Ética en San Agustín

Introducción

San Agustín, nacido en Tagaste en el año 354 y fallecido en Hipona en el 430, es una de las figuras más influyentes de la filosofía cristiana, especialmente durante la época de la patrística. Su obra representa un punto de transición crucial entre la filosofía clásica de la Antigüedad y la filosofía medieval. A través de sus escritos, Agustín fusiona el cristianismo con la filosofía platónica, creando una síntesis que dominará el pensamiento cristiano hasta la aparición de la filosofía tomista. En su ética, sostiene que la felicidad es el fin último de la conducta humana, entendida como la visión beatífica de Dios, alcanzable solo en la otra vida mediante la gracia divina.

Desarrollo

La ética agustiniana está inspirada por los ideales morales del cristianismo y acepta elementos procedentes del platonismo y del estoicismo. Compartirá con ellos la conquista de la felicidad como fin último de la conducta humana; este fin será inalcanzable en esta vida, solo podrá ser alcanzado en otra vida. Prevalece la inspiración cristiana al considerar que la felicidad consistiría en la visión beatífica de Dios, que gozarán solo los bienaventurados en el cielo, tras la práctica de la virtud. Hay que tener en cuenta que la gracia de Dios es necesaria para alcanzar tal objetivo.

La antropología está subordinada a la necesidad de justificar el origen y la naturaleza del mal. El origen del mal en el mundo no está en la materia. Tomará de Plotino el concepto de mal como privación; por tanto, el mal moral o el pecado consiste en la privación de un bien. San Agustín distingue entre:

  • Mal moral: la voluntad humana, con su capacidad de elección, es la que introduce el mal en el mundo cuando decide no actuar bien.
  • Mal físico: el dolor, las enfermedades… son consecuencia del mal moral.

El cristianismo sostiene que Dios pedirá cuentas al hombre de sus actos y le premiará o le castigará en la otra vida. Esta doctrina conlleva la defensa de la libertad humana: Dios solo puede pedirnos cuentas si somos libres de decidir entre el bien y el mal. San Agustín distingue entre dos conceptos:

  • El libre albedrío: es la capacidad que tiene el ser humano de obrar voluntariamente, y que a partir del pecado original está orientado hacia el mal.
  • La libertad: es la capacidad para hacer únicamente buen uso del libre albedrío. En eso consiste la auténtica libertad, que necesita de la gracia divina.

Conclusión

La ética de San Agustín se centra en la salvación a través de la gracia divina, necesaria para alcanzar la verdadera libertad y la felicidad en la visión de Dios. Define el mal como privación de un bien, con origen en la voluntad humana (mal moral), mientras que el mal físico deriva de este. La libertad auténtica, limitada por el pecado original, solo es posible mediante la gracia, que permite orientar el libre albedrío hacia el bien.

Antropología en San Agustín

Introducción

San Agustín, nacido en Tagaste en el año 354 y fallecido en Hipona en el 430, es una de las figuras más influyentes de la filosofía cristiana, especialmente durante la época de la patrística. Su obra representa un punto de transición crucial entre la filosofía clásica de la Antigüedad y la filosofía medieval. A través de sus escritos, Agustín fusiona el cristianismo con la filosofía platónica, creando una síntesis que dominará el pensamiento cristiano hasta la aparición de la filosofía tomista. Su antropología considera al hombre como Imago Dei, creado con voluntad, amor, racionalidad y libre albedrío. Sin embargo, el pecado original degradó esta imagen divina, enfrentando al alma inmortal y superior con el cuerpo, considerado inferior y corruptible.

Desarrollo

Tiene una concepción dualista del ser humano: es un compuesto de alma y cuerpo. Valora al alma como la parte superior y más digna del ser humano y tiene una concepción peyorativa del cuerpo. El alma es una sustancia espiritual, simple e inmortal (Platón en Fedón). Asume todas las funciones cognitivas: inteligencia, memoria y voluntad, adquiriendo esta última especial protagonismo en su pensamiento, ya que es considerada una función superior al entendimiento (por la memoria sabemos quiénes somos, por la inteligencia conocemos y por la voluntad queremos).

En cuanto a la relación entre alma y cuerpo, dirá que el alma es el principio que da vida al cuerpo y es superior a él. Esta idea de inferioridad del alma respecto al cuerpo es una herencia platónica. No obstante, a diferencia de Platón, está obligado por el cristianismo a mantener la unión de cuerpo y alma en el hombre. Además, niega la teoría platónica de que el alma es colocada en el cuerpo como un castigo por faltas cometidas. Para San Agustín el cuerpo es la prisión del alma a causa del pecado original, del que habrá que liberarse.

El alma es inmortal, pero no eterna. Los argumentos para defender la inmortalidad proceden del platonismo: el alma no tiene partes, por lo que es indestructible. San Agustín explica su origen considerando dos posiciones:

  • Creacionismo: Dios crearía el alma con ocasión de cada nacimiento de un ser humano (esta teoría plantearía problemas a la hora de explicar el pecado original).
  • Generacionismo: el alma se transmitía de padres a hijos (de este modo se podría explicar la transmisión del pecado original, pero plantearía el problema de unidad y simplicidad del alma individual).

Conclusión

La teología cristiana define al ser humano como un compuesto de alma inmortal y cuerpo, considerando el alma superior por sus funciones cognitivas. Los debates sobre su origen oscilan entre el creacionismo divino y el generacionismo humano, vinculando este último al pecado original.

Política en San Agustín

Introducción

San Agustín de Hipona (354-430), nacido en el norte de África, reflexiona en La Ciudad de Dios sobre la historia como una lucha entre el bien y el mal, simbolizada por la Ciudad de Dios (Jerusalén) y la Ciudad Terrenal (Babilonia). La historia es lineal y culmina en la salvación eterna. Solo un Estado cristiano, guiado por los principios transmitidos por la Iglesia, puede lograr verdadera justicia, destacando la superioridad de la Iglesia sobre el poder político.

Desarrollo

Esta obra constituye una reflexión acerca de la historia desde el punto de vista cristiano. El Nacimiento de Cristo marca los tres tiempos históricos: el pasado, el presente y el futuro. La historia, y por tanto el tiempo, viene a ser como una línea que progresa desde la Creación a la llegada del reino de Dios. Esto supone una concepción lineal del tiempo, frente a la concepción cíclica de los griegos.

En esta obra San Agustín parte de la concepción de la historia como resultado de la lucha de dos ciudades: la del Bien y la del Mal.

  • La Ciudad de Dios: fundada por Abel, sobre ella reina Dios. Se trata de una ciudad interior, espiritual, constituida por todos aquellos que aman a Dios. Sus miembros peregrinan por este mundo a la espera de su reencuentro con la Divinidad en el más allá; buscan la gloria de Dios y están unidos por la caridad.
  • La Ciudad Terrenal: simbolizada por Babilonia o la Roma pagana, debe su fundación a Caín, y sobre ella reinan el demonio, las tinieblas y el mal. Está formada por aquellos que anteponen el amor propio. Su unión es forzada y, para garantizar el orden, necesita ejercer la violencia.

Esta lucha continuará hasta el final de los tiempos y triunfará la Ciudad de Dios, apoyándose San Agustín en los textos sagrados del Apocalipsis para defender su postura. Se trata de una lucha colectiva a la vez que individual.

San Agustín acepta que la sociedad es necesaria para el individuo; sus instituciones, como la familia, se derivan de la naturaleza humana. Defiende que solo en un Estado cristiano puede haber verdadera justicia. La Iglesia debe transmitir sus principios al Estado y, por tanto, es superior a él: esto justifica la intervención de la Iglesia en la sociedad civil. Esta oposición será utilizada posteriormente para defender la prioridad de la Iglesia sobre los poderes políticos.

Conclusión

En conclusión, San Agustín defiende que el gobierno debe estar en manos de los elegidos por Dios, con la Ciudad de Dios como meta final. Su visión resalta la salvación eterna como el propósito último de la historia y la política, fundamentando la intervención de la Iglesia en los asuntos civiles y su superioridad frente al Estado en la Edad Media.