La Primera República

El mismo día en que Amadeo I abandona España, el Congreso y el Senado proclaman la Primera República.

El Gobierno fue inicialmente liderado por el republicano Estanislao Figueras. Dados los graves problemas a los que se enfrentaba la joven república, Figueras convocó elecciones para mayo, en las cuales los republicanos federales consiguieron una amplia mayoría, con 346 de los 386 diputados en las Cortes.

El nuevo gobierno lo encabezó el federalista Francisco Pi y Margall. Su primer gran proyecto fue redactar una nueva Constitución Federal para España. El artículo primero de dicho proyecto establecía que la Nación española estaba compuesta por los siguientes estados:

  • Andalucía Alta
  • Andalucía Baja
  • Aragón
  • Asturias
  • Baleares
  • Canarias
  • Castilla la Nueva
  • Castilla la Vieja
  • Cataluña
  • Cuba
  • Extremadura
  • Galicia
  • Murcia
  • Navarra
  • Puerto Rico
  • Valencia
  • Regiones Vascongadas

Según este proyecto, el Senado se convertía en una cámara de representación territorial. Sin embargo, el fracaso en la aprobación y aplicación de esta constitución condujo a que en julio comenzaran las insurrecciones cantonales.

La revuelta cantonalista comenzó en la ciudad de Cartagena, que proclamó su propio cantón, ejemplo que fue seguido por numerosas ciudades del sur, este y parte del oeste peninsular.

Pi y Margall, impotente ante la difícil situación, dimitió. Le sucedió Nicolás Salmerón, cuya concepción de España era unitaria. Por ello, otorgó grandes poderes al Ejército, especialmente a generales como Arsenio Martínez Campos y Manuel Pavía. No obstante, ante la obligación de firmar sentencias de muerte, Salmerón también dimitió.

En septiembre, Emilio Castelar ocupó la presidencia, consolidando el giro hacia la derecha iniciado por su predecesor y procediendo a cerrar las Cortes. Cuando finalmente fueron reabiertas, el Parlamento optó por una moción de censura contra Castelar, lo que provocó la intervención del Ejército.

El 3 de enero de 1874, el general Manuel Pavía, acompañado de la Guardia Civil, irrumpió en las Cortes, disolviéndolas y poniendo fin a la fase federal de la República.

La República Presidencialista de Serrano

Tras la disolución de las Cortes, el general Pavía reunió a una serie de jefes políticos y generales para entregarles el poder. Figuras como Francisco Serrano, José Gutiérrez de la Concha, Juan Bautista Topete y Dámaso Berenguer, junto con diputados como Cristino Martos, Práxedes Mateo Sagasta y otros, acordaron que el nuevo Gobierno siguiera denominándose Poder Ejecutivo de la República. Se decidió nombrar presidente de la República al general Serrano, mientras que el Gobierno estaría presidido por Juan Zavala de la Puente e integrado por personalidades como Sagasta, Martos, Topete, José Echegaray, Pedro Nolasco Mosquera, Víctor Balaguer y Manuel García Ruiz.

De esta manera, la República no dejaba de existir formalmente, aunque adoptaba una forma diferente, con una base política constituida por la alta burguesía, la aristocracia, el clero y aquellos sectores de las clases medias y populares afectados por la inseguridad y el desorden que padecía el país. En su afán por concentrar las fuerzas políticas en apoyo a esta solución presidencialista, Serrano intentó recabar el apoyo de Antonio Cánovas del Castillo, principal valedor de la restauración alfonsina, y de Emilio Castelar, el más conservador de los republicanos. Sin embargo, ninguno aceptó la oferta, al no estar de acuerdo con dicha salida política.

Características del Régimen de Serrano

Serrano, quien había tomado como modelo al general francés Patrice de Mac Mahon y su papel en la Tercera República Francesa, otorgó una clara preeminencia al Ejército y procedió a disolver la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en España. A los pocos días de su instauración, se rindió el último reducto cantonalista: Cartagena. No obstante, persistía el grave problema de la Tercera Guerra Carlista, que entorpecía cualquier intento de estabilización política.

Desde enero de 1874, Bilbao se encontraba sitiada por los carlistas, y el Ejército liberal no había logrado romper el cerco. Serrano, asumiendo personalmente el mando del Ejército del Norte, pretendía conseguir una victoria militar que reforzara su posición política. Pero mientras en el Norte se combatía a los carlistas, en Madrid conspiraban activamente los alfonsinos, quienes contaban con un creciente número de partidarios entre los altos mandos militares. Generales como Gutiérrez de la Concha, Fernando Echagüe y Martínez Campos se mostraron, en abril de 1874, decididos partidarios del restablecimiento de una Monarquía encabezada por Alfonso, el hijo de Isabel II.

La Crisis Económica y Financiera

Si bien el gobierno presidido por el general Zavala se limitaba a capear el temporal militar y político, en el ámbito financiero tuvo que afrontar una situación crítica. La situación económica heredada de la Monarquía isabelina y agravada durante el Sexenio Democrático era extremadamente precaria. La deuda pública superaba con creces los ingresos anuales, y los gastos habían aumentado considerablemente tras el triunfo de la Revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, lo que dificultaba aún más el panorama.

La política económica, inicialmente bajo la dirección de Laureano Figuerola, se centró en implementar una serie de reformas para alcanzar gradualmente la nivelación presupuestaria. Para Figuerola, el principal obstáculo para la economía española había sido la política proteccionista de la era isabelina, que había frenado el desarrollo mercantil e industrial del país. A pesar de los intentos de reforma, los fondos públicos disminuyeron y las peticiones para el reembolso de billetes bancarios aumentaron, desencadenando una crisis bancaria con graves consecuencias para el régimen del general Serrano.

El Ocaso de la República y la Vía Alfonsina

El 3 de septiembre de 1874, Zavala dimitió y fue sustituido por Sagasta al frente del Gobierno. Este cambio, sin embargo, no logró frenar las conspiraciones alfonsinas. A finales de 1874, España había alcanzado un punto de máximo agotamiento político. Tras una Revolución, un régimen provisional, una Monarquía democrática (la de Amadeo I) y una República que, en su breve existencia, había transitado por dos fases muy distintas (federal y unitaria autoritaria), el régimen del general Serrano se mostraba falto de perspectivas y con un futuro incierto.

La rueda política estaba a punto de completar un giro de 360 grados. De nuevo, la Monarquía borbónica, en la figura de Alfonso XII, aparecía como la única salida viable ante los numerosos intentos frustrados de encontrar una solución política estable para el país, preparando el terreno para la Restauración.