T9. La economía internacional en el último tercio del siglo XX

9.1. El fin de la expansión

A partir de 1973 se abre la etapa de transformaciones debidas, por un lado, a la crisis económica y a los cambios introducidos para superarla, y, por otro, a la crisis de los países de planificación centralizada. Con los siguientes resultados:

  • El cambio de prioridad de las políticas económicas, abandonando la defensa del pleno empleo para volver a la ortodoxia monetaria.
  • La globalización de las finanzas y su predominio sobre la economía mundial.

La crisis supuso una fuerte estagflación, o estancamiento económico (acompañado con el mantenimiento o incremento del desempleo) o inflación. En cambio, esos años fueron un momento de fuerte crecimiento para algunos países asiáticos.

1. La crisis del petróleo pone de manifiesto desajustes estructurales

El crecimiento posbélico se basaba en la relación real de intercambio favorable a los productos industriales respecto a los productos primarios, que permitía el desarrollo de sectores que exigían un uso intensivo de energía. Estos sectores se vieron fuertemente afectados por el aumento del precio del petróleo en 1973 como consecuencia de la guerra entre Israel y los países árabes.

Como medida de presión, el aumento de presión no tuvo una importante incidencia, ya que favorecía a los intereses de las grandes compañías petrolíferas occidentales.

1.1. El agotamiento de las bases del crecimiento de la época dorada

Hacia los años setenta, los elementos que habían impulsado el crecimiento desde la posguerra habían agotado gran parte de su potencial.

El resultado fue la reducción del incremento de la productividad y la disminución de los beneficios. La productividad creció durante toda la etapa, sin embargo, incluso antes de la crisis ya era descendente en gran parte de los países avanzados. Por lo tanto, los entornos nacionales e internacionales que habían proporcionado las bases del crecimiento dejaron de impulsarlo.

Los costes de producción habían crecido por el aumento de los salarios, debido a las fuertes presiones de los sindicatos con el objetivo de mantener y aumentar el poder adquisitivo de los trabajadores, erosionado por la inflación; además de mejoras en las condiciones de trabajo y medidas destinadas a frenar la contaminación.

A causa de la disminución de la productividad de los factores, el aumento de la competencia y la relativa saturación del mercado, el gran esfuerzo de equipamiento de los años 50 y principios de los sesenta fue sustituido por una demanda más pausada y más elástica. La liberalización comercial y financiera y la caída de los costes de transporte comportaban un aumento muy fuerte de la competencia, con precios muy inferiores porque procedían de países con salarios bajos.

Este conjunto de cambios provocó un descenso de las inversiones y la consiguiente reducción del ritmo de crecimiento.

1.2. Problemas de liderazgo estadounidense y fin del sistema de Bretton Woods

Hacia finales de los años sesenta, la economía estadounidense había perdido gran parte de la ventaja de innovación por el descenso de la inversión en investigación no militar. Las innovaciones logradas son escasas y la investigación civil se podría haber obtenido a un coste mucho más bajo. El resultado era que EE. UU.

La producción estadounidense solo era competitiva en productos innovadores y, en los años setenta, no generaba las suficientes innovaciones. Los productos estadounidenses podían ser imitados por otros países.

En 1971, Richard Nixon anunciaba la suspensión de la convertibilidad en oro del dólar y el fin del sistema de Bretton Woods. A partir de ese momento, dejaría de existir un sistema monetario organizado. La mayor capacidad de maniobra sobre su economía, tanto en el interior como en el exterior, generaba inflación tanto en el interior como en el exterior. Por otro lado, los intentos de estabilizar la producción conducían a una espiral inflacionista de aumento de precios-aumento de salarios.

2. El círculo vicioso: la estanflación

El aumento del precio del petróleo tenía como finalidad recuperar el valor adquisitivo de las exportaciones. El alza de precios de estas y de la energía se transmitió a los productos industriales, de modo que en 1978 hubo un segundo aumento del precio del petróleo destinado a volver a recuperar su valor adquisitivo.

El encarecimiento repentino del petróleo aceleró la inflación. En algunos países alcanzó dos dígitos anuales, resultando evidente que la crisis solo se podía resolver con medidas monetarias, fiscales y de rentas.

La crisis de los años setenta fue la crisis de encarecimiento de la oferta y de la caída de la rentabilidad empresarial. Ante esta situación, la disminución de la masa salarial real provocó la disminución de la demanda, de los beneficios de las empresas, y como resultado último, un aumento del desempleo, que aumenta más porque las empresas que pueden resistir dirigen las innovaciones al ahorro de los costes salariales.

Durante 1974-1984, el desempleo en Europa era más elevado que durante los años 30.

Otra consecuencia fue la redistribución de la riqueza mundial a favor de países que tenían una baja propensión al gasto, de modo que el aumento de su demanda exterior no compensó el descenso de la demanda interior de los países importadores, un hecho que provocó en ellos una crisis de producción y de empleo.

En un primer momento, la salida de la crisis se intenta manteniendo el instrumental keynesiano. Estas políticas amortiguaron la crisis y evitaron una espiral depresiva, pero exigían aumentos de impuestos y provocaban una disminución de beneficios, competitividad, e incremento de la inflación. El alza de los salarios producía más inflación y menos competitividad, tanto a nivel de empresa como estatal, y las políticas expansivas de incremento del gasto del estado aumentaban a la vez el déficit público y la inflación, de modo que hasta 1980 las altas tasas de inflación coexistieron con las tasas descendentes de crecimiento y de empleo.

3. Las respuestas ante la crisis

Como ante cualquier crisis, las soluciones más rápidas proceden de las políticas económicas.

La preocupación por el empleo y el reparto de la renta que presidieron la etapa de máximo crecimiento capitalista se han transformado en políticas preocupadas por el crecimiento, es decir, por la remuneración del capital.

3.1. Cambios de política económica

Se hizo evidente que la crisis no podía combatirse con las políticas económicas de la época dorada.

Las políticas económicas se centraron en la lucha contra la inflación a partir de restricciones de la oferta monetaria, aumento de los impuestos, restricción de las prestaciones sociales y desregulación de la economía.

Lo que era una respuesta para controlar la inflación se convirtió en una nueva ortodoxia económica dominada por el monetarismo y la escuela de las expectativas racionales. Consideraban que el mercado es la mejor forma de asignación de recursos, el desempleo una buena manera de regular la economía y la intervención estatal un estorbo en cualquiera de sus manifestaciones, incluso la política monetaria debía estar bajo control de los bancos centrales, supuestamente independientes de la esfera política.

En la segunda mitad de los ochenta se tomaron medidas de desregulación financiera y de reducción del impuesto sobre la renta, sustituido por impuestos indirectos. La finalidad era impulsar el ahorro para incentivar la inversión y la creación de puestos de trabajo. Además, se introdujeron medidas antimonopolísticas y de privatización de empresas públicas para obtener algún dinero extra para paliar el déficit presupuestario y hacer que los precios disminuyeran a través de la competencia.

Con el objetivo de obtener la estabilidad monetaria necesaria para dominar la inflación, se utilizaron diferentes políticas: la flotación libre de las monedas; estabilizar las cotizaciones a través del control de capitales; o para evitar desajustes en unas zonas determinadas, mantener las monedas en unas bandas de cotización.

La estabilidad monetaria se ve dificultada porque los nuevos medios de comunicación permiten aumentar en gran medida el volumen y la rapidez de los movimientos de los capitales: desde los años noventa el giro es instantáneo. Ante tales condiciones, las medidas de control resultan ineficaces y acaban aboliéndose.

En líneas generales, la flotación monetaria ha funcionado mucho mejor de lo que se esperaba. Los gobiernos han adoptado las medidas oportunas para evitar la fluctuación excesiva, al alza o a la baja, de sus monedas, a través de medidas tanto monetarias como fiscales.

Las políticas monetarias y liberalizadoras cumplieron a medias con sus objetivos y con grandes diferencias según el país. Aunque no mejoraron las tasas de crecimiento ni lograron rebajar el índice de desempleo, sí la situación de crecimiento débil y desequilibrado en la que continúa instalada la economía mundial.

Las consecuencias sociales de la desregulación y de la globalización no son un acercamiento de las condiciones laborales.

En la Europa occidental, los momentos de crecimiento económico duran poco y van seguidos de pequeñas recesiones. Hacer que prevalezca la remuneración del capital no posibilita un mayor crecimiento económico, ya que frena el crecimiento de la demanda.

El fin de la expansión europea coincide y está interferido por el crecimiento de los nuevos países industriales asiáticos. El cambio de coyuntura económica ha comportado un aumento del empobrecimiento de los países del tercer mundo.

3.1.1. La crisis del estado del bienestar

La adopción de medidas monetaristas significaba abandonar los objetivos de pleno empleo y la pretensión de mantener la renta real de los trabajadores.

El resultado fue un mercado de trabajo dual: protegido para los trabajadores existentes o que la empresa deseaba conservar y desregulado para el resto. No obstante, la regularización y las prestaciones sociales son mucho menos importantes en EE. UU.

La idea de que la desregulación laboral mejoraría el empleo debe considerarse un fracaso total: la inversión no ha sido suficiente y la innovación se ha centrado en técnicas de ahorro de trabajo, de modo que los índices de desempleo se mantienen elevados. Paralelamente, los sectores que continuaban siendo intensivos en trabajo, se produjeron desplazamientos hacia países con menor regulación y con costes salariales más bajos (los países asiáticos).

3.2. Innovaciones técnicas

Las mejoras tenían que proceder principalmente de la adopción de innovaciones técnicas.

El avance más importante se ha dado en el mundo de la computación y de las telecomunicaciones.

En su conjunto, estas innovaciones aún no han logrado un aumento de la productividad lo suficientemente fuerte como para generar una transformación profunda en la economía. La situación actual es de agotamiento de las capacidades de crecimiento de la segunda revolución tecnológica sin que las innovaciones de crecimiento presentes aún tengan el suficiente poder de transformación como para que podamos hablar de una tercera revolución tecnológica.

4. El crecimiento sincopado y desigual

A partir de 1973, el crecimiento es muy inferior a la etapa anterior, cayeron los países comunistas y crecieron enormemente los países industriales asiáticos. El crecimiento que se produjo en los países occidentales no fue sostenido, se alternaron momentos de crecimiento y recesión.

Los años setenta en los países industrializados se caracterizan por un crecimiento escaso, con unas tasas de tendencia decreciente y por un fuerte aumento del desempleo y de los precios. A partir de 1981, las tasas de crecimiento del PIB son ascendentes mientras que la inflación cae rápidamente, aunque el desempleo se mantiene alto y la recuperación no será de larga duración.

En general, el ritmo de crecimiento fue bajo, especialmente en Europa, que solo ha logrado mantener en poco menos de la mitad su renta per cápita. En EE. UU., durante los setenta, el crecimiento de su PIB per cápita era de los más bajos de los países industrializados.

Japón, después de la crisis de 1973, experimentó un crecimiento por encima de los países occidentales. Esto se debió al mantenimiento de unas elevadas tasas de inversión durante los setenta y ochenta, pero la restricción de los mercados interior y exterior llevó a una fuerte crisis de sobreproducción de la que aún no se ha recuperado totalmente a pesar de las medidas gubernamentales.

El modelo japonés ha encontrado imitadores: los países asiáticos de reciente industrialización como Singapur, Taiwán o Corea del Sur, han experimentado a partir de los años setenta un proceso parecido con un fuerte traslado de mano de obra del sector primario al secundario y terciario.

Las elevadas tasas se explican por la debilidad del punto de partida y especialmente por un mercado laboral con salarios bajos y escasa regulación. El crecimiento de los países asiáticos desde 1973 se puede dividir en dos etapas: la primera hasta 1985, de crecimiento más elevado que la segunda, que va hasta 1999, además de una recesión a finales de los años noventa.

De hecho, se trata de países diferentes entre ellos en muchos aspectos: Hong Kong y Singapur son ciudades-estado, centros financieros y puertos de intercambio en los que no existe prácticamente ninguna limitación para la actividad económica.

Taiwán y Corea del Sur son más grandes y poblados, con una industria…