), sino permitir que cada persona busque su propia felicidad, siempre que no limite la libertad de los demás. De lo contrario, se estaría tratando a los ciudadanos como si fueran menores de edad, lo cual contradice los ideales de la Ilustración y la autonomía individual.

Por último, Kant también reflexiona sobre las relaciones entre Estados. En su época no existía un Estado mundial, y los Estados independientes se relacionaban sin una autoridad común, lo que llevaba frecuentemente a la guerra. En su obra La paz perpetua, Kant propone una confederación de naciones, un acuerdo entre Estados que establezca normas jurídicas comunes. Esta unión no busca crear un único Estado mundial, ya que eso podría llevar a una tiranía universal. En su lugar, Kant defiende una federación que respete la independencia de cada país, pero que asegure la paz y permita la libre circulación de personas, de modo que cualquier ciudadano pueda cambiar de país si lo desea.

La Cuestión de Dios en Kant

Kant, pensador del siglo XVIII, fue un defensor de la Ilustración y desarrolló una filosofía crítica que reorganiza las ideas de los racionalistas (que confiaban en la razón) y los empiristas (que daban prioridad a la experiencia). En su reflexión sobre Dios, Kant distingue entre dos usos de la razón: el teórico, que busca conocer el mundo, y el práctico, que guía nuestra conducta. Esta diferencia es clave para entender su posición sobre la existencia de Dios.

En la Crítica de la razón pura, Kant analiza las limitaciones del conocimiento humano. Allí sostiene que no podemos conocer a Dios desde la razón teórica, ya que esta se basa en la experiencia sensible, y no tenemos experiencia directa de Dios. Así, Kant rechaza las pruebas clásicas que intentaban demostrar racionalmente su existencia (como la ontológica, cosmológica y teleológica). Según él, Dios, junto con el alma y el mundo como totalidad, son ideas trascendentales: conceptos que la razón formula, pero que van más allá de lo que podemos experimentar. Por tanto, no podemos afirmar ni negar su existencia desde el conocimiento teórico.

Sin embargo, Kant no descarta por completo la idea de Dios. Dice que tiene una función regulativa: aunque no sea un conocimiento empírico, sirve para orientar la razón en su búsqueda de explicaciones completas, es decir, en su deseo de llegar a lo absoluto o incondicionado.

En cambio, en su Crítica de la razón práctica, Kant sí introduce a Dios como una necesidad moral. Su ética, basada en el imperativo categórico (la idea de que debemos actuar como si nuestras acciones pudieran convertirse en ley universal), exige que la virtud tenga un valor real. Pero los seres humanos no somos solo racionales, también tenemos deseos e inclinaciones, y eso hace que a veces nos cueste seguir la ley moral solo por deber. Para sostener la moral en estas condiciones, Kant propone tres postulados necesarios:

  • La libertad: permite que nuestras acciones sean morales, porque si no fuéramos libres no tendría sentido hablar de deber.
  • La inmortalidad del alma: garantiza que el desarrollo moral puede continuar más allá de esta vida.
  • Dios: es necesario como garante del sumo bien, es decir, que exista una correspondencia justa entre ser virtuoso y ser feliz. Así, Dios asegura que la felicidad y la moralidad puedan ir de la mano.

En La religión dentro de los límites de la mera razón, Kant desarrolla su concepto de religión racional, donde afirma que la religión debe basarse en la moral, no en dogmas o en revelaciones sobrenaturales. La existencia de Dios no puede demostrarse, pero es útil como apoyo práctico a la ética, ya que refuerza la idea de que el mundo tiene un orden moral.

Según Kant, la función principal de la religión es reforzar la autonomía moral, es decir, ayudar a que las personas actúen libremente según la razón. Todo lo que vaya en contra de esa autonomía puede rechazarse, incluso si viene de la tradición religiosa. Por eso, Kant critica ciertos pasajes de la Biblia que promueven obediencia ciega, como el caso de Abraham y el sacrificio de su hijo, porque representan una heteronomía, es decir, actuar por una voluntad ajena en lugar de por convicción racional.

En resumen, Kant niega que podamos conocer racionalmente a Dios, pero lo considera necesario desde el punto de vista moral, como un postulado práctico que sostiene la ética. Subordina la religión a la razón y a la moralidad, y defiende que su valor está en ayudar a las personas a actuar moralmente de forma autónoma, no en sustituir esa autonomía por normas impuestas desde fuera.

La Ética Deontológica de Kant

Kant, filósofo del siglo XVIII, fue una figura clave de la Ilustración, a la que definió como la salida de la humanidad de su estado de dependencia intelectual, cuando ya es capaz de pensar por sí misma. Dentro de su filosofía crítica —que reorganiza las ideas del racionalismo y el empirismo— Kant distingue entre el uso teórico de la razón (para conocer) y el práctico (para decidir cómo actuar). En este caso nos centramos en el segundo: su reflexión sobre la ética.

Kant no pretende crear una nueva moral, porque está convencido de que todos, por sentido común, sabemos qué está bien y qué está mal. Sin embargo, busca ofrecer un principio firme al que acudir cuando dudamos o cuando nos sentimos inclinados a actuar de forma incorrecta. Para él, una acción es moralmente buena si se realiza por deber, y no porque nos beneficie o nos haga sentir bien. De hecho, una acción es moral si estaríamos dispuestos a hacerla incluso cuando no nos favorece en absoluto. Por eso, tiene que ser universal, válida para todos, y no depender de intereses personales.

Kant rechaza lo que llama éticas materiales, es decir, aquellas que se basan en fines concretos, como la felicidad o el placer. Estas éticas son empíricas, es decir, dependen de la experiencia y, por tanto, de factores cambiantes según la persona. Por eso, no pueden generar normas universales. Además, son hipotéticas, ya que solo mandan algo si hay un objetivo que alcanzar, y heterónomas, porque la norma viene de fuera, no del propio sujeto racional.

Frente a eso, Kant propone el imperativo categórico, que formula así:

“Obra solo según aquella máxima que puedas querer que se convierta en ley universal.”

Esto significa que debemos actuar solo si lo que hacemos podría convertirse en una regla válida para todos en nuestra situación. No debemos hacer excepciones para nosotros mismos. La moral, por tanto, no depende del fin que buscamos, sino de si la norma que guía nuestra acción puede aplicarse universalmente.

Este imperativo también se expresa en otras dos formas:

  • Tratar a la humanidad como fin: “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca meramente como un medio.” Es decir, no usar a los demás para nuestros propios fines.
  • Actuar como legislador universal: “Obra como si fueras un legislador en un reino universal de fines.” Es decir, como si al actuar estuvieras estableciendo una ley para todos los seres racionales.

Lo esencial para Kant no es lo que una acción consigue, sino la intención con la que se hace. Por eso distingue entre actuar conforme al deber y actuar por deber, que es lo que realmente tiene valor moral. Como desde fuera no podemos distinguir una de otra, el valor moral no se basa en los resultados, sino en el principio interior que guía la acción. Esta ética se llama deontológica, porque se centra en el deber, no en las consecuencias.

Para que todo esto sea posible, Kant dice que debemos ser libres, es decir, capaces de tomar decisiones por nosotros mismos sin estar determinados por factores externos o deseos. Aunque esta libertad no se puede demostrar con la experiencia, Kant dice que debemos suponerla como condición necesaria para que la moral tenga sentido.

Además, como alcanzar la moralidad perfecta es muy difícil para los humanos (ya que tenemos inclinaciones y deseos), Kant también postula la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Así se garantiza que, en última instancia, habrá una correspondencia entre ser virtuoso y alcanzar la felicidad, lo que refuerza nuestro compromiso con el deber.

La Religión Civil y Natural en Rousseau

Rousseau piensa que para que una sociedad funcione bien, no basta con hacer leyes y esperar que todos las cumplan. Cree que hace falta algo más: una especie de “creencia común”, una fe puramente civil, que haga que la gente respete las leyes y sienta que forman parte de un grupo. A esto lo llama religión civil. No se trata de una religión tradicional, sino de creer en cosas simples como que los buenos serán recompensados, los malos castigados y que las leyes son importantes y sagradas. Según Rousseau, estas ideas ayudan a que incluso quienes no quieran seguir las normas se sientan obligados a respetarlas. Si alguien rechaza estas creencias básicas, no se le considera “impío”, sino insociable, alguien incapaz de vivir bien con los demás.

Además, Rousseau dice que esta religión civil debe tener un “dogma negativo“: la prohibición de la intolerancia. Piensa que las religiones tradicionales suelen ser intolerantes cuando dicen que solo sus creyentes se salvarán. Para él, la república puede aceptar cualquier religión siempre que sea compatible con la fe puramente civil.

Por otro lado, Rousseau habla de una religión natural, que no depende de iglesias ni de doctrinas oficiales. Cree que todas las personas, si miran dentro de sí mismas, pueden sentir la existencia de Dios y entender el orden del universo. Para Rousseau, esta conexión con Dios debe ser personal y directa, sin que las iglesias interfieran, ya que estas a veces complican lo que debería ser una relación sencilla y natural con la divinidad.

La Teoría Política de Rousseau: Contrato Social y Voluntad General

Para Rousseau, los problemas de la sociedad no pueden solucionarse únicamente con una reforma educativa, ya que no se trata solo de formar buenos individuos, sino de transformar las relaciones sociales. Incluso si todas las personas fueran educadas en libertad y autonomía, una estructura social mal organizada podría hacer que actuasen guiadas solo por su interés personal. Por eso, el problema no está solo en el individuo, sino en la forma en que se organiza la convivencia entre personas.

Una posible salida sería volver al estado de naturaleza, en el que no hay autoridad y las personas disfrutan de libertad natural. Sin embargo, este estado tiene limitaciones, como la falta de coordinación y la dificultad para resolver problemas colectivos, lo que pone en riesgo la supervivencia. Por eso, Rousseau propone crear un Estado legítimo que conserve la mayor parte posible de la libertad natural, pero que a su vez sea eficiente para garantizar la vida en común.

Este Estado se basa en un contrato social, cuya finalidad es establecer un orden justo. Según Rousseau, las leyes no deben imponerse por la fuerza, sino que deben tener un fundamento moral, es decir, deben ser aceptadas por convicción, no por miedo. Para ello, todas las personas ceden parte de su libertad, pero lo hacen bajo la condición de que todos los demás hagan lo mismo. Así nace la voluntad general, una voluntad común que representa el interés colectivo.

La voluntad general no impone intereses particulares, sino que refleja lo que conviene al conjunto de la sociedad. Las leyes son legítimas cuando son resultado de esta voluntad general, ya que todos participan tanto en su creación como en su cumplimiento.

A partir del contrato social se forma la república, que tiene una doble función: por un lado, es el soberano que manda; por otro, es el Estado que obedece. Así, el pueblo es al mismo tiempo legislador y gobernado. En este sistema, cada persona es ciudadano (participa en la elaboración de las leyes) y súbdito (obedece las leyes que ha contribuido a crear). El poder legislativo debe pertenecer siempre al conjunto de los ciudadanos reunidos en asamblea, mientras que el poder ejecutivo puede adoptar distintas formas.

De este modo, las personas no pierden su libertad al entrar en el Estado, sino que ganan una forma superior de libertad, porque las leyes que obedecen son las que ellas mismas han decidido.

Rousseau distingue entre tres tipos de voluntad:

  • Voluntad particular: los intereses individuales de cada persona.
  • Voluntad de todos: la suma de las voluntades particulares, que puede verse influida por intereses egoístas.
  • Voluntad general: la expresión del bien común, que surge de una deliberación pública en la que se busca lo mejor para toda la sociedad.

La voluntad general no siempre coincide con lo que cada ciudadano desea. Si una decisión colectiva no se ajusta a lo que alguien pensaba, Rousseau sostiene que eso no prueba que la voluntad general esté equivocada, sino que esa persona confundió su propio interés con el interés general.

Por eso, las leyes solo son justas si nacen de la voluntad general. Los ciudadanos, como parte del soberano, tienen el derecho de cambiarlas si lo consideran necesario, pero sin romper el contrato social. Por ejemplo, ceder la soberanía a otra entidad destruye la república, ya que el pueblo deja de ser soberano y se pierde la libertad.

Mientras tanto, los ciudadanos deben obedecer las leyes aprobadas colectivamente. Pero si no están de acuerdo con alguna norma, pueden manifestarlo de dos formas:

  • Por razones fundadas: si creen que una ley no refleja la voluntad general, pueden pedir que se revise en la asamblea.
  • Por interés propio: si rechazan una ley solo porque no les conviene, están anteponiendo su voluntad particular, lo cual va en contra del contrato social.

Al pasar del estado de naturaleza a la vida en sociedad, el ser humano no pierde su libertad, sino que cambia su forma: sustituye la libertad natural (hacer lo que uno quiere) por la libertad civil, que consiste en obedecer leyes que uno mismo ha ayudado a establecer. La libertad civil protege a todos, mientras que la natural deja espacio para que el más fuerte abuse de los demás.

Por último, Rousseau sostiene que el Estado debe tener poder coercitivo para garantizar que las leyes se cumplan. No se trata de tiranía, sino de garantizar la justicia y la igualdad, evitando que algunos disfruten de los derechos del ciudadano sin asumir los deberes del súbdito. Sin este poder, las leyes serían meras palabras y la república no podría sostenerse.

La Concepción del Ser Humano en Rousseau

En su obra Discurso sobre las ciencias y las artes, Rousseau reconoce los avances que el conocimiento científico y tecnológico han aportado a la humanidad. Sin embargo, sostiene que estos progresos no nos han hecho ni más felices ni más justos.

A medida que aumentamos nuestro dominio sobre la naturaleza y acumulamos saberes, también crecen la injusticia y la infelicidad, ya que las personas se vuelven más ambiciosas, competitivas y centradas en sí mismas.

Frente a quienes afirman que el ser humano es malo por naturaleza, Rousseau defiende que nacemos buenos, y que es la sociedad la que corrompe esa bondad original. Para ilustrar esta idea, recurre a la figura del buen salvaje, una imagen idealizada de los pueblos indígenas americanos, a los que en su época se veía como seres sencillos y no contaminados por los vicios de la civilización europea. Aunque Rousseau sabía que esta imagen no era del todo exacta, la utilizó como crítica simbólica a la sociedad de su tiempo.

Cuando afirma que el ser humano es “bueno por naturaleza”, no quiere decir que sea perfecto, sino que su egoísmo, crueldad y deseo de poder no son innatos, sino el resultado de una evolución social negativa. Por eso, Rousseau intenta imaginar cómo sería el ser humano en su estado natural, antes de la influencia de las estructuras sociales, para entender mejor los males actuales y buscar una solución.

Rousseau distingue así entre dos etapas del ser humano:

  • Estado natural: el ser humano es libre, vive en paz y se guía por dos sentimientos básicos: el amor de sí (que implica el deseo de sobrevivir y cuidarse) y la piedad (la capacidad de empatizar con el sufrimiento ajeno). En esta etapa, las personas se bastan con lo necesario para vivir y no tienen motivos para competir ni dañar a otros.
  • Hombre social: el que vive en sociedad, ha desarrollado un amor propio, que es un sentimiento artificial basado en la comparación con los demás. Este amor propio genera envidia, rivalidad, vanidad e injusticia.

Rousseau sostiene que la sociedad crea necesidades ficticias que nos hacen depender unos de otros, provocando conflictos. Mientras que el ser humano natural se conforma con lo básico, el ser humano social nunca está satisfecho y vive en constante competencia. Según Rousseau, esto puede cambiar si se transforma tanto la educación como la organización política.

Por este motivo, Rousseau es considerado un precursor de la pedagogía moderna. Critica el sistema educativo tradicional, en el que padres, escuelas y religiones imponen normas que impiden un desarrollo libre y saludable.

En su obra Emilio, plantea una educación centrada en la libertad y el contacto con la naturaleza, lejos de la influencia corruptora de la sociedad. Los niños, según Rousseau, deben aprender por sí mismos, a través de la experiencia directa, y no ser forzados a memorizar conocimientos inútiles que no se aplican a su realidad.

Los pilares de su método educativo son los siguientes:

  • La libertad educativa: los niños deben ser criados en un entorno que les permita actuar con autonomía, para que en la adultez puedan ser verdaderamente libres.
  • La comprensión de las necesidades: no se trata de obedecer órdenes ciegamente, sino de entender por qué se hacen las cosas.
  • La naturaleza como guía: la naturaleza debe ser la principal maestra, y se debe evitar la interferencia excesiva de la sociedad, los padres o las doctrinas religiosas.
  • El aprendizaje útil: los conocimientos enseñados deben tener una aplicación real en la vida cotidiana del niño, no limitarse a teoría sin sentido.

Una educación de este tipo ayudaría a formar personas libres, reflexivas y solidarias, más preocupadas por el bien común que por superar a los demás. Sin embargo, Rousseau aclara que la educación por sí sola no basta: también es necesario un cambio en la estructura política para poder construir una sociedad más justa y menos corrupta.