El teatro isabelino inglés: Shakespeare

Con el reinado de Isabel I (1558-1603) termina una época de inestabilidad política en Inglaterra. El país vive una época de prosperidad económica y de afianzamiento de la monarquía que hará posible el gran florecimiento de las artes y las letras, particularmente del teatro. Siguiendo la tradición inglesa de apoyo a la escena, se fomentó la creación dramática y se estimuló la profesionalización de los actores. Otro factor importante fue la utilización de las posadas como lugar de representación. Se trataba de edificios redondeados o poligonales con un patio interior donde se efectuaba la representación. Esa estructura dio lugar, algo más tarde, a los futuros teatros estables, como The Rose o The Globe.

Como se puede apreciar, el teatro isabelino es muy parecido al español del Siglo de Oro, sin que hubiera conocimiento mutuo. Sus fines principales eran el negocio y el entretenimiento, pero los dramaturgos que hicieron posible ese gran fenómeno llamado “teatro isabelino” eran, como los de nuestro Siglo de Oro, escritores de primera calidad y amplia cultura. Sin embargo, también presentan llamativas diferencias: Shakespeare se pudo retirar a su pueblo, como tranquilo y próspero jubilado, tras escribir menos de cuarenta obras, mientras Lope de Vega escribió probablemente mil quinientas –se conservan “solo” unas quinientas- sin resolver con ello su vida (todas las semanas se cambiaba el cartel y una vez que el escritor vendía su obra a una compañía ya no le pertenecía). Un detalle, además muy importante: el teatro era de pago, pero en Inglaterra había dos taquillas, para el patio y para las galerías; una para la empresa y otra para el autor.

Las representaciones eran a primera hora de la tarde, con la luz del día: sin decorados, los ambientes quedaban sugeridos por el texto o encomendados a la imaginación del público. Los papeles femeninos, por un puritanismo un tanto absurdo, a diferencia del caso español, eran representados por muchachos.

Mucho menos espectacular que el teatro que estamos acostumbrados a ver en nuestros días, el isabelino fue un teatro en el que primaban la palabra y el actor. Además de entretenidas, las obras tenían sustancia, profundidad, pues trataban dilemas éticos, situaciones límite y formas extremas de conducta; ejemplo de ello son las escritas por Shakespeare.



Shakespeare (1564-1616)

Mucho se ha discutido (y se sigue discutiendo) sobre la biografía de este genio de las letras. De hecho, poco se sabe a ciencia cierta de su vida. Aunque algunos han hablado de sus orígenes humildes, lo cierto es que nació en el seno de una familia bastante acomodada de comerciantes y, contra lo que también se ha dicho, recibió una sólida formación humanista. Muy joven, William Shakespeare se marcha a Londres desde su ciudad natal, Stratford, para incorporarse a uno de sus teatros más concurridos, The Rose, donde comienza a trabajar como adaptador de viejas comedias. Años más tarde participaría en la fundación de The Globe.

Shakespeare supo alejarse, como Lope de Vega, del encorsetamiento de las normas aristotélicas, pues no respeta la división de géneros ni las reglas de las tres unidades. En sus dramas supo combinar con acierto la fina ironía y el tono burlón con las reflexiones más profundas, apoyado en unos personajes complejos por su carácter y dominados por pasiones que arrastran al espectador hasta la resolución del conflicto. La evolución del personaje en su forma de ser es un rasgo esencial del teatro de Shakespeare.

Sus obras más admiradas son las tragedias, entre las que destacan Hamlet, Macbeth, Otelo, El rey Lear y Romeo y Julieta. Sus comedias son igualmente ejemplares; destaca entre ellas El sueño de una noche de verano.

Macbeth

Es una de las tragedias más celebradas de Shakespeare. Trata sobre la ambición y reflexiona sobre la predestinación y el libre albedrío. Según la crítica, el autor actúa aquí como psicólogo, ofreciendo una descripción detallada del proceso que lleva desde la ambición al castigo, pasando por el crimen y la culpa. De todo ello son partícipes los dos miembros del matrimonio Macbeth.

La acción se desarrolla en Escocia. La fuente es histórica, la habitual en las obras de Shakespeare, muchas de ellas basadas en la Historia de la Gran Bretaña.

Tres brujas abren la obra, asegurando que pronto se encontrarán con Macbeth. Duncan I (que reinó entre 1034 y 1040) es informado de que su primo, el general Macbeth, ha derrotado al rey de Noruega y a nobles escoceses traidores. Duncan ordena dar a Macbeth el título de barón de Cawdor.



Macbeth vuelve victorioso de sus batallas, acompañado de su amigo Banquo. Se encuentran con las tres brujas, que saludan a Macbeth con su nuevo título y le pronostican que será rey. A Banquo le aseguran que será tronco de reyes (es el mítico miembro fundador de la dinastía Estuardo, cuyo primer rey inglés fue Jacobo I, en vida de Shakespeare). Unos enviados del rey anuncian a Macbeth que ha sido nombrado barón de Cawdor. Al ver confirmada la profecía, Macbeth encuentra dentro de sí la semilla de su pretensión al trono.

El rey anuncia que ha nombrado heredero a su primogénito Malcolm. Macbeth ve en este hecho una barrera para su ambición de reinar. Lady Macbeth recibe una carta de su esposo contándole todo, y decide que será ella quien arrastre a Macbeth hacia el mal para poder conseguir la corona. Macbeth llega a su castillo. Esa misma noche irá el rey para alojarse allí. Lady Macbeth aconseja a su marido que se comporte con amabilidad, para matarlo sin ser descubierto. Macbeth duda, pero su mujer le llama cobarde y le cuenta cómo lo harán: emborracharán a los dos guardias del rey y luego lo matarán con las armas de éstos, para que sean acusados del crimen.

Macbeth tiene la visión de un puñal ensangrentado que se suspende en el aire. Su mujer ya ha emborrachado a los guardias y Macbeth ya puede matar al rey. Con las manos ensangrentadas y algo aturdido, sale llevando las dagas asesinas. Ella le dice que debe dejarlas allí, pero él no quiere volver. Lo hace Lady Macbeth. Llaman a la puerta con fuertes golpes. El portero borrachín abre a los nobles Macduff y Lennox. Lennox comenta con Macbeth que la noche ha sido terrible, como presagiando conmociones. Macduff descubre el cadáver del rey. Macbeth mata a los dos guardias para que no hablen. Los dos hijos del rey Duncan, Malcolm y Donalbain, abandonan rápidamente el castillo sospechando lo que ocurre, así que son sospechosos de haber tramado el crimen. Macbeth es coronado.

Banquo también sospecha de Macbeth. Éste comenta que sus dos “sanguinarios primos” se han refugiado el uno en Inglaterra y el otro en Irlanda, sin confesar “su cruel parricidio”. Banquo sale al campo con su hijo Fleance, y Macbeth ordena a unos asesinos que maten a los dos. Banquo muere pero su hijo huye (posibilitando así la profecía de su estirpe de reyes). Macbeth vuelve a ver visiones: en la cena, el espectro de Banquo se sienta a la mesa señalándole.

Decide ir a visitar a las tres brujas para despejar sus miedos. Hécate (diosa griega de la hechicería) se reúne con las tres brujas, anunciándoles que provocarán la caída de Macbeth. Mientras, el rey de Inglaterra (Eduardo el Confesor, que gobernó entre 1045 y 1066), se ha aliado con el príncipe Malcolm, y Macduff también va hacia allí. Las brujas están haciendo un conjuro alrededor de un caldero y provocan diversas apariciones que hablan a Macbeth, aconsejándole guardarse de Macduff, asegurándole que ningún hombre dado a luz por mujer podrá dañarlo y profetizando que no será vencido hasta que el bosque de Birnam suba la colina de su castillo. Las brujas se desvanecen y, ya afuera, Lennox le cuenta que Macduff ha huido. Macbeth ordena matar a su mujer y a sus hijos. En el palacio real de Inglaterra, el príncipe Malcolm conversa con Macduff. Llegan noticias de Escocia: todo está patas arriba y la familia de Macduff, asesinada. Las tropas de Malcolm se disponen a salir hacia allí. En el castillo de Macbeth, una dama del servicio y el médico al que han llamado contemplan a Lady Macbeth, sonámbula, frotándose obsesivamente las manos para quitarse la sangre vertida por su culpa y confesando sus crímenes angustiada. Macbeth recibe noticias de la cercanía del ejército enemigo, pero confía en la profecía. Malcolm ordena que cada soldado coja una rama de árbol del bosque de Birnam para avanzar hacia el castillo sin que se pueda saber el número de sus tropas. Lady Macbeth muere y su marido entona un discurso sobre el absurdo de la vida. Un mensajero anuncia que el bosque de Birnam se está moviendo. Armado de temor y de valor, Macbeth ordena atacar. En la batalla, mata a un hombre y se jacta de que éste había sido engendrado por mujer. Luego se encuentra con Macduff, quien le revela que fue sacado del vientre de su madre (parto con cesárea) prematuramente. Macbeth maldice a los oráculos de doble sentido, se bate con Macduff y es vencido, su cabeza cortada y Malcolm proclamado nuevo rey de Escocia. Asistimos a una tragedia sangrienta que, no obstante, no es un mero juego escénico sobre el asesinato, sino más bien la representación de la lucha del protagonista contra sí mismo. El ambicioso Macbeth combate contra sus brotes de ética, venciendo siempre el lado oscuro humano. Las brujas refuerzan el carácter tenebroso de toda la trama. Lady Macbeth es el impulso necesario para hacer caer a su dubitativo marido en el abismo; y todo parece apuntar a la intención de dejar al espectador con la certeza de que el mal es un hecho de permanencia inevitable. Las adaptaciones cinematográficas más célebres son la de Orson Welles en 1948 y la más sangrienta de Roman Polanski en 1971. Akira Kurosawa trasladó la obra al Japón feudal en “Trono de sangre” (1957). Justin Kurzel dirigió en 2015 la última adaptación cinematográfica hasta la fecha.