Fui al colegio que había en frente de mi casa, llamado “Grupo Ramón Pelayo”, edificio que era muy antiguo pero muy bien construido y que procedía de los tiempos de la República; no recuerdo quien fue mi primer maestro, pero me dejo marcado profundamente uno llamado don Julián, que todos los días compraba unas raciones de pan para que pudiesen comer los niños beneficiados en el desayuno del colegio.

Recuerdos de maestros y actividades

También recuerdo a don Juan, que era futbolista, y que algunas veces se presentó a clase con sus botas de futbol en la mano ya que jugaban a espaldas de mi casa en los llamados “Campos Elíseos”. Era un muchacho joven y bien parecido, mientras que don Julián peinaba canas y calva pero recuerdo que era todo corazón.

En el colegio eran muy aficionados a hacer coros y nos situaban en las galerías, en tres o cuatro filas, y nos dirigían las canciones montañesas tal como “Aquella de la barca de Tolin”, que decía: “ que la barca de Tolin, que todito lo tiene bueno, que buen patrón, que buen probel, que buenos chicos marineros, una y una dos, dos y una tres, toma la palanca, saca la palanca, toma la palanca Andrés.”

A mi me gustaba mucho esta actividad y aprendí algunas canciones muy bonitas, siempre de la tierra.

Estudios y anécdotas

De cómo eran las clases no tengo nada mas que vagos recuerdos, puesto que duraron uno o dos años, pasados los cuales yo comencé a estudiar bachiller, el ingreso se hacia con 9 años, me preparó para el ingreso un amigo de mi padre llamado don Eduardo Parra, eran los tiempo en que se oía la canción de “La hija de don Juan Alba”.

Don Eduardo vivía escaleras urbanas arriba encima de una fabrica de caramelos, enorme fábrica, en la que los chicos embelesados veíamos pasar las enormes masas azucaradas de multitud de bellos colores.

Exigencias académicas

Por encima de esta fabrica, vivía don Eduardo, con su esposa María Luisa, que algún día que me tuve que quedar a comer en su casa, me puso un sabrosísimo puré verde, sobre el que flotaba limpiamente el aceite.

Cuando me quedaba a comer en su casa me preguntaba amablemente: “que quieres que hagamos de comer?”, a lo que yo respondía con firmeza:” Doña María Luisa, puré verde, es delicioso”.

Serian cosas de niño o no se muy bien, pero no he comido nunca cosa tan exquisita como la que hacia doña María Luisa.

Examen de ingreso al bachillerato

En el plano académico, don Eduardo, me exigía por dos carriles distintos, por el de profesor y por el de amigo de mi padre; recuerdo que para aprobar el ingreso del bachiller había que saberse toda la geometría plana y de volúmenes, todas las capitales del mundo, todos los ríos de España con sus afluentes por la derecha y por la izquierda, todos los pueblos importantes de cada provincia, las montañas mas importantes con sus picos mas altos, en fin, todo un contenido de sabiduría, que el bueno de don Eduardo hacia que me entrase si no por la cabeza, por las pantorrillas, donde me aplicaba un cuadradillo negro con bordes metálicos y que te obligaban a estudiar lo no sabido antes de que el recordatorio se hiciera con el cuadradillo, también había que saberse la gramática, el análisis morfológico completo y todo esto con 9 añitos.(3 faltas ortografía no aprobabas el ingreso al bachillerato)

Examen de ingreso al bachillerato

El examen era oral y publico, ante tres eminentes barbudos, íbamos pasando los alumnos, el paraninfo estaba completo, y al pasar de un profesor a otro y al preguntarme quien es Antonio Pérez, respondí:” un servidor”, con la carcajada unánime de la concurrencia y el sonrojo del profesor afectado que continuo diciendo con voz campanuda: “estamos en historia”. Yo me sabia quien era Antonio Pérez porque tenia mi mismo nombre, y entonces le di una explicación perfecta de quien era, como resultado aprobé el ingreso a bachiller. Y poco tiempo después fui al colegio de “Los hermanos Maristas, colegio El Salvador” ubicado en la plaza nueva, donde comenzó una nueva etapa de mi vida, el bachillerato.

Vida cotidiana y juegos

Antes de contaros mi vida en este colegio, os voy a contar como jugábamos los chicos en Santander: los juegos eran las bolas, el trompo, la pídola y el consabido futbol. Al principio con una pelota de periódico atado con cuerdas, luego paso a ser un calcetín y por ultimo apareció una pelota que venia de los barcos, no pesaba nada y se pinchaba con mucha facilidad, quedándose totalmente cuadrada. Pero así todo era suficiente para nuestras aficiones. Las bolas las metíamos en calcetines o en medias y el trompo estaba siempre dispuesto para dar picotazos o que se los dieran.

Los domingos, con mi padre, iba a misa después de la cual con unos cuantos amigos, íbamos al bar de Cayo para tomarnos una cerveza. A las cervezas, correspondía un platillo de almejas, que debían estar riquísimas, porque cuando me hicieron una indicación “de niño come” me lo tomé tan en serio que me tome todo el plato, con la correspondiente vergüenza para mi padre. Era un hombre sumamente comedido.

Vida cotidiana y anécdotas

Un día en misa, después de aguantar largo tiempo, noté como mis pantalones bombachos, se iban llenando. Yo pedía que me tragase la tierra, pero la tierra no me tragó y pude llegar a mi casa y deshacer el entuerto.

A los Maristas, llegué con los 9 años recién cumplidos, y cual fue mi sorpresa que había que vestir corbata y chaqueta, mas mi pantalón corto. Normalmente en quinto curso nos ponían a los chicos de largo, se entiende de pantalón largo, y había que conservar aquella dignidad que yo no fui capaz.

Mi chaqueta era de tela de uniforme de guardia civil teñida de azul y los pantalones normalmente eran grises, bueno pero ya llegaremos a ese episodio, cuando yo tenia 14 años.

En el día de hoy, el ejército español…no, no, no, yo estoy luchando contra el virus. Dejémoslo y volvamos a Santander. Luego regresaremos a Bilbao.

Descripción de la ciudad

Nuestro piso en Santander, como he dicho antes en la calle Calzadas Altas, hacia esquina con otra calle que bajaba hacia los campos Elíseos, como dije anteriormente, y en frente había una campa que correspondía, parece ser, al grupo escolar pero estaba sin vallar y los chicos nos reuníamos allí para jugar. Desde la campa, y mirando hacia abajo, había dos o tres grupos de escaleras que nos hacían llegar a la primera alameda, Santander tiene la primera y la segunda alameda.

El edificio del grupo Ramón Pelayo, por la parte trasera, mirando hacia a las alamedas, estaba rodeado por una cantidad enorme de moreras salvajes que eran nuestra ilusión y nuestro regocijo para recoger sus deliciosos frutos. Muchos metros de longitud y de altura que tenían aquellos macizos, hasta el punto de que hicimos túneles para poder meternos entre ellos y poder coger mejor sus frutos.

Recuerdos de la infancia

Desde nuestra casa saliendo a mano derecha, llegábamos a la cárcel y al cuartel de la guardia civil, por allí cerca había una bajada hacia la primera alameda y mientras mis padres veían algún articulo, Antonio Marín y yo, al lado de una rata muerta nos encontramos 1 duro, 5 pimpantes pesetas, fuimos ricos durante una temporada.

Las ferias se ponían en la primera alameda y un día la gente corría despavorida diciendo: “¡que llega el huracán!”, cayeron algunos hermosos arboles y hasta se desprendió una silla de las cadenas voladoras que había por entonces, con el consiguiente susto y pena de la chica que se mató. Echaban por entonces en el cine “imperio argentina en Tosca” e “Imperio Argentina en Goyescas” y se oía con frecuencia en los altavoces “la hija de don juan alba”, también por entonces la película “Morena clara” de imperio argentina y miguel ligero, que robaban los jamones y luego volvían a venderlos al sitio donde los habían robado.