Semana Trágica, anticlericalismo y fin del gobierno largo de Maura (1909)

En julio de 1909, en el contexto de la guerra de Melilla contra los rebeldes rifeños, el Gobierno conservador de Antonio Maura decidió aumentar el contingente militar en Marruecos con tropas reservistas, integradas en su mayoría por padres de familia de clase obrera que no podían pagar el canon fijado por el Gobierno para evitar la incorporación a filas. Los días siguientes, las protestas se extendieron por toda la geografía española, alcanzando una especial intensidad en Barcelona, donde el movimiento obrero tenía mayor fuerza. En estas circunstancias, a finales de julio republicanos, anarquistas y socialistas convocaron una huelga para el 26 de julio. Era el comienzo de la Semana Trágica de Barcelona, una protesta contra el reclutamiento militar que derivó en una violenta revuelta con levantamiento de barricadas, corte de líneas telegráficas, telefónicas y de ferrocarril y quema de iglesias, conventos y colegios religiosos que se extendió por diversas localidades catalanas. Ante esta situación, el Gobierno declaró el estado de guerra y reprimió duramente a los manifestantes, con un balance de más de setenta muertos y cientos de heridos. 

Como consecuencia de los sucesos de la Semana Trágica de 1909, en Cataluña los sindicatos fueron clausurados, las escuelas laicas echaron el cierre y miles de personas fueron detenidas, incluyendo más de cincuenta condenas de cadena perpetua y cinco penas de muerte. Uno de los ejecutados fue el pedagogo anarquista Francisco Ferrer i Guardia, fundador de la Escuela Moderna, que fue juzgado por un tribunal militar acusado de haber instigado las revueltas. Las injusticias cometidas durante el proceso contra Ferrer i Guardia, que fue condenado sin pruebas concluyentes, provocaron una oleada de protestas y manifestaciones en numerosas ciudades de Europa y América que dañaron la imagen del presidente Maura y empujaron a Alfonso XIII a destituirlo y nombrar nuevo presidente al liberal Segismundo Moret.

El protectorado español en Marruecos y el Desastre de Annual de 1921 

A lo largo del siglo XIX, los ejércitos españoles participaron en varios conflictos militares al norte de Marruecos, como la Guerra de África de 1860 o la Primera Guerra del Rif de 1894. Sin embargo, la ocupación efectiva del territorio no se concretó hasta la Conferencia de Algeciras de 1906, que asignó la colonización de Marruecos a España y Francia, y el posterior tratado de Fez de 1912, que delimitó los territorios del protectorado español, al norte (una estrecha franja pobre y montañosa); y del protectorado francés, al sur (mucho más grande y rico en recursos). No obstante, esta repartición no fue del agrado de las tribus rifeñas, que en 1909 atacaron a un grupo de trabajadores españoles de las minas de hierro del Rif (guerra de Melilla) y que en los años siguientes mostraron una férrea resistencia contra las autoridades españolas que alcanzó su punto culmen en 1921 con el Desastre de Annual. 

Esta humillante derrota fue el resultado de una operación mal planificada, liderada por el general Silvestre, que culminó con más de 11.000 soldados españoles muertos a manos de las milicias rifeñas de Abd-El-Krim, quien pretendía crear un estado independiente al norte de Marruecos: la República del Rif. El Desastre de Annual puso de manifiesto la deficiente organización del ejército español, lo que provocó duras críticas por parte de republicanos y socialistas, que llevaron el asunto al Parlamento y propiciaron la puesta en marcha de una investigación para depurar responsabilidades por el desastre militar. Las conclusiones fueron recogidas en el “Expediente Picasso”, un documento que acusaba de negligencia y corrupción a los altos mandos del ejército y al propio Alfonso XIII y que suscitó acalorados debates parlamentarios hasta que en septiembre de 1923 el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, dio un golpe de Estado, inició una dictadura y puso fin al proceso de depuración de responsabilidades.

La Primera Guerra Mundial y sus efectos en España (1914-1918) 

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) enfrentó inicialmente a Reino Unido, Francia y Rusia frente a Alemania y Austria-Hungría, en un conflicto de dimensiones gigantescas que se alargaría más de lo esperado y terminaría por convertirse en una conflagración internacional que se llevaría la vida de más de 20 millones de personas y que contaría con la participación de la mayoría de los países europeos y de otros tan lejanos como Estados Unidos, Brasil o Japón. En lo que respecta a España, al comienzo de la guerra la postura oficial fue de neutralidad, ya que el país carecía de motivos y de recursos para entrar en el conflicto, una posición compartida por la mayoría de los políticos liberales y conservadores y por importantes fuerzas de la oposición como los socialistas, los anarquistas o la Lliga Regionalista Catalana. Ahora bien, eso no significaba que no existieran simpatías hacia uno u otro bando: los llamados germanófilos, formados por los grupos más conservadores(la nobleza terrateniente, la alta burguesía, el clero, buena parte del Ejército, mauristas y carlistas), veían con buenos ojos la victoria de Alemania y Austria-Hungría, a los que consideraban como garantes del orden y la autoridad; al tiempo que los aliadófilos, integrados por los sectores más progresistas (republicanos, socialistas, nacionalistas, intelectuales y profesionales de clase media) preferían el triunfo de Francia y Reino Unido, representantes de la libertad, el derecho y la razón. Ninguno de ellos, en cualquier caso, lograría imponer su postura, y España permanecería neutral hasta el final de la guerra. 

Sin embargo, en el ámbito económico la situación fue muy diferente, con el país volcado hacia la exportación de todo tipo de productos a ambos bandos (hierro, carbón, alimentos, uniformes, armas, barcos…), lo que se tradujo en un gran desarrollo industrial que multiplicó los beneficios de los grandes empresarios. No obstante, este reseñable crecimiento económico no favoreció a la mayoría de la población, que hubo de hacer frente a la inflación (con el aumento del dinero en circulación, los precios aumentaron a un ritmo muy superior al de los salarios) y a la escasez de productos de primera necesidad (buena parte de la producción tenía como destino la exportación a los países en guerra), y ello sin olvidar el gran número de barcos mercantes que fueron hundidos por submarinos alemanes. Además, el fin de la guerra no hizo sino agravar la crisis económica, ya que las exportaciones cesaron de repente y muchas empresas quebraron. La consecuencia principal fue el aumento del paro y de la conflictividad social, así como el rápido incremento del número de afiliados a la UGT y la CNT, que durante el periodo comprendido entre 1917 y 1920 organizaron un gran número de huelgas y protestas. 

La influencia de la Revolución Rusa en España 

Otro de los grandes hitos de las primeras décadas del siglo XX fue la Revolución Rusa de octubre de 1917, que significó el triunfo de las ideas comunistas en Rusia. En los años siguientes, la revolución bolchevique pasó a ser el modelo de muchas organizaciones obreras de Europa, que deseaban poner fin al liberalismo político burgués y a la organización económica capitalista.

Como es natural, las ideas de la Revolución Rusa también impregnaron al movimiento obrero español, produciéndose una fractura dentro del socialismo (PSOE y UGT) entre los partidarios de las tesis reformistas y los defensores de la vía revolucionaria. Estos últimos defendían la incorporación del socialismo español a la Tercera Internacional, una organización comunista de carácter internacional fundada en Moscú en 1919 por iniciativa de Lenin con el objetivo de extender las ideas del comunismo a todos los países. Sin embargo, tras múltiples debates, los líderes del PSOE y UGT decidieron no ingresar en esta organización, dado el carácter autoritario y la falta de libertades de la nueva Rusia de los sóviets. Esta decisión llevó al sector más radical del PSOE a abandonar el partido y fundar en 1922 el Partido Comunista Español (PCE), que en la década de 1920 no pasaría de tener un carácter minoritario. No obstante, la influencia de la Revolución Rusa y la Unión Soviética sí alcanzaría cotas considerables en España durante la década de 1930, tal y como refleja la radicalización delsector del PSOE liderado por Largo Caballero en los años finales de la Segunda República (1931-1936) o

el protagonismo que llegaría a tener el PCE durante la Guerra Civil Española (1936-1939). Por otra parte, la extensión de lasideas revolucionarias portodo el Viejo Continente tras la Revolución Rusa fue percibida por la burguesía financiera y empresarial, así como por los sectores más conservadores de España, como una amenaza para el orden político, social y económico vigente. Por ese motivo, las élites llegaron al convencimiento de que había que propiciar algunas reformas preventivas, en la línea de la “revolución desde arriba” de Maura, así como adoptar duras medidas de represión contra el movimiento obrero en aquellos casos que revistieran una especial gravedad (huelga general indefinida de 1917, trienio bolchevique de 1918-1920, huelga de la Canadiense de 1919 o pistolerismo en Cataluña en 1919-1923). Esta mentalidad de las clases dominantes españolas no fue muy distinta a la de muchos otros países europeos, que ante el peligro revolucionario optaron cada vez con más frecuencia por soluciones políticas de carácter autoritario que culminaron en la década de 1920 con la implantación de dictaduras en Italia, Portugal, Grecia, Polonia o Hungría, todas ellas con notables rasgos en común con la dictadura de Primo de Rivera en España (1923-1930).