Transformaciones Económicas del Siglo XIX: Políticas Comerciales, Crisis y el Patrón Oro Global
La Evolución de las Políticas Comerciales: Del Proteccionismo a la Liberalización
El comercio aumenta en términos desiguales de unos sectores a otros y, sobre todo, los resultados de ese comercio se reparten de manera desigual en función de la posición relativa de los países en el mercado internacional.
Hacia 1750, en el Parlamento Inglés, habrá una representación de los intereses de una incipiente clase media agraria y de terratenientes. En 1800, al haberse producido un éxodo hacia las ciudades (la Transición demográfica) y trabajar ahora en fábricas, los intereses vinculados a la manufactura se verán reflejados en las decisiones parlamentarias. Hasta aproximadamente 1847, en Inglaterra existieron dos leyes muy representativas:
- Las Leyes del Grano: un conjunto de leyes que se venían aprobando desde principios del siglo XV, con las que se establecía una secuencia de aranceles sobre cereales, además de mecanismos para que, cuando el precio bajara mucho, se activaran cláusulas de prohibición de importación.
- Las Leyes de Navegación: leyes aprobadas en el siglo XVI que obligaban a que cualquier mercancía que desembarcara en un puerto inglés tuviera que venir consignada en un barco inglés, lo que representaba un blindaje completo del transporte marítimo.
Dada esta situación, entre 1846 y 1849, se sucedieron varias votaciones en las que se fueron aboliendo progresivamente las restricciones impuestas por las Leyes del Grano y de Navegación. Como consecuencia, para 1850, los aranceles sobre el cereal en Inglaterra eran muy reducidos, empezando a ser rentable importar de otros lugares, ya que los intereses agrarios no estaban tan bien representados en el Parlamento. Lo mismo ocurrió con la navegación, ya que en el momento en que se redujeron las restricciones de importación, se consiguió una liberalización del comercio exterior que antes estaba centralizado en torno a la marina británica. Todo lo que se implementó en Inglaterra acabó propagándose hacia países como Francia y Bélgica, regiones en las que la agricultura también estaba perdiendo peso.
El Tratado Cobden-Chevalier y la Crisis Finisecular
Así llegamos a 1859, año en que se redactó el Tratado Cobden-Chevalier. Recibe su nombre de los ministros de Asuntos Exteriores de los países firmantes (Francia e Inglaterra). Este tratado consistió en un pacto de comercio que supuso una bajada pactada de aranceles de productos principalmente agrarios y algunos manufacturados (principalmente bienes de consumo). Este nuevo sistema contaba con un mecanismo legal conocido como cláusula de nación más favorecida, que implica que, en caso de firmar acuerdos comerciales dentro del sistema de Cobden-Chevalier con terceros países, siempre se debe aplicar el arancel más bajo existente entre todos los países. De esta manera, se permite la incorporación de nuevos países al sistema siempre y cuando se respeten las mejoras arancelarias alcanzadas por cada uno, convirtiéndose los países incorporados a este sistema en proveedores de materias primas para las grandes potencias industriales.
La gran crisis finisecular estalló en Viena, donde un banco con una alta exposición al ferrocarril se encontró dominado por tensiones procedentes de los pánicos bancarios (1871-1873). La principal obligación legal y moral de cualquier banco es responder ante sus depositantes, y en Viena se estaban sembrando dudas de que el dinero prestado pudiera no ser devuelto. Ante esta situación, la ciudadanía solicitó el dinero de los depósitos, a lo que el banco evidentemente no pudo hacer frente, llevando a su quiebra. El resto de los países que tenían depósitos en los bancos que habían sufrido la quiebra también comenzaron a sacar su dinero, generándose una sucesión de quiebras bancarias. Las entidades financieras que no tenían relación directa con estas quiebras, porque no confiaron en la rentabilidad del ferrocarril, intentaron transmitir seguridad a los depositantes para evitar esta onda expansiva de pánico bancario. Para ganarse la confianza, únicamente prestaron dinero a aquellos negocios de inversiones seguras y a un tipo de interés muy alto. Como consecuencia, cayeron el consumo y la inversión, provocando el consiguiente despido de trabajadores de empresas y la caída de sus salarios, lo que llevó a una situación de deflación e interrupción del ciclo de inversión. A partir de 1873, fruto de la caída de precios dentro de los diferentes países, con la consiguiente caída de salarios y reducción generalizada de demanda con perspectivas económicas muy malas, la ciudadanía optó por el ahorro. Esto nos lleva a un concepto económico conocido como Espiral Contractiva de la Demanda, en la que las expectativas de consumo disminuyen y las del ahorro aumentan, llevándonos a la Gran Depresión Finisecular (1873-1895). Los Estados reaccionaron con el retorno al proteccionismo y la subida de aranceles. Como consecuencia, algunas potencias europeas optaron por ampliar su expansión colonial y por los mercados preferentes reservados, además de un mayor intervencionismo estatal.
El Patrón Oro como Sistema Monetario Internacional de Pagos
La forma de organizar la moneda se denomina sistema monetario. En la época preindustrial, los sistemas monetarios estaban formados por monedas de distintos metales (oro o plata) que, por regla general, circulaban libremente con valores estimados en monedas de cuenta de cada lugar. Este sistema era muy flexible, pero también extremadamente complejo, ya que requería de la existencia de cambistas (especialistas) en la apreciación de cada moneda.
Sin embargo, esta situación comenzó a cambiar cuando en el siglo XIX los diversos países fijaron por ley el contenido metálico de la moneda. El resultado fue la existencia de sistemas con patrón monetario monometálico (oro o plata) o bimetálico (oro y plata), pero también de sistemas monetarios fiduciarios (sin patrón). Es evidente que los sistemas monometálicos son más sencillos dada su utilidad, pues permiten disponer de monedas de oro para los pagos importantes y monedas de plata para los gastos pequeños, pero, sobre todo, permiten disponer de una masa monetaria superior a la que podría aportar por sí mismo cualquiera de los dos metales.
En 1816, Gran Bretaña ya contaba con un sistema de patrón monometálico de oro y, a partir de 1870, las principales potencias industriales (Francia, Alemania y EE. UU.) se fueron adhiriendo a este sistema, constituido por una política monetaria nacional encargada de mantener la convertibilidad de la moneda nacional en oro ante las perturbaciones internacionales o interiores.
Por tanto, podríamos definir el Patrón Oro como un sistema monetario internacional basado en reservas de oro plenamente transferibles en los bancos centrales, que respaldan una oferta monetaria basada en monedas y billetes plenamente convertibles y depósitos a la vista “parcialmente convertibles”, además de basarse en divisas denominadas en una cantidad fija de oro cuya paridad se encuentra respaldada legalmente por el Banco Central emisor, cuyo valor es asegurado e invariable en el tiempo. Sus principales ventajas son la agilización de las operaciones de comercio internacional al reducir incertidumbres, a la vez que se facilita el movimiento internacional de capitales. Además, obliga a vincular la expansión de la oferta monetaria a la posición real del país en el mercado internacional.
Sin embargo, lo que se dieron cuenta en Inglaterra en 1844 es que las monedas y billetes pueden ser controlados con facilidad, mientras que con los depósitos lo único que se puede hacer es dar indicaciones al sistema financiero para que cree más o menos dinero. Por tanto, dentro de este sistema de reserva fraccionaria no se puede hacer convertible toda la oferta monetaria, ya que la parte de los depósitos puede crecer por encima de la disponibilidad de oro del Banco Central. Al estar los países obligados a mantener una paridad entre las reservas de oro de un país, únicamente se podrá aumentar la oferta monetaria de un país cuando haya más oro en las reservas, con la consiguiente bajada del tipo de interés bancario para evitar la creación de dinero por encima del disponible. Sin embargo, al bajar el tipo de interés, automáticamente se incrementa la inversión (las empresas pueden crecer), aumenta el consumo y se reduce el paro. Al haber una mayor demanda de trabajadores, cuando la oferta se hace más escasa, los salarios empiezan a subir. Al mismo tiempo, si aumenta la demanda en términos agregados, suben los precios, generando inflación. Esta situación, con respecto al exterior, al tener nuestros trabajadores mayores salarios y ser los productos de nuestras empresas más caros, hará que exportemos menos e importemos más, convirtiendo nuestra balanza de pagos en deficitaria. Frente a este funcionamiento teórico, hay que tener en cuenta que, con respecto a los mercados de trabajo y productos, los precios y salarios son menos elásticos a la baja a causa de la defensa de los sindicatos, y que cuando hay superávit, como Banco Central lo que corresponde es bajar el tipo de interés; no obstante, al saber las consecuencias derivadas que nos colocarían en una situación de salidas de oro, serán muy resistentes a bajar el tipo de interés.
Arbitraje en el Sistema del Patrón Oro
El fenómeno del arbitraje es un fenómeno microeconómico de especulación monetaria que contribuye al buen funcionamiento macroeconómico del patrón oro y sirve para que haya fluidez en el movimiento de reservas. Este concepto está relacionado con las letras de cambio, de manera que nos permite conocer cómo se mueven las reservas de oro más allá de los movimientos que se acuerdan entre los Bancos Centrales. El fenómeno del arbitraje impide que se dé falta de fluidez entre los movimientos internacionales.
En principio, las importaciones y exportaciones entre dos países se pagan en letras de cambio denominadas en la divisa correspondiente, de manera que al país al que le llega la letra de cambio no le llega en la divisa correspondiente a su nación. En una situación ideal en la que el valor de las exportaciones de un país a otro sea igual al valor de las importaciones de ese país con respecto a otro, nos encontramos con que, aunque en divisas el valor puede ser distinto, el valor en oro sería el mismo y, por tanto, unas letras se cancelarían por las otras sin mayor consecuencia.
En el caso de que la balanza no esté equilibrada, por ejemplo, que las exportaciones de París a Londres sean mayores que las importaciones a París, esto supone que las letras de cambio denominadas en libras para pagar las exportaciones de Francia hacia Inglaterra, si las pasásemos a oro, son mucho más que las cantidades de oro que representan las letras de cambio denominadas en francos que van orientadas a pagar las operaciones desde Inglaterra a Francia. En este caso, no se pueden compensar unas con otras como cuando estábamos en la situación ideal, por lo que los agentes de cambio se ven obligados a aplicar un tipo de descuento superior a sus tenedores. De esta manera, el tipo de descuento que se aplica a las letras tiende a subir a medida que es más difícil encontrar compensación. Cuanto más aumenta el tipo de descuento, más se deprecia la libra respecto al franco.
Entonces, el arbitrajista, al detectar esta devaluación que en el fondo supone una devaluación entre el tipo de cambio en el mercado, se pone a comprar activo devaluado, es decir, letras de cambio denominadas en libras con francos, sabiendo que le están aplicando un tipo de descuento muy elevado. Las transporta a Londres, donde primero las transforma en billetes de libra y con esto las transforma en oro en el Banco de Inglaterra. Ahora, transporta el oro al Banco de Francia donde lo cambia por francos, obteniendo un beneficio. Hay que tener en cuenta que el arbitraje no siempre será rentable, ya que para ello el tipo de cambio tiene que desviarse lo suficiente para cubrir los costes de transporte y aseguramiento de oro. Estas operaciones únicamente serán rentables cuando el tipo de cambio se sitúe en los llamados puntos oro, esto es, cuando la desviación de la cotización de las letras es tal que permite cubrir el coste de transporte y asegurar el oro entre los dos bancos implicados.
La Crisis Finisecular: Una Perspectiva Estructural
La crisis finisecular es una crisis estructural como consecuencia de todas las transformaciones del siglo XIX, siendo tres elementos los que confluyen en su configuración:
- En primer lugar, los cambios en el mercado global de materias primas (ciclo de liberación del comercio iniciado con el Tratado de Cobden-Chevalier) darán lugar a la gran convergencia de recursos provocada por su internalización y con la consiguiente caída generalizada de precios.
- En segundo lugar, se produce un reajuste de las expectativas de rentabilidad del ferrocarril que, desde la década de 1840, había sido uno de los principales polos de atracción de la inversión. Sin embargo, desde mediados de 1860, la capacidad del sector para generar dividendos se mantuvo por debajo de sus expectativas, desencadenando una crisis bancaria iniciada en Viena (pánico bursátil, 1871-1873) y que se extendería por todo el mundo, arrasando el sistema financiero internacional.
- Además de todos estos cambios, existe otro problema: el hecho de que, de forma transversal, se están produciendo grandes cambios en las estructuras de las industrias que promovieron la Primera Revolución Industrial, como fueron la industria textil y el ferrocarril, desencadenando nuevas industrias como la automoción, química, eléctrica, etc., siendo estos últimos los sectores punteros de la II Revolución Tecnológica. Estos cambios no son únicamente en el ámbito tecnológico, sino que en esas mismas empresas se producen nuevos cambios organizativos.