Vida y muerte en la poesía de Miguel Hernández: Un análisis temático
LA VIDA Y LA MUERTE EN LA POESÍA DE Miguel HernándezNacido  en  1910  en  el  seno  de  una  familia  humilde,  el  oriolano  Miguel  Hernández  Gilabert  está considerado   como   uno   de   los   poetas   más   significativos   del   siglo   XX.   Aunque   cronológicamente pertenece  a  la Generación  del  36,  varios  factores  lo  relacionan  estrechamente  con la  del  27.  El  más importante  es  la fusiónde tradicióne innovaciónen  su  obra,  fruto  de  la  temprana  lectura  de  los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias. Podríamos decir que toda su producción es una constatación de la terrible definición del filósofo alemánHeidegger: “el hombre es un ser para la muerte”.En efecto, en la poesía de Miguel Hernández se da perfectamente un discurrir dramático que comienza con la vidamás elemental y balbuceante, una vidaonsciente y de ficción, que poco a poco, conforme se va configurando el sufrimiento y se va desarrollando la funesta historia personal del tragedia. La   mayor   parte  de   los primeros  poemascontieneun   soporte  de   cierta   despreocupación consciente,  de vitalismodespreocupado  y  hasta,  en  ciertas  ocasiones,  de optimismonatural:  en  esta época  su  vida  va  por  un  camino  (sueña  con  poder  vivir  para  dedicarse  a  la  poesía)  y  su  obra  por  otro (contempla el mundo desde la perspectiva de sus poetasleídos y admirados). Podríamos afirmar que el primer  espacio  poético  hernandiano  estaría  contagiado  por  la  idea  del  primer  Jorge  Guillén,  el  de Cántico, el de la armónía esencial, el que proclamaba que el mundo estaba bien hecho.En  su primera  etapa,  son  muchos  los  poemas  en  los  que  se  rinde  homenaje  a  la  naturaleza circundante con un júbilo casi exultante: las plantas, las piedras, los insectos, etc. Todo lo vivo es bello, todo  lo  vivo  inspira  una  gracia  contagiosa  y  sin  aristas.  Más  allá  de  la  vida  que  confiere  a  las  cosas,  el vitalismode Miguel Hernández percibe los objetoscomo si estuvieran vivos: la piedra amenaza, la luna se diluye en las venas, la palmera le pone tirabuzones a la luna, la espiga aplaude al día, a la vida. Aquí no  hay  poetizadora y literaria que representa una suerte de melancolía escritural.Las “heridas” hernandianas(“la de la vida, la del a sentirse en El (1936),cancionero de la pena amorosa, del sentimiento trágico del amor y de la idea  de  que  la  vida  es  muerte  por  amor.  El  toro  se  convierteaquíen  la  figura  que  representa  la coherencia de la voz del poeta: grito, mugido, rabia indisimulada, fracaso amoroso anunciado, presagio de  destrucción…En  las  composiciones  de  este  poemario,  la  vida  siempre  se  presenta  amenazada  por fuerzas incontrolables(el rayo, el cuchillo…) y el amor está marcado por un sino sangriento.Y es que en la poesía de Miguel Hernández, amor y muerte se plasman en los símbolos del toroy la sangre, a los que se  uneuna  constelación  de elementos  cortantese  hirientescomo  la  espada,  el  cuchillo,  el  rayo,  los cuernos o el puñal, instrumentos fulminadores para el poeta. Estos   instrumentos   del   cionan   alguna   suerte   de   herida adquieren   una expresividad  dramática,  agónica  y  desesperanzada  en  la «Elegía»dedicada  a  su  amigo Ramón  Sijé.  En ella  aparecen  unos  términos  que,  acompañados  por  sus  correspondientes  adyacentes,  configuran  un mosaico  de  rabiay  de malestarinconsolables: ‘manotazo duro’, ‘golpe helado’, ‘hachazo  invisible  y homicida’, ‘empujón brutal’,‘tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes’, ‘dentelladas  secas  y calientes’… Estos versos coléricoscontra la muerte, con el poeta andando sobre “rastrojos de difuntos”, nos  hablan  de  la  concepción  de  M.  Hernández  en  este  poemario  y  este  momento de  su  vida: vivir  es amar, penar y morir.Con lallegada de laguerra, la voz poética adquiere un tono combativo en Viento del pueblo (1937), donde la muerte se convierte en parte de la lucha por la victoria. Pero el optimismo inicial deriva  en  dolor  y pesimismo  porla  dilatación  y crudeza  del  conflicto  bélico.  Así  se  aprecia  en El hombre  acecha(1939),  donde  los  muertos  ya  no  son  héroes  sino  víctimas  y  donde  el  último estertor rige el destino de los oprimidos. Sin  embargo,  es  en Cancionero  y  romancero de  ausencias,  su  último  volumen, donde  los poemas  se  oscurecen  definitivamente  con  el desengañoy  la carenciade  todo.  La  muerte  de  su primer  hijo,  la  pérdida  de  la  guerra,  el  odio  de  la  posguerra,  la  condena  a  muerte,  la  posterior enfermedad  y  la  soledad configuran  este poemario  de  la  desolación,  cercano  a  la  desnudez  de  la verdad más dura y terrible. 
