El Bien Común y la Sociedad: Valores, Consumismo y Transformación Social
El Bien Común: Fundamento de la Sociedad
Por bien común se entiende: “aquello que es compartido por y de beneficio (en el sentido de un mejoramiento general, no solo físico o económico) para todos los miembros de una comunidad”.
El principio o el criterio del bien común es fundamental en la vida humana y en las relaciones de los seres humanos. Para la Doctrina Social de la Iglesia, el principio del bien común es el primero de todos: todos los bienes existentes son para todos los seres humanos.
La concepción es clara: Dios creó todo lo que existe para todos los seres humanos, no para una sola persona. De ahí que el principio del bien común busque mirar no solo a un individuo, sino a todos; no a una persona, sino a todas. Por eso, este principio del bien común es una tarea que nos compete a todos, y los bienes existentes sobre la tierra deben llegar a todos los seres humanos. Para nosotros, es un criterio que debe estar siempre claro.
Valores Esenciales para el Progreso Social
El tema de los valores está en el centro del debate. Es un tema sobre el que debemos volver una y otra vez, y podemos preguntarnos sobre los muchos valores existentes, enumerando decenas de ellos. ¿Cuáles son los fundamentales? ¿Cuáles son los más importantes, aquellos necesarios para que funcione una sociedad y que son clave también para el progreso de los pueblos?
Los cuatro grandes valores son: la verdad, la libertad, la justicia y el amor.
El Amor como Vínculo Unificador
Me referiré a uno en especial: el amor, que nos une a los demás y necesita un tratamiento particular.
Podemos abordar muchos temas sobre el bien común, pero debemos afirmar que el vínculo que une todo esto es el amor. Sin amor, no podremos alcanzar lo que deseamos: una mayor distribución de las riquezas, un mundo donde impere la verdad, la justicia y la libertad; donde los bienes sean verdaderamente comunes y se busque el bien común.
No podemos pedirles a los políticos que se preocupen por buscar los intereses de una comunidad y no los suyos propios, si carecen de amor. Podemos pedirlo en nombre de la justicia, en nombre del respeto a los demás; sin embargo, el amor es fundamental para todo ello. Podemos pedirle a un juez que imparta justicia, pero si ese juez no respeta a la persona humana, si no ama al ser humano y a los demás, será injusto. Todos los valores que necesitamos poner en práctica, y que son esenciales, requieren un fundamento: el amor. Por eso, el progreso de los pueblos, el bienestar de las comunidades, la mejor distribución de las riquezas, todo aquello que deseamos no se materializará verdaderamente si los seres humanos son egoístas. De ahí que el camino del amor, la vía del amor, es y seguirá siendo el sendero para el desarrollo de los pueblos, el respeto a las personas y los derechos humanos.
La Deshumanización en la Sociedad Actual
Otro punto a considerar es que a menudo se afirma que nuestra sociedad está deshumanizada y es deshumanizante. Esto se debe a que en ella se ha impuesto, dominándolo todo, una forma de pensar que solo se interesa por el bienestar propio, la utilidad personal, el confort y el consumo. De ahí la enorme y brutal insolidaridad que impera por doquier. El nivel de vida y las aspiraciones de la gente superan lo que la situación económica puede ofrecer. Por ello, a casi nadie le alcanza el sueldo para cubrir las innumerables necesidades que la propia sociedad ha creado mediante la propaganda y la publicidad. De lo cual resulta que el dinero es el dueño y señor de la situación. Todo el mundo aspira a ganar más de lo que gana, para gastar más de lo que gasta. Y no existe otro ideal ni meta en amplios sectores de la población.
Es cierto que, históricamente, la gente siempre ha deseado ganar más y vivir mejor. Lo que diferencia la situación actual de las anteriores es que la gente es incapaz de concebir otros valores e ideales que no sean los ofrecidos por la sociedad del consumo y el confort.
El Pensamiento Unidimensional
A esto se le ha denominado el pensamiento y comportamiento unidimensional. Es decir, las personas solo son capaces de pensar y actuar en esta única dimensión: la del bienestar, el gasto y el consumo. Los valores promovidos por la publicidad crean un estilo de vida; un estilo de vida percibido como mejor que el anterior, y que, como tal, se defiende contra cualquier cambio cualitativo. Esto significa que la gente no desea que se le hable de otro tipo de sociedad ni de otro modelo de convivencia, porque lo que la mayoría anhela es el apartamento más lujoso, el mejor automóvil (impulsado por la publicidad), la ropa de marca, los viajes y todo lo que ello implica.
El Rol de la Iglesia y la Necesidad de Cambio
Y mientras tanto, ¿cuál es el papel de los cristianos en este estado de cosas? Sencillamente, los creyentes se han sumado, como el resto de la sociedad, al carro del consumismo y el bienestar, avanzando más o menos felices por la vida, mientras a su lado millones de personas sufren. En última instancia, también los cristianos participan del pensamiento y comportamiento unidimensional, con sus aterradoras consecuencias.
Es cierto que la Iglesia, a través de sus más altos representantes, no cesa de abordar la cuestión social, reclamando un orden más justo y humano en todos los niveles. Sin embargo, en la práctica, la oferta concreta que la Iglesia hace a este tipo de sociedad es integrada y asimilada por el pensamiento unidimensional, sin que este se modifique en absoluto. Esto significa que en la sociedad actual los servicios religiosos se han convertido en un objeto más de consumo para la gente, de tal forma que, en la práctica, y tal como se ejercen, carecen del poder necesario para transformar la mentalidad de las personas, y menos aún para cambiar sus pautas de comportamiento. Por ello, en nuestra sociedad existe un alto “consumo religioso” (bodas, bautizos, primeras comuniones, entierros, misas, comuniones), pero, tal como se desarrollan en la mayoría de los casos, estos servicios religiosos no modifican la forma de pensar de la gente en lo referente al dinero y al consumo, es decir, en lo referente a la solidaridad.
Hacia una Conversión Profunda y Comunitaria
Hemos abordado la deshumanización de nuestra sociedad y señalado cómo su raíz reside en la pasión por el dinero, el afán de lucro y todo lo que ello conlleva: rivalidades, enfrentamientos, injusticias, sometimiento de unos a otros, etc. En este contexto, se impone la necesidad de un cambio profundo y radical. Sin embargo, es evidente que este cambio no surgirá ni se producirá por la dinámica inherente al capital y a las instituciones basadas en el dinero y el consumismo. Al contrario, el dinero y el consumismo generan cada vez más inflación, mayor falta de empleo, un desequilibrio creciente entre los pueblos, más hambre y miseria. Por ello, el cambio debe provenir del interior de las personas, mediante una profunda conversión a los valores de la nueva sociedad que Jesús presenta a través de las bienaventuranzas.
Por otra parte, todo esto nos indica que si la Iglesia desea transmitir a nuestra sociedad un mensaje valioso y efectivo, debe organizarse como un conjunto de comunidades de fieles que opten radicalmente contra el sistema basado en la ambición por el dinero, y que tomen la seria determinación de compartir con los demás. En definitiva, se trata de comprender que la Iglesia debe ser más carismática y profética, no solo en sus palabras y predicación, sino, sobre todo, en su organización y comportamientos. Si la Iglesia se empeña en funcionar como una mera organización de servicios religiosos, poco o nada verdaderamente efectivo podrá ofrecer a nuestra sociedad. La oferta concreta de la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo seguirá siendo asimilada e integrada por la sociedad del confort y del consumo, de modo que los servicios religiosos se convertirán, en la práctica, en un objeto más del consumismo imperante.