Jean-Jacques Rousseau

El Ser Humano: Estado Natural vs. Sociedad

Para Rousseau, el ser humano no nació malo. Al contrario, en su estado natural, el hombre era bueno, libre, vivía en paz con los demás y se guiaba por su instinto de cuidarse a sí mismo (amor de sí) y por la compasión hacia otros. En ese estado, no había necesidad de compararse, ni de tener más que el otro, ni de dominar. Las personas eran felices con lo básico y no tenían deseos excesivos.

El problema comienza cuando el ser humano sale de ese estado natural y empieza a vivir en sociedad. En ese momento cambia. Ya no actúa solo por amor de sí —ese impulso sano de protegerse sin hacer daño—, sino que aparece algo nuevo: el amor propio. Este amor propio es artificial, nace en la sociedad y hace que las personas se comparen, quieran destacar, tener más cosas, ser admiradas. Este deseo de superioridad trae consigo la competencia, la envidia, el egoísmo y la insatisfacción.

Rousseau piensa que este cambio no es natural ni necesario. No es que el ser humano esté condenado a ser malo, sino que fue la sociedad, con sus desigualdades y reglas injustas, la que lo transformó. La historia, la cultura y la organización social fueron alejando al hombre de su verdadera naturaleza.

La Solución: Educación y Sociedad

Pero esto no significa que no haya salida. Como la maldad no es parte de la esencia del ser humano, sino que viene de afuera, es posible cambiar. Rousseau cree que hay dos caminos principales para corregir este desvío: la educación y una nueva forma de vivir en sociedad.

En su obra Emilio, o De la educación, Rousseau propone una educación distinta. No se trata de enseñar muchos datos o imponer reglas, sino de respetar el desarrollo natural del niño. La educación debe ayudarlo a crecer libre, a descubrir por sí mismo, a experimentar y a no dejarse corromper por las costumbres sociales que llevan al egoísmo. Con una educación así, se formarían personas libres, sensibles y capaces de vivir en armonía.

En resumen, Rousseau nos dice que el problema del ser humano no está dentro de él, sino en cómo la sociedad lo forma. La civilización ha creado deseos artificiales y desigualdades que lo alejan de su bondad original. Pero si cambiamos la forma en que educamos y organizamos la sociedad, podemos recuperar lo mejor de nuestra naturaleza. Así podríamos vivir de una manera más justa, más libre y más feliz.

Política: El Contrato Social y la Voluntad General

Para Rousseau, el problema de la política está muy relacionado con su visión del ser humano. Él piensa que el ser humano no es malo por naturaleza, sino que ha sido corrompido por la sociedad. Dentro de esa sociedad, las formas en que se ha organizado la política han sido una de las principales causas de injusticia y desigualdad.

En su tiempo, Rousseau veía que los gobiernos no estaban al servicio de todos, sino solo de unos pocos poderosos. La mayoría de las personas no eran libres, aunque lo parecieran. Estaban sometidas a leyes y autoridades que no habían elegido realmente. Por eso, en lugar de ser ciudadanos libres, eran súbditos. La política, que debería buscar el bien común, se había convertido en un instrumento de dominación.

La Búsqueda de la Libertad en Sociedad

Frente a esto, Rousseau se hace una pregunta fundamental: ¿cómo puede organizarse una sociedad de tal forma que sus miembros sigan siendo libres? Su respuesta es el contrato social. Este es un acuerdo entre todos los individuos para formar una comunidad donde todos participen y se respeten por igual. En este pacto, cada persona entrega una parte de su libertad natural (la que tenía en el estado de naturaleza) a cambio de una libertad civil, que es la libertad dentro de una comunidad justa.

Pero esta libertad civil no se entrega a un rey o a un gobierno particular, sino a lo que Rousseau llama la voluntad general. Esta voluntad general no es simplemente la suma de los deseos individuales, sino lo que el cuerpo político en su conjunto decide como lo mejor para todos. Cuando las leyes emanan de esta voluntad general, todos son libres, porque están obedeciendo reglas que ellos mismos, como parte del colectivo, ayudaron a crear.

Rousseau cree que los problemas políticos surgen cuando los gobiernos dejan de representar esta voluntad general y solo benefician a intereses particulares. Cuando esto ocurre, los ciudadanos se vuelven pasivos y pierden su libertad. Para evitarlo, propone una forma de democracia directa donde el pueblo soberano participe activamente en las decisiones importantes. Así, nadie puede imponer su voluntad sobre los demás y se garantiza la igualdad.

En resumen, el problema político, según Rousseau, radica en que las sociedades históricas se han organizado de manera injusta, creando relaciones de dominación. La solución está en construir una comunidad política basada en la participación de todos, la igualdad y una verdadera libertad colectiva. Si los ciudadanos son activos y la ley expresa la voluntad general, entonces todos pueden vivir como verdaderos ciudadanos, no como súbditos, y la política cumple su propósito: proteger la libertad de todos.

Dios y Religión: Crítica a la Intolerancia

Para Rousseau, la idea de Dios en sí misma no es el problema. Él cree en la existencia de Dios, en la inmortalidad del alma y en un orden universal que sugiere una causa primera. El problema, según él, radica en cómo las religiones organizadas han utilizado la figura de Dios para controlar, dividir y someter a las personas. En lugar de unir a la humanidad, a menudo la religión ha sido causa de guerras, odio e intolerancia.

Rousseau no rechaza la fe, pero critica duramente a las instituciones religiosas que se proclaman dueñas absolutas de la verdad. Se opone especialmente a la idea de que la salvación solo es posible dentro de una religión específica, ya que considera que este tipo de dogmatismo genera exclusión, desprecio y conflicto. Le preocupa que la religión deje de ser una experiencia íntima y espiritual para convertirse en una herramienta de poder político.

Religión Civil y Religión Natural

Por eso, propone dos formas alternativas de entender la religión:

  • Religión Civil: No se trata de una religión con dogmas, templos o sacerdotes específicos, sino de un conjunto de creencias básicas que todos los ciudadanos pueden compartir para asegurar la cohesión social y la convivencia pacífica. Estas creencias incluyen: la existencia de una divinidad poderosa e inteligente, la vida futura, la felicidad de los justos, el castigo de los malvados y la santidad del contrato social y las leyes. Su propósito es fomentar valores cívicos y el respeto mutuo. Lo único que la religión civil no tolera es la intolerancia religiosa, ya que considera que cualquier doctrina que afirme “fuera de nuestra iglesia no hay salvación” es perjudicial para el Estado.
  • Religión Natural: Es una fe sencilla e individual, basada en la razón y el sentimiento, que surge del corazón de cada persona sin necesidad de iglesias, escrituras o intermediarios. Para Rousseau, basta con observar la naturaleza, escuchar la propia conciencia y reconocer el bien y el mal para tener una relación directa y sincera con Dios. Esta religión es personal, libre y se centra en la moralidad interior.

En resumen, Rousseau cree en Dios, pero desconfía de las religiones institucionales que imponen sus doctrinas mediante el miedo y el poder. Para él, la verdadera fe es aquella que une a los seres humanos, promueve la justicia, el respeto y la convivencia armoniosa. La religión no debe servir para dominar, sino para inspirar a las personas a ser mejores y a construir una sociedad más justa.

Immanuel Kant

Teoría del Conocimiento: El Giro Copernicano

Immanuel Kant fue un influyente filósofo alemán de la época moderna y una figura central de la Ilustración. Defendía fervientemente que los seres humanos debían atreverse a pensar por sí mismos (Sapere aude!), usando su propia razón sin depender de autoridades externas. Para él, la Ilustración representaba la salida de una “minoría de edad” autoimpuesta, asumiendo la responsabilidad de pensar de forma autónoma. Kant distinguió dos usos fundamentales de la razón: el uso teórico, enfocado en conocer el mundo, y el uso práctico, orientado a determinar cómo debemos actuar moralmente. Aquí nos centraremos en su reflexión sobre el uso teórico de la razón, es decir, su teoría del conocimiento.

Los Límites del Conocimiento Humano

Kant se planteó la pregunta crucial: ¿podemos conocer algo más allá de lo que percibimos a través de nuestros sentidos? Esta cuestión es el núcleo de su obra magna, la Crítica de la razón pura, donde intenta responder: “¿Qué puedo conocer?”. Su objetivo era establecer los límites del conocimiento humano y determinar si la metafísica —el saber sobre realidades que trascienden la experiencia sensible, como Dios o el alma— era posible como ciencia.

En su tiempo, el debate filosófico estaba polarizado entre los racionalistas, que confiaban en la capacidad de la razón para alcanzar verdades metafísicas, y los empiristas, que sostenían que todo conocimiento proviene exclusivamente de la experiencia sensorial. Kant buscó superar esta dicotomía, sintetizando elementos de ambas corrientes. Reconoció la validez de la crítica empirista a las pretensiones desmedidas de la razón, pero también insistió en la importancia y persistencia de las preguntas metafísicas para el ser humano.

Juicios Sintéticos a Priori y el Idealismo Trascendental

Para investigar la posibilidad del conocimiento científico y metafísico, Kant analizó los tipos de juicios (proposiciones) que formulamos:

  • Juicios analíticos: El predicado está contenido en el sujeto (ej: “un triángulo tiene tres ángulos”). No amplían nuestro conocimiento.
  • Juicios sintéticos: El predicado añade información nueva al sujeto (ej: “este cuerpo es pesado”). Amplían nuestro conocimiento.
  • Juicios a priori: Su verdad es independiente de la experiencia; son universales y necesarios (ej: 7+5=12).
  • Juicios a posteriori: Su verdad depende de la experiencia; son particulares y contingentes (ej: “la mesa es marrón”).

Kant argumentó que los juicios más valiosos para la ciencia son los juicios sintéticos a priori, ya que amplían nuestro conocimiento (sintéticos) y son universales y necesarios (a priori). Consideró que las matemáticas y la física fundamental se basan en este tipo de juicios.

Para explicar cómo son posibles estos juicios, Kant propuso una revolución en la forma de entender el conocimiento, a la que llamó su “giro copernicano”: en lugar de suponer que nuestro conocimiento se adapta pasivamente a los objetos, postuló que son los objetos los que deben adaptarse a las estructuras de nuestra facultad de conocer. Por ello, su filosofía se denomina idealismo trascendental, ya que se centra en las condiciones a priori (trascendentales) que el sujeto impone para que el conocimiento sea posible.

Sensibilidad, Entendimiento y los Límites de la Razón

Según Kant, el conocimiento surge de la colaboración de dos facultades principales:

  1. Sensibilidad: La capacidad de recibir representaciones (intuiciones) a través de los sentidos. Organiza estas intuiciones mediante las formas a priori del espacio y el tiempo, que no derivan de la experiencia, sino que son las condiciones subjetivas que la hacen posible.
  2. Entendimiento: La facultad de pensar los objetos dados por la sensibilidad mediante conceptos. Organiza las intuiciones sensibles aplicando las categorías a priori (conceptos puros como sustancia, causalidad, unidad, etc.), que son las estructuras fundamentales del pensamiento.

Kant concluyó que el conocimiento científico (sintético a priori) es posible, pero está limitado al ámbito de la experiencia posible (los fenómenos). No podemos conocer las “cosas en sí mismas” (los noúmenos), es decir, la realidad tal como podría ser independientemente de nuestras facultades cognitivas. Ideas como Dios, el alma o el mundo como totalidad pertenecen al ámbito de la dialéctica trascendental. Aunque no podemos tener conocimiento teórico sobre ellas, estas ideas tienen un valor regulativo: sirven como ideales que orientan y unifican nuestra investigación, impulsando a la razón a buscar una comprensión cada vez más completa, aunque nunca podamos alcanzarlas como objetos de conocimiento.

Ética: El Deber y el Imperativo Categórico

Immanuel Kant, firme defensor de la Ilustración, entendía esta como la emancipación del ser humano de su “culpable minoría de edad”, es decir, la superación de la dependencia intelectual y la asunción del deber de pensar por sí mismo. Distinguió entre el uso teórico de la razón (conocer) y su uso práctico (determinar cómo actuar). Su ética se enmarca en este uso práctico.

Kant partía de la convicción de que todos los seres humanos poseen una conciencia moral básica, un sentido intuitivo del bien y del mal. Su objetivo no era crear una nueva moral, sino fundamentar racionalmente la moralidad existente y proporcionar un criterio claro para guiar nuestras acciones, especialmente en momentos de duda o conflicto interior. Sostenía que una acción posee valor moral genuino solo si se realiza por deber, es decir, por respeto a la ley moral misma, y no por inclinación, interés personal, búsqueda de placer o miedo al castigo. Actuar correctamente esperando una recompensa no es, para Kant, una acción moral en sentido estricto.

Crítica a las Éticas Materiales y Propuesta de una Ética Formal

Por esta razón, Kant criticó las éticas materiales, aquellas que basan la moralidad en la consecución de un fin o bien concreto (como la felicidad, el placer, la utilidad o la voluntad divina). Argumentaba que estas éticas:

  • Son empíricas y a posteriori: Sus preceptos dependen de la experiencia y varían según las circunstancias y los deseos individuales, por lo que no pueden ser universalmente válidas.
  • Son hipotéticas: Sus mandatos adoptan la forma “si quieres conseguir X, debes hacer Y”. La obligación moral está condicionada a un fin externo.
  • Son heterónomas: La ley moral no surge de la propia razón del individuo, sino que le viene impuesta desde fuera (por la naturaleza, la sociedad, Dios, etc.).

Frente a ellas, Kant propuso una ética formal, deontológica y autónoma. Esta ética no se centra en qué debemos hacer (el contenido o materia de la acción), sino en cómo debemos actuar (la forma). No establece fines, sino que se basa en un principio puramente racional que determina la moralidad de cualquier acción: el imperativo categórico.

El Imperativo Categórico y sus Formulaciones

El imperativo categórico es un mandato incondicional de la razón práctica. Su formulación principal es: “Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”. Esto significa que, antes de actuar, debemos preguntarnos si la regla (máxima) que guía nuestra acción podría ser aceptada y seguida por todos los seres racionales sin contradicción. Si universalizar nuestra máxima resulta imposible o indeseable racionalmente, entonces la acción es inmoral.

Kant ofreció otras formulaciones del imperativo categórico, considerándolas equivalentes:

  1. Fórmula de la humanidad como fin en sí mismo: “Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”. Exige tratar a todas las personas (incluido uno mismo) con respeto, reconociendo su dignidad intrínseca como seres racionales y autónomos, y no utilizarlas meramente como instrumentos para nuestros propios fines.
  2. Fórmula de la autonomía o del reino de los fines: “Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un reino universal de los fines”. Nos insta a actuar como si nuestras máximas fueran leyes en una comunidad ideal de seres racionales que se tratan mutuamente como fines en sí mismos.

Para Kant, el valor moral de una acción reside en la intención (la máxima) con la que se realiza, no en sus consecuencias. Por eso distingue entre actuar por deber (la única acción con valor moral) y actuar conforme al deber (realizar la acción correcta, pero por motivos distintos al respeto a la ley moral, como el interés o la inclinación).

Los Postulados de la Razón Práctica

Finalmente, Kant argumenta que, aunque no podemos demostrar teóricamente su existencia, debemos postular tres ideas como condiciones necesarias para que la moralidad tenga sentido:

  • La libertad: Si no fuéramos libres para elegir nuestras acciones, no seríamos responsables moralmente. La libertad es la condición de posibilidad del imperativo categórico.
  • La inmortalidad del alma: La perfecta conformidad de nuestra voluntad con la ley moral (santidad) es una tarea infinita, que requiere una existencia igualmente infinita para poder progresar hacia ella.
  • La existencia de Dios: Es necesario postular a Dios como garante del “sumo bien”, la unión final y perfecta entre la virtud (merecimiento de la felicidad) y la felicidad misma, algo que no siempre se da en este mundo.

Filosofía Política: Derecho, Estado y Paz Perpetua

Immanuel Kant, como exponente clave de la Ilustración, promovió la autonomía de la razón y la salida del ser humano de su “minoría de edad”. En su filosofía práctica, distingue claramente entre moral y derecho. Mientras que la moral se ocupa de la intención interna y exige actuar por deber, el derecho se centra en la legalidad de las acciones externas, regulando la convivencia social. El derecho no puede juzgar las intenciones, que son inaccesibles, sino únicamente la conformidad externa de los actos con la ley. Por ello, el Estado no debe legislar sobre la moralidad interna, sino garantizar el marco legal para la coexistencia de libertades.

El Principio Universal del Derecho

Kant sostiene que el derecho debe fundamentarse en un principio racional y formal: el principio universal del derecho. Este establece que “una acción es conforme a derecho (justa) cuando permite, o cuya máxima permite, a la libertad del arbitrio de cada uno coexistir con la libertad de todos según una ley universal”. En esencia, la función del derecho es asegurar que la libertad externa de cada individuo sea compatible con la libertad de todos los demás. Solo deben prohibirse aquellas acciones que impidan esta coexistencia de libertades. El objetivo es garantizar una sociedad de individuos libres e iguales bajo el imperio de la ley.

La Insociable Sociabilidad y el Contrato Originario

Este orden jurídico no surge espontáneamente. Kant describe la naturaleza humana a través del concepto de “insociable sociabilidad”: los seres humanos tienen una inclinación natural a vivir en sociedad, pero al mismo tiempo, poseen una fuerte tendencia al egoísmo y a imponer sus propios intereses, lo que genera antagonismo. Paradójicamente, esta tensión conflictiva es el motor que impulsa a la humanidad a desarrollar sus capacidades y a establecer un orden legal que regule la convivencia y permita el progreso hacia una sociedad racional.

Para establecer un Estado legítimo, Kant recurre a la idea del contrato originario. Este no es un evento histórico real, sino una idea regulativa de la razón: las leyes deben ser tales que puedan haber surgido del consentimiento unido de todo el pueblo. Un Estado fundado sobre este principio es un Estado republicano (entendido como un Estado de derecho), caracterizado por la separación de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial) y la garantía de los derechos ciudadanos (libertad, igualdad, autonomía). La política se concibe como la tarea de aproximar la realidad histórica a este ideal racional.

El Estado de Derecho y la Paz Perpetua

Kant subraya que la eficacia de un sistema legal justo no depende de la bondad moral de los ciudadanos. Afirma que incluso “un pueblo de demonios”, si fueran suficientemente inteligentes para entender sus propios intereses a largo plazo, podrían establecer una constitución justa. Lo crucial es el diseño adecuado de las instituciones y las leyes, que creen un sistema de contrapesos y garanticen la libertad externa de todos, independientemente de sus motivaciones internas. El derecho exige conformidad externa, no virtud moral.

Además, Kant defiende un Estado liberal que no imponga una concepción particular de la felicidad o del bien. El Estado no debe ser paternalista, tratando a los ciudadanos como menores de edad incapaces de decidir por sí mismos. Su función es garantizar las condiciones para que cada individuo pueda buscar su propia felicidad a su manera, siempre que no interfiera con la libertad de los demás para hacer lo mismo.

Extendiendo su filosofía del derecho al ámbito internacional, Kant abogó por superar el estado de naturaleza entre las naciones (caracterizado por la guerra) mediante el derecho. En su obra La paz perpetua, propone una federación de Estados libres que se comprometan a resolver sus disputas pacíficamente, respetando la soberanía interna de cada miembro. Su objetivo final es alcanzar una paz duradera basada en principios cosmopolitas y republicanos.

Dios: Entre la Razón Teórica y la Razón Práctica

Immanuel Kant abordó la cuestión de Dios diferenciando entre el uso teórico y el uso práctico de la razón.

Dios en la Razón Teórica: Incognoscible pero Regulativo

En la Crítica de la razón pura, Kant somete a crítica las pruebas tradicionales de la existencia de Dios (ontológica, cosmológica, físico-teológica) y concluye que ninguna es lógicamente concluyente. Sostiene que Dios, al igual que el alma y el mundo como totalidad, es una Idea de la Razón Pura que trasciende los límites de la experiencia sensible posible. Dado que nuestro conocimiento teórico requiere tanto conceptos del entendimiento como intuiciones de la sensibilidad, y no poseemos ninguna intuición sensible de Dios, no podemos tener conocimiento teórico sobre su existencia. La razón teórica no puede ni afirmar ni negar dogmáticamente la existencia de Dios.

Sin embargo, Kant argumenta que la Idea de Dios no es inútil. Tiene un importante valor regulativo para la razón teórica. Aunque no nos proporciona conocimiento de un objeto real, sirve como un principio heurístico que orienta nuestra investigación del mundo natural, impulsándonos a buscar la máxima unidad y sistematización en nuestro conocimiento, como si el universo fuera la obra de una inteligencia suprema. La razón tiene una tendencia natural a buscar lo incondicionado, y la Idea de Dios representa el ideal de una causa primera y fundamento último de toda realidad.

Dios en la Razón Práctica: Un Postulado Moral

Mientras que la razón teórica nos deja en la agnosticismo respecto a Dios, la razón práctica (la razón en su uso moral) le otorga un papel fundamental. En la Crítica de la razón práctica, Kant argumenta que la existencia de Dios es un postulado moral necesario. La ley moral, expresada en el imperativo categórico, nos manda buscar la virtud (la conformidad de nuestra voluntad con la ley moral). La razón práctica también nos lleva a aspirar al sumo bien, que consiste en la unión perfecta de virtud y felicidad. Sin embargo, en el mundo empírico, observamos que la virtud no siempre es recompensada con la felicidad.

Para que la búsqueda del sumo bien no sea irracional o vana, debemos postular la existencia de Dios como un ser omnipotente y moralmente perfecto que puede garantizar que, en última instancia (posiblemente en una vida futura, lo que requiere también postular la inmortalidad del alma), la felicidad sea distribuida en proporción a la virtud. Dios se convierte así en la condición de posibilidad de la realización del sumo bien.

Religión Racional

En La religión dentro de los límites de la mera razón, Kant desarrolla su concepto de religión racional o moral. Para él, la verdadera religión consiste en reconocer todos nuestros deberes morales como mandatos divinos. La religión no añade nuevos deberes a la moral, sino que refuerza la motivación para cumplir los deberes morales al considerarlos expresión de una voluntad santa. Kant critica las religiones basadas en estatutos, dogmas revelados y rituales (culto), defendiendo una fe puramente racional centrada en la disposición moral del individuo. Rechaza cualquier forma de obediencia ciega a supuestos mandatos divinos que contradigan la ley moral universal descubierta por la razón, como ilustra su crítica a la disposición de Abraham a sacrificar a Isaac. La verdadera religión debe promover la autonomía racional y la moralidad, no la sumisión heterónoma.