Un Mundo Desbocado

Globalización: Perspectivas y Dimensiones

Diferentes pensadores han adoptado posturas completamente opuestas sobre la globalización en los debates surgidos en los últimos años. Algunos se resisten a ella en bloque, los llama los escépticos. Según estos, toda la palabrería sobre la globalización se queda en eso, en mera palabrería; la economía globalizada no es especialmente diferente de la que existía en periodos anteriores.

Otros toman una postura muy diferente, los denomina radicales. Estos afirman que no solo la globalización es muy real, sino que sus consecuencias pueden verse en todas partes; el mercado global está mucho más desarrollado incluso que en los años sesenta y setenta. Los escépticos tienden a situarse en la izquierda política, especialmente en la extrema izquierda.

De estos dos grupos, los radicales parecen ser, según Giddens, los que llevan la razón, ya que el nivel de comercio mundial es hoy mucho mayor de lo que ha sido jamás y abarca un espectro mucho más amplio de bienes y servicios.

Ambos grupos consideran el fenómeno casi exclusivamente en términos económicos, lo que es un error, ya que la globalización es política, tecnológica y cultural, además del aspecto puramente económico. Expone el ejemplo de Morse, el telégrafo eléctrico a mediados del siglo XIX; hasta el año 1969 no se lanzó el primer satélite comercial y hoy en día hay más de 200 satélites.

La globalización es, pues, una serie compleja de procesos, y no uno solo; estos operan de manera contradictoria y antitética. El sociólogo norteamericano Daniel Bell lo describe muy bien cuando dice que la nación se hace no solo demasiado pequeña para solucionar los grandes problemas, sino también demasiado grande para arreglar los pequeños.

Muchas personas que viven fuera de Europa y Norteamérica la consideran una occidentalización o incluso una americanización, ya que Estados Unidos es ahora la única superpotencia.

Hay estadísticas angustiosas: junto con las del riesgo ecológico, las diferencias entre las rentas más pobres y más ricas han aumentado, acentuando las desigualdades. Pero la globalización se está descentrando cada vez más; sus efectos se sienten en los países occidentales tanto como en el resto. Es lo que podría llamarse colonización inversa, cada vez más común, y significa que países no occidentales influyen en pautas de Occidente.

Además, Giddens afirma que la nación, el trabajo, la tradición, la familia y la naturaleza han cambiado en su interior, pero en su exterior se mantienen intactas; son lo que llama instituciones concha.

Además, aparece un fenómeno social nuevo: las llamadas sociedades cosmopolitas, que emergen de forma casual, por una mezcla de influencias.

El Concepto de Riesgo en la Sociedad Moderna

Olas de calor y nieve en lugares que nunca habían visto antes, consecuencias del desarrollo industrial mundial. Puede que hayamos alterado el clima mundial y dañado, además, una parte mucho mayor de nuestro hábitat natural. Podemos entender algo de estas cuestiones diciendo que están todas vinculadas al riesgo. Salvo en algunos contextos marginales, el concepto de riesgo no existía en la Edad Media. La idea de riesgo parece haber tomado cuerpo en los siglos XVI y XVII; fue acuñada por primera vez por exploradores occidentales. La palabra riesgo parece haber llegado al inglés a través del español o del portugués, donde se usaba para referirse a navegar en aguas desconocidas. Parecía estar orientada al espacio y más tarde se trasladó al tiempo, utilizada como en la banca y la inversión, para indicar el cálculo de las consecuencias probables de las decisiones inversoras para prestamistas y prestatarios, y que posteriormente llegó a referirse a una amplia gama de diferentes situaciones de incertidumbre. Luego, la noción de riesgo es inseparable de las ideas de probabilidad e incertidumbre. Riesgo no es igual a amenaza o peligro. La idea de riesgo supone una sociedad que trata de romper activamente con su pasado, característica fundamental de la civilización industrial moderna.

La aceptación del riesgo lleva consigo condiciones de excitación, aventura, y en una aceptación positiva es la fuente de energía que crea riqueza en una economía moderna. El riesgo es la dinámica movilizadora de una sociedad volcada en el cambio que quiere determinar su propio futuro en lugar de dejarlo a la religión, la tradición o los caprichos de la naturaleza. El capitalismo moderno se planta en el futuro al calcular el beneficio y la pérdida y, por tanto, el riesgo como un proceso continuo. Esto no pudo hacerse hasta la invención de la contabilidad con el libro de doble entrada. Muchos riesgos, como la salud, los queremos reducir lo más posible; por ello, desde sus orígenes la idea de riesgo va acompañada del surgimiento del seguro, diseñado para proteger contra peligros que antes eran considerados disposiciones de los dioses: enfermedades, incapacidades y la mala suerte. Al igual que la idea de riesgo, las formas modernas de seguro empezaron con el tráfico marítimo. Aquellos que ofrecen seguros están simplemente redistribuyendo riesgos; el dueño traspasa el riesgo al asegurador a cambio de un pago. El intercambio y transferencia de riesgos no es un rasgo accidental en una economía capitalista; esta es impensable e inviable sin ellos. En el periodo actual, este concepto asume una nueva y peculiar importancia. Se suponía que el riesgo era una forma de regular el futuro, de normalizarlo y traerlo bajo nuestro dominio. Las cosas no han resultado así. Nuestros mismos intentos por controlar el futuro tienden a volver hacia nosotros, forzándonos a buscar formas diferentes de ligarlo a la incertidumbre.

La mejor manera de explicar lo que está pasando es hacer una distinción entre dos tipos de riesgo:

  • Riesgo externo: peligros naturales, de la tradición y la naturaleza pura.
  • Riesgo manufacturado: peligros de la naturaleza creados a consecuencia de la acción del hombre sobre ella, el conocido calentamiento global y sus diversas consecuencias.

En estas circunstancias, hay un nuevo ambiente moral en la política, marcado por un tira y afloja entre las acusaciones de alarmismo y de encubrimiento por otro. Como bien dice Giddens, el alarmismo puede ser paradójicamente necesario para reducir los riesgos que afrontamos, pero si tiene éxito parece solo eso, simple alarmismo.

El hecho de alarmarse por algo, riesgo cierto o probable, y poder reducir este tanto, tomando las medidas necesarias a tiempo, curiosamente induce en la sociedad una actitud de indiferencia, al no ver los riesgos producirse realmente, al no materializarse, y esto parece ser simple alarmismo nada más, tal y como nos indica Giddens.

  • Se convierte así en un efecto sin causa; el alarmismo no está justificado.

Algunas personas dicen que la manera más eficaz de manejar el aumento del riesgo manufacturado es limitar la responsabilidad adoptando el llamado principio precautorio; este propone que debe actuarse en cuestiones medioambientales.

Este principio no siempre funciona, ni siquiera puede aplicarse como modo de manejar los problemas del riesgo y de la responsabilidad. La regla de estar cerca de la naturaleza o de limitar la innovación en lugar de entregarse a ella, no puede aplicarse siempre.

El balance de beneficios y peligros derivados del avance científico y tecnológico y también de otras formas de cambio social es imponderable, como por ejemplo la controversia de los alimentos modificados genéticamente. No podría encontrarse una situación más obvia en la que la naturaleza ya no es naturaleza. Con la extensión del riesgo manufacturado, los gobiernos no pueden pretender que esta gestión no es su problema. Como consumidores, cada uno de nosotros tiene que decidir si intentar evitar los productos modificados genéticamente o no. Nuestra era no es más peligrosa ni más arriesgada que las de generaciones anteriores, pero el balance de riesgos y peligros ha cambiado. Vivimos en un mundo donde los peligros creados por nosotros mismos son tan amenazadores, o más, que los que proceden del exterior. Algunos de ellos son verdaderamente catastróficos, como el riesgo ecológico mundial. Otros nos afectan como individuos mucho más directamente: por ejemplo, los relacionados con la dieta, la medicina o incluso el matrimonio.

Unos tiempos como los nuestros engendrarán inevitablemente movimientos religiosos renovadores y diversas filosofías, New Age, que se oponen a la actitud científica.

Más medios públicos para abordar la ciencia y la tecnología no acabarían con el dilema entre alarmismo y encubrimiento, pero nos permitirían reducir algunos de sus efectos más perniciosos.

Finalmente, no puede ni considerarse la posibilidad de tomar una actitud meramente negativa hacia el riesgo: este tiene que ser siempre dominado, pero la adopción activa de riesgo es elemento esencial de una economía dinámica y de una sociedad innovadora. Vivir en una era global significa manejar una variedad de nuevas situaciones de esta índole. Puede que muchas veces tengamos que ser más audaces que cautelosos en apoyar la innovación científica u otras formas de cambio. Después de todo, una raíz de la palabra riesgo en el original portugués significa atreverse.

La Tradición en la Era Global

Muchas cosas que creemos tradicionales y enterradas en la bruma de los tiempos son en verdad producto de los dos últimos siglos, y con frecuencia aún mucho más recientes. Tradición y costumbre: estas han sido la materia de las vidas de la mayoría de la gente durante gran parte de la historia. Las raíces lingüísticas de la palabra tradición son antiguas. La palabra inglesa tiene sus orígenes en el término latino tradere, que significa transmitir o dar algo a alguien para que lo guarde. El término tradición, como se usa hoy, es en realidad un producto de los últimos doscientos años en Europa. La idea de tradición, entonces, es en sí misma una creación de la modernidad.

Es un mito pensar que las tradiciones son impermeables al cambio: se desarrollan en el tiempo, pero también pueden ser repentinamente alteradas o transformadas. Diría que son inventadas y reinventadas.

Algunas tradiciones, por supuesto, como las asociadas a las grandes religiones, han durado cientos de años. Cualquier continuidad que haya en tales doctrinas, sin embargo, coexiste con muchos cambios, incluso revolucionarios, en su interpretación y puesta en práctica. Normalmente las tradiciones tienen guardianes, sacerdotes y sabios. Guardián no es igual a experto. Toman su posición y poder del hecho de que solo ellos son capaces de interpretar la verdad del ritual de la tradición. La tradición es quizá el concepto más importante del conservadurismo, ya que los conservadores creen que contiene sabiduría acumulada. Las maneras tradicionales de hacer las cosas tendían a subsistir o a restablecerse en muchos ámbitos de la vida, incluida la vida diaria. Uno podría incluso decir que había una suerte de simbiosis entre modernidad y tradición.

Un mundo donde la modernización no se restringe a un área geográfica, sino que se manifiesta mundialmente, tiene una serie de consecuencias para la tradición. Tradición y ciencia se entremezclan a veces de formas extrañas e interesantes.

La tradición que se vacía de contenido y se comercializa se convierte en folclorismo —las barajitas que se venden en los aeropuertos—.

Tal y como se canaliza por la industria, el folclorismo es tradición presentada como espectáculo. Para Giddens es absolutamente razonable reconocer que las tradiciones son necesarias en una sociedad. No debemos aceptar la idea ilustrada de que el mundo debería librarse de todas las tradiciones. Estas son necesarias, y perdurarán siempre, porque dan continuidad y forma a la vida. Una sociedad que vive al otro lado de la naturaleza y la tradición, como hacen casi todos los países occidentales ahora, exige tomar decisiones, tanto en la vida cotidiana como en el resto de esferas. El lado oscuro de esto es el aumento de adicciones y compulsiones. Aquí ocurre algo realmente intrigante y perturbador. De momento, se limita básicamente a los países desarrollados, pero también comienza a verse entre sectores prósperos en otros lugares. Se refiere a la difusión de la idea y la realidad de la adicción. La noción de adicción se aplicaba originariamente solo al alcoholismo y al consumo de drogas. Pero ahora cualquier área de actividad puede ser invadida por ella. Uno puede ser adicto al trabajo, al ejercicio, a la comida, al sexo, incluso al amor. La razón es que estas actividades, y también otras partes de la vida, están mucho menos estructuradas por la tradición y la costumbre que antes.

Todo contexto de destradicionalización ofrece la posibilidad de una mayor libertad de acción de la que existía antes. Hablamos aquí de emancipación humana de las ataduras del pasado. La adicción entra en juego cuando la elección, que debiera estar impulsada por la autonomía, es trastocada por la ansiedad. A medida que la influencia de la tradición y la costumbre mengua a escala mundial, la base misma de nuestra identidad personal —nuestra percepción del yo— cambia. En otras situaciones, la percepción del yo se sustenta sobre todo en la estabilidad de las posiciones sociales de los individuos en la comunidad. Cuando la tradición se deteriora, y prevalece la elección de estilo de vida, el yo no es inmune. La identidad personal tiene que ser creada y recreada más activamente que antes. Esto explica por qué son tan populares las terapias y asesoramientos de todo tipo en los países occidentales. Freud inició el psicoanálisis moderno, construía un método para renovar la identidad personal. Lo que ocurre en el psicoanálisis es que el individuo revive su pasado para crear una mayor autonomía para el futuro. El conflicto entre adicción y autonomía constituye un extremo de la globalización. En el otro está el choque entre una actitud cosmopolita y el fundamentalismo.

Los fundamentalistas piden una vuelta a las escrituras o textos básicos, que deben ser leídos de manera literal, y proponen que las doctrinas derivadas de tales escrituras sean aplicadas a la vida social, económica o política. El fundamentalismo da nueva vitalidad e importancia a los guardianes de la tradición. Solo ellos tienen acceso al significado exacto de los textos.

El fundamentalismo, por tanto, no tiene nada que ver con el ámbito de las creencias religiosas o de otra clase. Lo que importa es cómo se defiende o sostiene la verdad de las creencias. El fundamentalismo no depende de lo que la gente cree sino, como la tradición en general, de por qué lo creen y cómo lo justifican. No se restringe a la religión.

Adopte la forma que adopte Giddens —religiosa, étnica, nacionalista o directamente política—, cree adecuado considerar el fundamentalismo como un problema. Contempla la posibilidad de la violencia y es enemigo de los valores cosmopolitas.

Sin embargo, el fundamentalismo no es solamente la antítesis de la modernidad globalizadora, sino que le plantea interrogantes. Todos necesitamos compromisos morales que trasciendan las preocupaciones y riñas triviales de nuestra vida diaria.

Transformaciones de la Familia en la Sociedad Contemporánea

De todos los cambios que ocurren en el mundo, ninguno supera en importancia a los que tienen lugar en nuestra vida privada. Las transformaciones que afectan a la esfera personal y emocional van mucho más allá de las fronteras de cualquier país.

Hay quizá más nostalgia del refugio perdido de la familia que de ninguna otra institución que hunda sus raíces en el pasado. Políticos y activistas diagnostican continuamente la crisis de la vida familiar y piden un retorno a la tradición.

La familia tradicional se parece mucho a un cajón desastre. Pero la familia en culturas no modernas tenía, y tiene, algunos rasgos que se encuentran más o menos en todas partes. La familia tradicional era, sobre todo, una unidad económica. En Europa las mujeres eran propiedad de sus maridos o padres —vasallos, como recogía la ley—.

La desigualdad entre hombres y mujeres se extendía, por supuesto, a la vida sexual. En la familia tradicional no eran solo las mujeres las que no tenían derechos, tampoco los niños. La ausencia de contracepción eficaz significaba que para la mayoría de las mujeres la sexualidad estaba, inevitablemente, vinculada estrechamente al parto.

Las actitudes hacia la homosexualidad también estaban regidas por una mezcla de tradición y cultura. Estudios antropológicos muestran que la homosexualidad, al menos la masculina, ha sido tolerada, o abiertamente aceptada, en más culturas de las que ha sido proscrita. Las sociedades que han sido hostiles a la homosexualidad la han condenado normalmente por considerarla intrínsecamente antinatural. Las actitudes occidentales han sido de las más extremas; hace menos de medio siglo la homosexualidad era considerada, en general, una perversión, y así venía descrita en manuales de psiquiatría. La separación entre sexualidad y reproducción es, en principio, total. La sexualidad, por primera vez, es algo a ser descubierto, moldeado, transformado. La sexualidad, que solía definirse tan estrictamente en relación al matrimonio y a la legitimidad, tiene ahora poca conexión con ello. No debemos ver la aceptación creciente de la homosexualidad solo como ofrenda a la tolerancia liberal. Es un resultado lógico de la ruptura entre sexualidad y reproducción.

Solo una minoría de gente vive ahora en lo que podríamos llamar la familia estándar: ambos padres juntos con sus hijos matrimoniales, la madre ama de casa a tiempo completo y el padre ganando el pan. El matrimonio y la familia se han convertido en lo que Giddens denominó en el capítulo I como instituciones concha; se llaman igual, pero han cambiado en sus características básicas. Hoy la pareja, casada o no, está en el núcleo de la familia. El matrimonio nunca antes se había basado en la intimidad —comunicación emocional—; por supuesto, esto era importante para un buen matrimonio, pero no su fundamento, para la pareja sí lo es. La comunicación es, en primer lugar, la forma de establecer el vínculo, y también el motivo principal de su continuación.

Hemos de reconocer la gran transición que supone esto. Emparejarse y desemparejarse son ahora una mejor descripción de la situación de la vida personal que el matrimonio y la familia.

En la familia tradicional el matrimonio era un poco como un estado de la naturaleza. Estaba definido como una etapa de la vida que la gran mayoría tenía que vivir. A los que permanecían fuera se les miraba con cierto menosprecio o condescendencia, especialmente a la solterona.

La posición de los niños en todo esto es interesante y algo paradójica. En la familia tradicional los niños eran un beneficio económico; hoy, por el contrario, en los países occidentales un niño supone una gran carga económica para los padres.

Hay tres áreas principales en las que la comunicación emocional y, por tanto, la intimidad están reemplazando los viejos lazos que solían unir las vidas privadas de la gente:

  1. Las relaciones sexuales y amorosas.
  2. Las relaciones padre e hijo.
  3. La amistad.

Para analizarlas, Giddens utiliza la idea de la relación pura, una relación basada en la comunicación emocional, en la que las recompensas derivadas de la misma son la base primordial para que la misma continúe. Estoy hablando de una idea abstracta que nos ayude a entender los cambios que se están produciendo en el mundo. Cada una de las tres áreas mencionadas tiende a aproximarse a este modelo. La comunicación emocional o intimidad se convierte en la clave de lo que todas ellas significan. Mostrarse es la condición básica de la intimidad. La relación pura es implícitamente democrática. Si uno observa cómo ve un terapeuta una buena relación, en cualquiera de las áreas mencionadas, es impresionante el paralelismo directo que hay con la democracia pública.

La relación pura se basa en la comunicación, de manera que entender el punto de vista de la otra persona es esencial. Hablar es la base para que la relación funcione; tiene que haber confianza mutua. Cuando se aplican estos principios emergen lo que Giddens llama una democracia de las emociones en la vida diaria. Lo que describe como una incipiente democracia de las emociones está en primera línea del conflicto entre cosmopolitismo y fundamentalismo.

La igualdad sexual no es solo un principio nuclear de la democracia. Es también relevante para la felicidad y la realización personal. Muchos de los cambios que está experimentando la familia son problemáticos y difíciles. Poca gente quiere regresar a los papeles tradicionales del macho y de la hembra o a la desigualdad sancionada legalmente.

La Democracia en la Era de la Información Global

Trataré de demostrar que la difusión de la democracia ha estado muy influida en los últimos tiempos por el avance de las comunicaciones globales.

La democracia es quizá el principio más poderoso del siglo XX. La democracia tiene muchas interpretaciones diferentes; por ello, la democracia es un sistema que implica competencia efectiva entre partidos políticos que buscan puestos de poder. En las últimas décadas, sin embargo, muchas cosas han cambiado, y de manera extraordinaria. Desde mediados de los años setenta, la cantidad de regímenes democráticos en el mundo se ha doblado con creces. Por supuesto, algunos Estados que dan el paso a la democracia no llegan a la democratización total, o dan la impresión de haberse atascado en el camino. Rusia es un claro ejemplo de muchos. Otros están simplemente restaurando lo que existía antes; Argentina y algunos otros países latinoamericanos habían tenido gobiernos democráticos en el pasado. Dado que muchos gobiernos democráticos han acabado siendo derrocados, no podemos estar seguros de la solidez de estas transiciones democráticas. Pero la democracia ha experimentado un avance casi igual de grande desde 1960 que durante más de un siglo antes de esa fecha. Una respuesta posible a ello es la que ofrecen los que tienen una visión triunfalista de la combinación occidental de democracia y libre mercado. Esto es, que los demás sistemas se han ensayado y fracasado. La democracia ha vencido porque es lo mejor. La democracia es lo mejor, pero esta no es la explicación más adecuada sobre el surgimiento de las olas recientes de democratización. Para tener una explicación mejor tenemos que resolver lo que llamaría la paradoja de la democracia.

En un mundo basado en la comunicación activa, el poder puro pierde arraigo. La revolución de las comunicaciones ha producido ciudadanos más activos y reflexivos que nunca. Son estas mismas tendencias las que, al mismo tiempo, producen desafección en las democracias maduras. La gente ha perdido, en efecto, mucha de la confianza que solía tener en los políticos y los procedimientos democráticos ortodoxos. No han perdido la fe, sin embargo, en los procesos democráticos. La gente se muestra más interesada en ella que antes, incluidas las generaciones más jóvenes. Lo que se necesita en los países democráticos es una profundización de la propia democracia. Lo llama democratizar la democracia. Se requiere una profundización de la democracia porque los viejos mecanismos del poder no funcionan en una sociedad en la que los ciudadanos viven en el mismo entorno informativo que aquellos que los gobiernan.

A medida que las tradiciones pierden fuerza, lo que antes parecía venerable y digno de respeto puede parecer, de la noche a la mañana, pintoresco o incluso ridículo. No es casual que haya habido en el mundo tantos escándalos de corrupción en los últimos años. De Japón a Alemania, de Francia y Estados Unidos al Reino Unido. En una sociedad abierta de la información son más visibles, y los límites de lo que se considera corrupción han cambiado. Democratizar la democracia significa una devolución efectiva del poder allí donde está fuertemente concentrado a nivel nacional. Significa tener medidas anticorrupción en todos los ámbitos.

También implica con frecuencia una reforma constitucional y buscar una mayor transparencia en los asuntos políticos. La gente se involucra más que antes en grupos y asociaciones. La democratización de la democracia depende también del fomento de una cultura cívica sólida. No debemos pensar que solo hay dos sectores en la sociedad —el Estado y el mercado, o lo público y lo privado—. En medio está la esfera de la sociedad civil, que incluye a la familia y otras instituciones no económicas. La sociedad civil es el terreno en el que han de desarrollarse las actitudes democráticas, incluida la tolerancia. Se ha comparado, atinadamente, una democracia que funciona bien con un taburete de tres patas: el gobierno, la economía y la sociedad civil han de estar equilibrados. Si una domina sobre otras, las consecuencias son nefastas.

No podemos dejar a los medios de comunicación fuera de esta ecuación, particularmente la televisión. La televisión y los otros medios tienden a destruir el propio espacio de diálogo que abren, a través de una trivialización y personalización de las cuestiones políticas. Las naciones y Estados-nación siguen siendo poderosos, pero se están abriendo grandes déficits democráticos entre ellas y las fuerzas globales que afectan a las vidas de sus ciudadanos. Para promover la democracia por encima del nivel de Estado-nación, Giddens se centra en las organizaciones transnacionales tanto como en las internacionales. Naciones Unidas es una asociación de Estados-nación, compromete escasamente la soberanía nacional, y su carta constitucional establece que no debe hacerlo.

La existencia de la Unión Europea introduce un principio fundamental de la democracia, vista contra el telón de fondo del orden global. La democracia parece florecer solo en tierra particularmente fértil, que ha sido cultivada a largo plazo. Según la tesis de Giddens, la expansión de la democracia está ligada a los cambios estructurales de la sociedad mundial. Pero por la promoción de la democracia, a todos los niveles, merece la pena luchar. Puede conseguirse. Nuestro mundo desbocado no necesita menos autoridad, sino más, y esto solo pueden proveerlo las instituciones democráticas.

Conclusión: Un Mundo en Constante Transformación

Todo el paquete de cambios ligados a la globalización son el objeto de este libro, en los que enfoca la globalización en sí, la cual está reestructurando nuestros modos de vivir, y de forma muy profunda. Esta influye en nuestra vida diaria tanto como en los acontecimientos que se suceden a escala mundial. Entra en juego el concepto de riesgo al descubrir las alteraciones del hombre en la era global que vivimos; es difícil encontrar algún aspecto en el que la ciencia y la tecnología no se hayan interiorizado. La acción del hombre es cada vez más evidente; el calentamiento global y sus consecuencias es un claro ejemplo de ello, y de todos los riesgos que esta supone.

Otro elemento fundamental es la familia tradicional, la cual está amenazada, está cambiando, y según el autor lo hará mucho más. Las instituciones concha comienzan a introducir la unión de pareja como comunicación emocional, comunicación pura de la intimidad, como fundamento de esta pareja, que por su paralelismo con el sistema democrático lo define como una democracia de las emociones en la vida diaria. En estos aspectos comunicativos difiere el matrimonio, el cual era más jerárquico. El autor refleja la similitud de la democracia con las parejas. Las tradiciones, como la religión, también experimentan grandes transformaciones, tradiciones muchas veces inventadas, reformuladas, por el continuo movimiento social-global. La transformación de estas tradiciones, destradicionalización, es la causa de la aparición de las adicciones, al tener el individuo más libertad de acción, mayor autonomía; estas se trastocan al estar condicionadas por la ansiedad. La tolerancia de la diversidad cultural y la democracia están estrechamente ligadas y la democracia se está extendiendo por el mundo. La globalización está detrás de la expansión de la democracia. En la democracia influyen los medios de comunicación en gran medida al llevar al pueblo la información estatal y mundial. La democracia ha sido el mejor sistema de gobierno y por ello se ha estado implantando y manteniendo, pero el autor sugiere que la democracia hay que democratizarla, una profundización de la propia democracia. Ir perfeccionándola a medida que el mundo desbocado va avanzando, para que esta se adapte a las nuevas circunstancias que nos surjan; implica a veces reformas constitucionales y buscar la mayor transparencia política posible.