Desarrollo Emocional y Temperamento en la Infancia: Claves para Comprender a Niños y Bebés
La Naturaleza del Desarrollo Emocional
Sentir y expresar emociones, reconocer lo que sienten otros, y llegar a comprender y regular las propias emociones, son dimensiones fundamentales del desarrollo humano. La emoción se puede definir como una reacción subjetiva al ambiente que va acompañada por respuestas de orden fisiológico, experiencial y conductual, que por lo general se experimentan como placenteras o no placenteras.
En lo que se refiere a los bebés, la investigación transcultural informa también de grandes similitudes en las expresiones faciales de bebés de distintas culturas. No obstante, el carácter universal de la expresión y reconocimiento de las emociones no significa que su desarrollo no dependa estrechamente de la interacción social y el medio cultural.
Las investigaciones sobre las emociones del bebé suelen basarse en datos conductuales y de expresión facial. Para ello, se realizan registros observacionales. Mediante la filmación de las conductas del bebé frente a determinados acontecimientos y la posterior identificación de observadores ajenos, en ocasiones, se emplea complementariamente la medida del ritmo cardíaco.
Emociones Básicas o Primarias (Primer Año de Vida)
Por emociones primarias se entiende el repertorio de expresiones emocionales que está presente en todos los bebés, algunas desde el nacimiento y otras pocos meses después, y que incluyen la alegría, sorpresa, rabia, tristeza y miedo. Las emociones primarias o básicas son aquellas que pueden inferirse directamente a partir de las expresiones faciales del bebé.
En el recién nacido, la expresión emocional suele manifestarse de forma bipolar en dos estados generales: malestar y bienestar. El malestar o disgusto aparece, por ejemplo, cuando se inmoviliza al bebé. El bienestar se identifica por estados de sosiego y respuestas de atención, generalmente ante sonidos suaves.
- Alegría: Hacia los 3 meses surge la alegría, que al principio se expresa en forma de sonrisas y, más tarde, en risas y carcajadas. La sonrisa es una poderosa respuesta social que facilita el establecimiento de una relación afectiva entre el bebé y sus padres.
- Sorpresa: Es una respuesta que resulta más complicada de determinar en los primeros meses de vida. Una reacción de sorpresa debe ir acompañada de otros indicios. En todo caso, la sorpresa parece expresarse de modo inequívoco en torno a los 5-6 meses y suele surgir ante algo inesperado. Para que surja esta emoción, se requiere cierta capacidad para comparar lo que ocurre con lo que se esperaba.
- Rabia o Enfado: La expresión emocional de la rabia o enfado surge entre los 4 y 6 meses. Aunque desde el nacimiento hay reacciones al malestar que pueden confundirse con el enfado, a partir de los 4 meses empieza a aparecer la expresión de enfado.
- Tristeza: La expresión de tristeza surge alrededor de los 4 meses; su frecuencia es bastante menor que la del enfado. Los bebés empiezan a reaccionar con tristeza ante la retirada de algún estímulo positivo. Sin embargo, a menudo resulta complicado distinguir la tristeza del enfado, dado que pueden expresarse de forma muy similar.
- Miedo: Parece manifestarse un poco más tarde, durante la segunda mitad del primer año de vida. Sería necesario solo cuando el bebé tiene cierta autonomía para desplazarse y alejarse de sus cuidadores, lo que suele ocurrir cuando empieza a gatear.
Emociones Secundarias o Autoconscientes (a partir del Segundo Año)
Los niños comienzan a manifestar emociones secundarias o autoconscientes como la vergüenza, la timidez, la culpa y el orgullo. Estas emociones más complejas aparecen cuando el niño desarrolla la autoconciencia, es decir, la capacidad para reconocer sus propias acciones y para entender que son distintos de las otras personas; al darse cuenta de esto, serán capaces de pensar sobre sus acciones y juzgarlas.
Alrededor de los 18 meses surge la capacidad de simbolización. Prácticamente todos los autores coinciden en que estos avances repercuten en la vida emocional infantil; a partir de los 2 años se irán desarrollando las denominadas emociones secundarias o autoconscientes.
- Vergüenza: Lewin dice que antes de los 3 años, los niños sienten una genuina emoción de vergüenza ante ciertos hechos. Buss considera que la auténtica emoción de la vergüenza no aparece hasta los 5 años. Entre ambos extremos, Stipek considera que solo después de los 3 años se puede decir que los niños incorporan las normas adultas y evalúan su propia conducta, pues reaccionan emocionalmente ante sus logros y sus fallos.
- Culpa: Con el sentimiento de culpa las cosas son aún más complicadas. Para algunos, habría indicios de sentimiento de culpa en niños tan pequeños como de 2 años, mientras que otros autores consideran que no se expresa antes de los 4 años, cuando el niño puede comprender que ha sido responsable de una transgresión que ha tenido consecuencias negativas para otros.
Intentar determinar con precisión la edad en que surge cada una de las emociones autoconscientes puede ser una tarea poco fructífera y parece más interesante estudiar las formas que adoptan estas emociones en distintos momentos del desarrollo.
El Papel de las Prácticas de Crianza en la Influencia de la Culpa y la Vergüenza
Muchos estudios evolutivos se han ocupado de las prácticas de crianza que conducen de forma diferenciada a la culpa y a la vergüenza. Así, por ejemplo, la culpa suele originarse con más intensidad en familias donde se pone énfasis en las consecuencias del daño a los otros y en las obligaciones y la responsabilidad personal del niño, que en familias que reaccionan predominantemente con el castigo. Las primeras técnicas promueven la interiorización de normas y un sentido de culpa asociado con la reparación del daño.
En cuanto a la emoción de la vergüenza, es más probable que esta surja cuando los padres resaltan los errores que cometen sus hijos al intentar conseguir algo que cuando omiten una valoración del niño. La vergüenza puede llegar a ser particularmente aguda cuando, ante el error, los padres destacan las deficiencias del niño, promoviendo el sentimiento de que nunca será lo suficientemente bueno para conseguir sus objetivos.
La Autorregulación Emocional
En cada sociedad existe un conjunto de reglas de expresión emocional, culturalmente definidas, que especifican qué emociones se pueden o no se pueden expresar en determinadas circunstancias. Estas reglas son “códigos de conducta emocional” que los niños deben adquirir y emplear para relacionarse con otras personas y conseguir su aprobación.
La autorregulación emocional se refiere a las estrategias que utilizamos para ajustar la intensidad y duración de nuestros estados emocionales hasta alcanzar un nivel confortable que no impida la consecución de nuestros objetivos. Se supone que una buena autorregulación emocional durante los primeros años de vida contribuye a la autonomía y al desarrollo de habilidades de interacción social.
Durante los primeros meses de vida, el bebé prácticamente no tiene control sobre sus emociones. Son los cuidadores quienes regulan, desde fuera, las emociones del bebé, calmando su llanto, etc. Sin embargo, en los meses siguientes el bebé va desarrollando habilidades que le ayudan a disminuir la intensidad y duración de las emociones negativas.
Cuando el bebé empieza a andar, la regulación de las emociones sufre un cambio muy importante. Frente a situaciones o personas extrañas, el bebé tiene el recurso de huir de esa situación y evitar, así, la emoción desagradable. Pero la aparición del lenguaje y de las capacidades simbólicas son el logro más importante para el control de las emociones.
Por un lado, porque puede empezar a expresar lo que siente y conseguir, de este modo, una ayuda más eficaz del adulto. Pero, por otro lado, el niño va incorporando estrategias bastante sofisticadas para calmarse o controlar sus emociones: puede darse consignas verbales del tipo “esto no se hace, caca” para guiar su conducta e inhibirla.
Reconocimiento de las Emociones
Un procedimiento que se suele utilizar con niños de menos de 36 horas de vida consiste en que escuchen el llanto de otro niño, o bien una voz distorsionada que simula el llanto de un niño, o ningún sonido. Los niños que oyen el llanto de un niño real lloran también y muestran signos fisiológicos de ansiedad. Los niños expuestos al llanto simulado y al silencio lloran mucho menos y no se muestran incómodos.
A partir de estos resultados se puede concluir que los niños son capaces de reconocer y experimentar las emociones expresadas vocalmente por otros. Otra cuestión es cuándo comienzan los bebés a reconocer e interpretar las emociones que los demás expresan facialmente.
Aunque existe cierta controversia al respecto, sí se ha comprobado que los bebés de 3 meses prestan mucha atención y reaccionan de forma adecuada ante manifestaciones emocionales distintas. Discriminan las expresiones de alegría, tristeza o enfado de la madre.
Entre los 8 y los 10 meses de edad se manifiesta claramente esta capacidad para interpretar las expresiones emocionales de los demás con la aparición de las referencias sociales: cuando la situación es ambigua, los niños miran a su cuidador y utilizan la información que les proporciona la expresión emocional de este para evaluar dicha situación y regular su conducta. Posteriormente, estas referencias sociales se amplían a las demás personas.
Los niños se interesan por las emociones de los demás y los padres comienzan a explicar las causas de las emociones que experimenta el propio niño y las demás personas. Además, esta capacidad de identificar cómo se sienten los demás y de comprender por qué se sienten así es un aspecto fundamental de la cognición social que tendrá consecuencias para las interacciones sociales del niño a lo largo de su vida.
Temperamento
El Desarrollo del Temperamento
El temperamento puede definirse como un sistema coherente de procesos fisiológicos y psicológicos heredados que emerge pronto, pero que debe entenderse más como sesgo o tendencia que como determinación, pues el sistema es maleable. En la actualidad, la mayoría de los autores está de acuerdo con la idea de que cuando hablamos de temperamento nos estamos refiriendo a una serie de disposiciones individuales biológicamente determinadas que son relativamente consistentes a lo largo del tiempo.
Sin embargo, prácticamente nadie niega que tales disposiciones sufran la influencia del entorno físico y social del niño. Las experiencias sociales, la calidad del cuidado materno o las características del progenitor pueden modificar el funcionamiento biológico y, en consecuencia, el temperamento.
Las Dimensiones del Temperamento
Ha sido el llamado temperamento difícil el que más ha interesado a los investigadores, pues la investigación suele observar mayor relación entre las formas tempranas del perfil temperamental difícil y los ajustes posteriores de la personalidad del niño. Los bebés difíciles suelen presentar con más probabilidad problemas de conducta o ansiedad en edades posteriores que los bebés calificados de fáciles.
Sin embargo, no puede descuidarse un problema importante y es que resulta prácticamente imposible aislar los rasgos propiamente temperamentales del individuo de las reacciones que los otros tienen frente a él. Normalmente, un niño difícil provoca menos respuestas sociales positivas que uno simpático o fácil de tratar.
Estabilidad del Temperamento y Efectos a Largo Plazo
Las medidas de temperamento que se obtienen durante los primeros meses de vida se relacionan de forma débil o nula con evaluaciones posteriores de esas mismas medidas. Algunos estudios encuentran una mayor estabilidad, a corto plazo, en ciertas dimensiones temperamentales, a partir del primer año de vida.
Kagan encontró que los pequeños de 14 a 18 meses que habían mostrado una conducta inhibida en una serie de tareas de laboratorio también se mostraron cautelosos y temerosos en una evaluación realizada cuando tenían 4 años. Otras investigaciones encuentran todavía muy poca estabilidad de los rasgos temperamentales en estas primeras edades.
A partir de los 2-3 años se empieza a observar mayor concordancia a largo plazo entre el patrón temperamental desplegado durante la infancia y la conducta posterior. En un estudio longitudinal de varios años, Caspi analizó una muestra de más de 800 niños que evaluaron cada 2 años desde la infancia temprana hasta la adolescencia y encontraron rasgos de personalidad mostrados a los 15 y 18 años.
La Influencia del Medio Social
¿Por qué en algunos niños las características temperamentales cambian y en otros no? ¿Qué tipo de interacciones ocurren entre el temperamento y el medio social específico en el que se desenvuelve el niño?
Una respuesta tentativa es lo que algunos psicólogos han llamado la bondad de ajuste entre el patrón temperamental del niño y las características de su medio social y, en particular, de las personas que lo rodean. Los niños con un temperamento difícil no tienen por qué desarrollar una personalidad problemática si el medio físico y social se ajusta adecuadamente a sus necesidades y características.
Un niño difícil puede sufrir un cambio positivo en sus cualidades temperamentales si se le dan oportunidades como mayor flexibilidad para tomar sus decisiones, o respuestas más pacientes, tolerantes y comprensivas ante sus demandas. A la inversa, un niño fácil puede llegar a tener problemas de conducta si, por ejemplo, las demandas de sus cuidadores son excesivas e inapropiadas para su edad, o si estos son poco sensibles a sus necesidades.
Por otro lado, la bondad de ajuste temperamento-medio se puede ver afectada por cambios significativos en el contexto infantil. Sin necesidad de que existan estos cambios drásticos, las demandas del entorno generalmente varían a medida que los niños se hacen mayores, lo que en ocasiones produce un desajuste en el niño. Un buen ajuste temperamento-medio en una edad determinada no garantiza que, posteriormente, se mantenga, ni a la inversa.