Conceptos Clave de la Guerra Civil y el Franquismo

Autarquía

Política económica proteccionista que pretende la supresión de las importaciones y lograr el autoabastecimiento del país. Implica un alto grado de intervención estatal en la economía. Autosuficiencia.

Brigadas Internacionales

Unidades militares compuestas por voluntarios extranjeros que acudieron a España a luchar en el bando republicano durante la Guerra Civil (1936-1939), pues entendían que la democracia estaba amenazada por el fascismo.

Éxodo Rural

Se refiere a la emigración, generalmente de gente joven, del campo a la ciudad en busca de mejores oportunidades de vida y trabajo. Este proceso es muy antiguo, pero se aceleró con la Revolución Industrial y, sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo XX. En España, tuvo su auge en la década de los 60, durante el desarrollismo franquista.

Internacionalismo (en la Guerra Civil Española)

Se refiere a la intervención de potencias extranjeras en la Guerra Civil Española, mediante el envío de armas, municiones, combatientes, asesores militares, o apoyo financiero, diplomático o logístico a ambos bandos. Fue un aspecto relevante del conflicto civil español y representó un factor de gran importancia tanto en su desarrollo efectivo como en su desenlace final.

Legión Cóndor

Fue el nombre dado a la fuerza de intervención mayoritariamente aérea que la Alemania nazi (III Reich) envió en ayuda de las fuerzas sublevadas de Franco para luchar en la Guerra Civil Española. Es especialmente conocida por su participación en bombardeos como el de Guernica y Durango.

Maquis

El maquis fue el conjunto de movimientos guerrilleros antifranquistas que operaron en España, principalmente en zonas rurales y montañosas, tras la Guerra Civil. Comenzaron a actuar ya durante la contienda y tuvieron su apogeo entre 1945 y 1947, con la esperanza de una intervención aliada tras la Segunda Guerra Mundial. La dura represión franquista fue terminando paulatinamente con sus partidas o grupos. Solían esconderse en zonas escarpadas y de difícil acceso.

Mercado Negro (Estraperlo)

Mercado clandestino donde se realizan transacciones de bienes al margen de la legalidad o de los controles oficiales, generalmente a precios elevados. En la posguerra española, ante la escasez de alimentos y productos básicos provocada por la autarquía y el racionamiento, el mercado negro, conocido popularmente como estraperlo, creció espectacularmente.

Miliciano/a

Persona que forma parte de una milicia, es decir, una organización ciudadana con estructura militar, pero que no pertenece al ejército regular. En el contexto de la Guerra Civil Española, se trató de civiles, hombres y mujeres, que se unieron voluntariamente a las milicias populares para defender a la República, especialmente en los primeros meses del conflicto. A menudo carecían de instrucción militar formal y la recibían en los propios frentes. Destacaron los milicianos vinculados a partidos políticos y sindicatos obreros, como la CNT-FAI o la UGT.

Nacionalcatolicismo

Es la denominación con la que se conoce a una de las principales señas de identidad ideológica del régimen franquista. Se caracterizó por la estrecha unión entre el Estado y la Iglesia Católica, otorgando a esta última un fuerte poder e influencia sobre la política, la sociedad, la moral pública y, especialmente, la educación.

Racionamiento

Sistema de regulación y distribución controlada por las autoridades de alimentos, bienes de consumo y otros productos considerados básicos, especialmente en periodos de escasez. Durante la posguerra española, el Estado repartía los víveres entre la población a través de las cartillas de racionamiento que poseía cada familia.

Tecnócratas

Políticos y altos funcionarios que, especialmente a partir de finales de los años 50 durante el franquismo, accedieron a puestos clave en la Administración Central del Estado debido a su perfil técnico y profesional (juristas, ingenieros, economistas), en detrimento de los políticos más ideologizados de Falange. El gobierno de 1957 inauguró la llamada “época tecnócrata” en el franquismo, muchos de ellos vinculados al Opus Dei, y fueron los artífices del Plan de Estabilización y el posterior desarrollismo económico.

Paz, Piedad y Perdón: El Discurso de Manuel Azaña (18 de julio de 1938)

Relevancia de la Fuente

Se trata de una fuente primaria de contenido político. Es un documento público (un discurso) con un destinatario colectivo (todos los españoles). Fue pronunciado por Manuel Azaña, entonces presidente de la República, el 18 de julio de 1938, en el segundo aniversario del inicio de la Guerra Civil. Su valor reside en que, a través de él, podemos conocer las ideas de Azaña sobre la necesidad de reconciliación nacional y la urgencia de negociar una paz para poner fin al conflicto, en un momento en que la situación militar era muy desfavorable para la República.

Ideas Principales del Discurso

En el discurso, Manuel Azaña expresa la necesidad imperiosa de la reconciliación nacional como única salida a una guerra que ya considera prácticamente perdida por los republicanos y agotada en sus motivaciones iniciales (“la guerra está agotada en sus móviles”).

Aparece un emotivo llamamiento a la reconciliación nacional, interpretándola como la voluntad de los muertos en la guerra, que debe conducir a la paz, piedad y perdón: “que escuchen a los caídos en la batalla”, sin hacer distinción entre las víctimas de uno u otro bando. Son claras sus ideas de rechazo profundo a la guerra, tanto en el presente como hacia el futuro. También encontramos un elogio a la generosidad y el sacrificio de los caídos en combate: “hombres que han caído (…) por un ideal grandioso”.

Observamos la vinculación de la Guerra Civil con el complejo contexto internacional de la época: “es una guerra (…) contra la nación española entera”. Para el presidente de la República, el conflicto se estaba prolongando innecesariamente, en parte, por culpa de la intervención de países extranjeros. Se puede interpretar que Azaña veía la Guerra Civil como un preludio o un campo de pruebas de una futura Segunda Guerra Mundial.

La reconstrucción política y moral de España, según Azaña, debía hacerse sobre la base de una paz que evitara futuros enfrentamientos y que fuera construida por todos los españoles, sin vencedores ni vencidos en espíritu.

Azaña intuye el peligro del caudillismo y de las soluciones personalistas para el futuro del país: “la reconstrucción (…) no se podrá fiar al genio personal de nadie”.

El texto es una dramática llamada a poner fin a la guerra mediante un armisticio y negociaciones (no una rendición incondicional) y una implícita petición de amnistía y generosidad para superar el odio.

Contexto Histórico del Discurso

Tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936, Manuel Azaña asumió la presidencia de la Segunda República Española (mayo de 1936 – febrero de 1939). El fracaso parcial del golpe de Estado militar del 17 y 18 de julio de 1936 dio paso a una larga y cruenta Guerra Civil en la que los sublevados, liderados por el general Franco y apoyados militarmente por la Alemania nazi y la Italia fascista, fueron consolidando su control territorial mientras el ejército republicano, a pesar de su resistencia, perdía fuerza y apoyos internacionales efectivos.

En julio de 1938, momento del discurso, los franquistas habían ocupado la franja norte de la península, habían dividido en dos la zona republicana al llegar al Mediterráneo por Vinaroz y dirigían su ofensiva hacia Valencia, entonces capital de la República. La guerra parecía perdida para la República, pero el gobierno de Juan Negrín, respaldado por los comunistas y otros sectores, abogaba por la resistencia a ultranza (“resistir es vencer”), con la esperanza de que el conflicto español se integrara en una conflagración europea más amplia que consideraban inminente. Sin embargo, Franco solo aceptaba la rendición incondicional.

Pocos días después del discurso, el 25 de julio de 1938, comenzó la Batalla del Ebro, el mayor y más sangriento enfrentamiento de la guerra, con el que la República intentó cambiar el curso del conflicto. Sin embargo, el contexto internacional no favoreció su causa: las potencias democráticas occidentales (Reino Unido y Francia) mantenían su política de No Intervención y, con el Pacto de Múnich (septiembre de 1938), cedieron ante el expansionismo nazi, frustrando las últimas esperanzas republicanas de una mediación internacional o un cambio en la correlación de fuerzas.

A finales de 1938, Franco lanzó su ofensiva final sobre Cataluña, ocupando Barcelona el 26 de enero de 1939 y poco después Gerona. Esto provocó un éxodo masivo de unas 500.000 personas hacia Francia, incluido el propio Azaña y gran parte del gobierno republicano. Negrín intentó organizar la resistencia en la zona centro-sur, esperando una guerra mundial que brindara apoyo a la República, pero en marzo de 1939, el coronel Casado protagonizó un golpe de Estado en Madrid contra el gobierno de Negrín, con el objetivo de negociar la paz con Franco y evitar más derramamiento de sangre.

El 1 de abril de 1939, Franco firmó el último parte de guerra: la Guerra Civil había terminado con la victoria de los sublevados y la rendición sin condiciones de la República. Las peticiones de reconciliación de Azaña no prosperaron, y la posguerra estuvo marcada por una dura represión, el exilio de cientos de miles de españoles y la persecución sistemática de los vencidos.

Mujeres Rapadas: Símbolo de la Represión Franquista

Identificación de la Fuente Iconográfica

Se trata de una fuente primaria de tipo iconográfico. Es un registro fotográfico que nos proporciona información valiosa de contenido político y social sobre la Guerra Civil Española o los inicios de la posguerra. Muestra a un grupo de mujeres con el pelo rapado en el pueblo toledano de Oropesa. Según se indica, es una de las pocas fotografías que se conservan de esta forma específica de represión. Esta fuente nos permite reflexionar sobre una realidad histórica a menudo silenciada durante mucho tiempo: la represión franquista ejercida específicamente contra las mujeres.

Idea Principal y Secundarias de la Fotografía

En la fotografía se observan cuatro mujeres con la cabeza rapada, una de ellas sosteniendo a un niño pequeño en brazos, todas ellas posando, probablemente de manera forzada, para el fotógrafo.

La idea principal que transmite la imagen es clara: el escarnio público y la humillación a la que son sometidas estas mujeres. Dentro del contexto de la represión franquista, el rapado del pelo era un castigo infligido a mujeres acusadas de tener alguna vinculación —real o supuesta, y no necesariamente sentimental o política activa— con el bando republicano o con sus miembros. Podían ser mujeres republicanas, o simplemente familiares (madres, esposas, hijas, hermanas) de republicanos.

Como idea secundaria, la fotografía, acentuada por el blanco y negro, transmite un profundo dramatismo. Los rostros de las mujeres reflejan sufrimiento, resignación y, posiblemente, miedo, revelando la gravedad del momento que están viviendo y la incertidumbre sobre su futuro inmediato. Destaca la figura de la madre con su hijo en brazos, lo que subraya la crueldad de la represión, que no distinguía ni siquiera la maternidad reciente, y cómo las consecuencias afectaban a toda la familia.

Contexto de la Represión y Violencia de Género durante la Guerra y Posguerra

Durante la Guerra Civil (1936-1939), la represión fue brutal y generalizada en ambos bandos. En la zona republicana, especialmente durante los primeros meses de descontrol revolucionario, se persiguió a terratenientes, empresarios, miembros del clero y políticos de derechas, con episodios trágicos como las “sacas” de Paracuellos. En las zonas controladas por los sublevados franquistas, la represión fue sistemática y planificada desde el inicio, dirigida contra sindicalistas, políticos de izquierdas, intelectuales, maestros y funcionarios leales a la República, siguiendo las directrices del general Mola de ejercer una violencia extrema para aniquilar la oposición.

En 1938, Manuel Azaña pronunció su discurso Paz, Piedad y Perdón, haciendo un llamamiento a una paz dialogada que evitara la espiral de odio y la previsible represión sobre los vencidos. Sin embargo, Franco exigió una rendición incondicional y, al terminar la guerra, la represión franquista se institucionalizó y se extendió por todo el país. Se promulgaron leyes como la Ley de Responsabilidades Políticas (1939) y la Ley de Represión de la Masonería y el Comunismo (1940), que permitieron juzgar y condenar con carácter retroactivo a miles de personas por su vinculación con la República. Los delitos políticos fueron sometidos a la jurisdicción militar, y miles de personas fueron encarceladas, sometidas a trabajos forzados o exiliadas.

El llamado “terror caliente” de los primeros años de posguerra incluyó fusilamientos masivos y la existencia de campos de concentración. El “terror frío” se dirigió contra funcionarios, docentes y otros profesionales, que fueron depurados y separados de sus puestos. A pesar de la dura represión, hubo focos de resistencia: el PCE, la CNT y el PSOE mantuvieron una actividad clandestina muy limitada, surgieron algunos movimientos monárquicos de oposición y la guerrilla antifranquista del maquis actuó en zonas rurales. Con el paso de los años, a esta oposición se sumaron movimientos estudiantiles, el resurgimiento del nacionalismo vasco y catalán, la aparición del terrorismo de ETA y FRAP, y el movimiento obrero organizado en torno a las Comisiones Obreras (CCOO).

En los años 50 y 60, la represión política directa se atenuó en parte debido a la presión internacional y a la necesidad del régimen de mejorar su imagen exterior, pero no desapareció. En 1963 se creó el Tribunal de Orden Público (TOP), un tribunal especial para juzgar los delitos políticos, y la pena de muerte siguió aplicándose hasta prácticamente el final del régimen en 1975.

Las mujeres fueron víctimas específicas de la represión franquista, no solo por su ideología o actividad política, sino también por su género. En la España franquista, se utilizó el rapado de cabeza, la ingesta de aceite de ricino y el paseo humillante por las calles como castigos ejemplarizantes y formas de escarnio público, especialmente contra mujeres republicanas o familiares de republicanos. Muchas fueron detenidas, torturadas, violadas o abusadas sexualmente. Además, cargaron con el estigma social y la responsabilidad de sacar adelante a sus familias en un contexto de miseria y discriminación. Durante la Segunda República, las mujeres habían alcanzado importantes derechos (voto, divorcio, acceso a la educación y al trabajo), pero el franquismo les arrebató estas conquistas, relegándolas al papel tradicional de madres y esposas sumisas, un ideal promovido por la Sección Femenina de Falange. No fue hasta la Transición democrática que las mujeres recuperaron sus derechos y se empezó a investigar y recordar la memoria de las víctimas del franquismo, incluidas las mujeres represaliadas.

La Guerra Civil Española (1936-1939)

1. El Golpe de Estado y la Formación de los Bandos

La conspiración militar contra el gobierno del Frente Popular, vencedor de las elecciones de febrero de 1936, comenzó casi inmediatamente después de estos comicios. El general Emilio Mola fue el principal organizador (“el Director”) de un levantamiento militar violento y coordinado, cuyo objetivo era tomar rápidamente el poder mediante sublevaciones simultáneas en las principales guarniciones del país. El 17 de julio de 1936, estalló la sublevación en el Protectorado Español de Marruecos, extendiéndose a la península al día siguiente. Los sublevados triunfaron en algunas zonas predominantemente rurales y conservadoras como Navarra, Castilla la Vieja, Galicia y parte de Andalucía (como Sevilla, gracias a la acción de Queipo de Llano), pero fracasaron en su intento de controlar las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao) y las principales áreas industriales. Este fracaso parcial del golpe de Estado dividió a España en dos zonas y condujo a una larga y sangrienta Guerra Civil.

El bando sublevado (también llamado “nacional” o “franquista”) controló inicialmente las zonas agrarias y más conservadoras. Contó con el apoyo de la mayor parte de los oficiales del ejército (especialmente el experimentado Ejército de África), la Iglesia Católica, los grandes terratenientes, la alta burguesía y los grupos políticos de derechas (monárquicos, carlistas, falangistas). Justificaron la rebelión como una cruzada para salvar a España del comunismo, la anarquía y la desintegración nacional, y en defensa de la religión católica y los valores tradicionales.

El bando republicano (o “leal”) mantuvo el control de las grandes ciudades, las regiones industriales (Cataluña, País Vasco, Asturias) y amplias zonas del Mediterráneo y el centro. Contó con el apoyo de las clases trabajadoras urbanas y rurales, la pequeña burguesía, intelectuales y los partidos y sindicatos de izquierdas (socialistas, comunistas, anarquistas, republicanos de izquierda). La República contaba con el apoyo de aproximadamente la mitad del ejército y las fuerzas de seguridad que permanecieron leales, pero su ejército estaba inicialmente peor organizado y más fragmentado. Defendían la legalidad democrática de la Segunda República frente a la agresión militar.

2. La Dimensión Internacional de la Guerra Civil

El conflicto español se internacionalizó rápidamente debido al tenso contexto europeo de los años 30, marcado por el auge de los totalitarismos (fascismo en Italia, nazismo en Alemania, comunismo en la URSS) y la crisis de las democracias. Las principales potencias europeas (Reino Unido y Francia) impulsaron un Comité de No Intervención, con el objetivo de evitar la extensión del conflicto. Sin embargo, este pacto fue sistemáticamente incumplido por Alemania e Italia, que enviaron importante ayuda militar (armamento, aviación, tropas y asesores) al bando sublevado, liderado por Franco. Esta ayuda fue crucial para la victoria franquista.

La República, por su parte, solo recibió ayuda significativa, aunque limitada y costosa (pagada con las reservas de oro del Banco de España), de la Unión Soviética (URSS) y, en menor medida, de México. También contó con el apoyo de los voluntarios antifascistas de todo el mundo que formaron las Brigadas Internacionales. La ayuda alemana (con la Legión Cóndor, responsable del bombardeo de Guernica) e italiana (con el Corpo di Truppe Volontarie) fue decisiva para los sublevados. Para Hitler y Mussolini, la guerra en España sirvió como un campo de pruebas para su armamento y tácticas militares de cara a la inminente Segunda Guerra Mundial.

3. El Desarrollo Bélico de la Guerra

3.1. La Batalla de Madrid (otoño 1936 – marzo 1937)

El principal objetivo inicial de los sublevados era la rápida conquista de Madrid, capital de la República. Tras el fracaso en su avance directo por la sierra de Guadarrama, las tropas de Franco, reforzadas por el Ejército de África, intentaron tomar la ciudad. Sin embargo, la tenaz resistencia popular, organizada bajo el lema “¡No pasarán!”, y la llegada de los primeros auxilios soviéticos y las Brigadas Internacionales, permitieron que Madrid resistiera. Fracasados los intentos de asalto directo, Franco optó por rodear la capital con ofensivas en las batallas del Jarama (febrero de 1937) y Guadalajara (marzo de 1937), que también fueron contenidas por los republicanos. Madrid resistiría hasta el final de la guerra, a pesar de los intensos bombardeos aéreos.

3.2. La Caída del Norte (abril – octubre 1937)

Tras el fracaso en la toma de Madrid, Franco cambió de estrategia y centró sus esfuerzos en conquistar la franja cantábrica republicana (País Vasco, Santander y Asturias), una zona rica en recursos industriales y mineros, pero aislada del resto del territorio republicano. El País Vasco cayó en junio de 1937, tras una dura campaña que incluyó el tristemente célebre bombardeo de Guernica por la Legión Cóndor en abril. Posteriormente, fueron tomadas Santander (agosto) y Asturias (octubre). La conquista del Norte supuso un duro golpe para la República, que perdió importantes recursos industriales y humanos, y permitió a Franco concentrar sus fuerzas en otros frentes.

3.3. La Ofensiva hacia el Mediterráneo, Teruel y la Batalla del Ebro (finales 1937 – noviembre 1938)

A finales de 1937, la República lanzó una ofensiva sorpresa y logró tomar Teruel en pleno invierno (diciembre de 1937 – enero de 1938), pero la ciudad fue recuperada rápidamente por los franquistas en febrero de 1938, tras una sangrienta batalla. A continuación, Franco lanzó una potente ofensiva en el frente de Aragón (marzo-abril de 1938) que logró romper las líneas republicanas y llegar al mar Mediterráneo por Vinaroz (Castellón), dividiendo así el territorio republicano en dos (Cataluña quedó aislada del resto de la zona republicana: Valencia y la zona centro-sur). En un último intento desesperado por cambiar el curso de la guerra y reconectar las dos zonas, el ejército republicano lanzó la Batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938). Fue la más larga, masiva y sangrienta de toda la guerra, y aunque los republicanos lograron inicialmente algunos avances, la superioridad material franquista se impuso. La derrota republicana en el Ebro agotó sus últimas reservas humanas y materiales, sentenciando prácticamente el final de la guerra.

3.4. La Ofensiva sobre Cataluña y el Fin de la Guerra (diciembre 1938 – abril 1939)

Tras la derrota en el Ebro, en diciembre de 1938, los franquistas lanzaron la ofensiva final sobre Cataluña, que se encontraba exhausta y desmoralizada. La resistencia fue escasa y Barcelona fue ocupada el 26 de enero de 1939. Esto provocó un éxodo masivo de población civil y militar hacia la frontera francesa (la Retirada). En la zona centro-sur, última área bajo control republicano, la situación era desesperada. En marzo de 1939, el coronel Segismundo Casado protagonizó un golpe de Estado en Madrid contra el gobierno de Juan Negrín (partidario de resistir hasta el final), con el objetivo de negociar una paz con Franco que evitara más sufrimientos. Sin embargo, Franco solo aceptó la rendición incondicional. Las tropas franquistas entraron en Madrid el 28 de marzo sin apenas resistencia. El 1 de abril de 1939, Franco emitió el último parte de guerra, declarando oficialmente el fin de la contienda y su victoria.

4. Consecuencias de la Guerra Civil

La sublevación militar de julio de 1936 dio lugar a casi tres años de una cruenta Guerra Civil que dejó profundas secuelas en España. Las consecuencias fueron devastadoras:

  • Demográficas: Cientos de miles de muertos (en combate, por la represión en ambas retaguardias, bombardeos, hambre y enfermedades), un descenso de la natalidad y un masivo exilio republicano (cerca de medio millón de personas huyeron del país al finalizar la guerra).
  • Económicas: Destrucción de infraestructuras, viviendas, tejido industrial y agrícola; pérdida de reservas financieras; y un enorme endeudamiento. La economía española tardaría décadas en recuperarse.
  • Políticas: El fin de la Segunda República y la instauración de una dictadura personalista y autoritaria, el franquismo, que se prolongó durante casi cuarenta años (1939-1975). Supuso la supresión de las libertades democráticas, la prohibición de los partidos políticos y sindicatos, y una dura represión contra los vencidos.
  • Sociales y Morales: Una sociedad profundamente dividida y traumatizada por el odio y la violencia. La guerra dejó un legado de miedo, silencio y rencor que marcó a varias generaciones. La cultura española sufrió un grave retroceso con el exilio o la muerte de muchos intelectuales y artistas.

La intervención de potencias extranjeras fue decisiva: la ayuda de la Alemania nazi y la Italia fascista a los sublevados, junto con la política de no intervención de las democracias occidentales que perjudicó gravemente a la República, inclinaron la balanza militar a favor del bando franquista. El conflicto español es considerado por muchos historiadores como un preludio o un ensayo general de la Segunda Guerra Mundial.

La Dictadura Franquista (1939-1975): Fundamentos, Evolución y Sociedad

1. Fundamentos Ideológicos y Apoyos Sociales del Régimen

La dictadura de Francisco Franco (1939-1975) fue un régimen político de carácter personalista, autoritario, antidemocrático y antiliberal. Se basó en la concentración de todos los poderes en la figura del Caudillo (Franco), un férreo control social y la represión de cualquier tipo de disidencia. Sus rasgos ideológicos fueron una mezcla de tradicionalismo católico, nacionalismo español unitario y centralista, militarismo, anticomunismo y antiparlamentarismo, con elementos inspirados en el fascismo, especialmente en sus primeros años.

1.1. Las “Familias” del Régimen

Franco, hábil en el manejo de los equilibrios de poder, se apoyó en distintos sectores sociales e ideológicos para construir y mantener su dictadura, conocidos como las “familias del régimen”:

  • El Ejército: Fue el pilar fundamental y la columna vertebral del régimen. Garantizó el orden público y la defensa de la dictadura, y proporcionó gran parte del personal político y administrativo. Su ideología era predominantemente nacionalista, centralista y anticomunista.
  • La Falange Española Tradicionalista y de las JONS (FET y de las JONS): Fue el partido único del régimen, creado en 1937 por la unificación forzosa de Falange Española y los carlistas, aunque siempre estuvo subordinado a la autoridad de Franco. Promovía el nacionalsindicalismo, con sindicatos verticales (la Organización Sindical Española) que encuadraban obligatoriamente a empresarios y trabajadores. También se encargó del adoctrinamiento social a través de organizaciones como la Sección Femenina (para las mujeres) y el Frente de Juventudes (para los jóvenes), y de la difusión de la ideología oficial a través de la asignatura de Formación del Espíritu Nacional en las escuelas.
  • La Iglesia Católica: Fue una gran aliada del régimen, al que legitimó ideológicamente, considerando la Guerra Civil como una “cruzada” en defensa de la fe. A cambio, la Iglesia recuperó y amplió sus privilegios, controlando la educación, la censura y la moral pública. Esta estrecha relación dio lugar al nacionalcatolicismo.
  • Grupos Monárquicos: Principalmente los alfonsinos (partidarios de Don Juan de Borbón, hijo de Alfonso XIII) y los carlistas. Apoyaron a Franco con la esperanza de una pronta restauración monárquica, aunque esta se postergó durante décadas hasta la designación de Juan Carlos I como sucesor.
  • La Élite Económica y Social: Terratenientes, empresarios, industriales y financieros que recuperaron su hegemonía social y económica tras la guerra y se beneficiaron de la política del régimen. También contó con el apoyo o la pasividad de amplias capas de las clases medias y bajas, especialmente en las zonas rurales y más conservadoras, que valoraban el orden y la estabilidad tras los convulsos años de la República y la guerra.

1.2. Evolución Política del Franquismo

La dictadura franquista no fue un sistema monolítico e inmutable, sino que atravesó diferentes etapas, adaptándose a las circunstancias internas y, sobre todo, al cambiante contexto internacional.

Etapa Totalitaria con Hegemonía de Falange (1939-1945)

Los primeros años de la dictadura estuvieron marcados por la influencia de la Falange y la sintonía con las potencias fascistas (Alemania e Italia), victoriosas en Europa en ese momento. Se llevó a cabo una brutal represión contra los vencidos. Se crearon las Cortes Españolas (1942), un órgano consultivo y no democrático, cuyos miembros (procuradores) eran designados por el régimen y no elegidos. España se declaró oficialmente neutral en la Segunda Guerra Mundial, pero colaboró activamente con la Alemania nazi, llegando a enviar la División Azul (1941-1943), una unidad de voluntarios, a luchar contra la Unión Soviética en el frente oriental. En 1943, con el giro desfavorable de la guerra para las potencias del Eje, Franco comenzó a distanciarse de ellas y España volvió a una neutralidad más estricta.

Aislamiento Internacional y Predominio del Nacionalcatolicismo (1945-1957)

Con la derrota de Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial (1945), el régimen franquista, por su pasado filofascista, sufrió un fuerte aislamiento internacional. La ONU condenó la dictadura en 1946 y recomendó la retirada de embajadores. Para sobrevivir, Franco potenció el carácter católico, conservador y anticomunista de su régimen, buscando distanciarse del fascismo derrotado. Internamente, se aprobaron una serie de Leyes Fundamentales para institucionalizar el régimen y darle una apariencia de legalidad, como el Fuero de los Españoles (1945, una suerte de declaración de derechos y deberes supeditada a los principios del régimen) y la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado (1947), que definía a España como un reino (aunque sin rey designado) y permitía a Franco nombrar a su sucesor. A partir de los años 50, en el contexto de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS, el acérrimo anticomunismo de Franco facilitó su progresivo acercamiento al bloque occidental. Esto se materializó en los Pactos de Madrid con Estados Unidos (1953), que permitieron la instalación de bases militares americanas en territorio español a cambio de ayuda económica y militar, y el Concordato con la Santa Sede (1953), que consolidó los privilegios y la influencia de la Iglesia Católica en España. En 1955, España fue admitida en la ONU. Hacia 1956-1957, una grave crisis económica y las primeras protestas estudiantiles significativas en las universidades llevaron a una importante remodelación del gobierno y la entrada de los llamados tecnócratas.

La Tecnocracia y el Desarrollismo Económico (1957-1969)

Esta etapa estuvo marcada por la creciente influencia de los ministros tecnócratas, muchos de ellos vinculados a la organización católica Opus Dei. Estos nuevos dirigentes priorizaron la modernización económica y la racionalización administrativa sobre los aspectos más puramente ideológicos. Se aprobó la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958), que actualizaba y fijaba los fundamentos ideológicos inmutables del régimen, y la Ley Orgánica del Estado (1967), que intentaba dar una apariencia de mayor institucionalización y separación de funciones, aunque manteniendo intacto el poder de Franco. En 1969, Franco designó como su sucesor a título de rey a Don Juan Carlos de Borbón, nieto de Alfonso XIII. Durante esta etapa, la lucha de poder entre las diferentes “familias” del régimen (tecnócratas, inmovilistas falangistas y aperturistas) se intensificó, especialmente con el escándalo Matesa (1969), un caso de corrupción financiera que implicó a varios ministros tecnócratas y provocó una crisis de gobierno. En política exterior, España aceptó la independencia de Guinea Ecuatorial (1968) y cedió el enclave de Ifni a Marruecos (1969), pero intentó mantener el control sobre el Sáhara Occidental.

Crisis Final del Régimen y Agonía (1969-1975)

Los últimos años del franquismo estuvieron marcados por una creciente inestabilidad y el debilitamiento progresivo del régimen. El almirante Luis Carrero Blanco, hombre de la máxima confianza de Franco y garante de la continuidad del régimen, fue nombrado vicepresidente (1967) y luego presidente del gobierno (junio de 1973), representando la línea más inmovilista. En 1970 se aprobó la Ley General de Educación (Ley Villar Palasí), que supuso una importante reforma y modernización del sistema educativo español. Sin embargo, el régimen se vio cada vez más acosado por múltiples frentes: la creciente conflictividad social y laboral (huelgas obreras), el auge del terrorismo (especialmente de ETA, que asesinó a Carrero Blanco en un atentado en diciembre de 1973), el fortalecimiento de la oposición política clandestina (demócratas, nacionalistas, comunistas), las críticas internacionales y las divisiones internas entre los partidarios de una tímida apertura (aperturistas) y los defensores a ultranza del régimen (el “búnker”). En 1974, Carlos Arias Navarro, sucesor de Carrero Blanco como presidente del gobierno, intentó una tímida apertura política (el llamado “espíritu del 12 de febrero”), que fracasó rápidamente por las resistencias de los sectores más inmovilistas y la falta de credibilidad. La crisis económica mundial de 1973 (la crisis del petróleo) afectó gravemente a España. La caída de las dictaduras en Portugal (Revolución de los Claveles, abril de 1974) y Grecia (julio de 1974) aislaron aún más al régimen español. En 1975, aprovechando la enfermedad terminal de Franco, Marruecos organizó la Marcha Verde para ocupar el Sáhara Occidental, lo que supuso la pérdida de la última colonia española importante. Francisco Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Dos días después, el 22 de noviembre, Juan Carlos I fue proclamado rey de España ante las Cortes franquistas, abriéndose así el camino hacia la Transición democrática.

2. Conclusión sobre la Dictadura Franquista

El franquismo, que se extendió durante casi cuarenta años, fue una dictadura personalista y autoritaria que marcó profundamente la historia de España en el siglo XX. Evolucionó desde un modelo con fuertes rasgos totalitarios y predominio falangista en sus inicios, hacia un régimen autoritario con un fuerte componente católico y, finalmente, un modelo tecnocrático en los años 60 que impulsó un notable desarrollo económico, aunque manteniendo intactas sus estructuras represivas y la ausencia de libertades. La Guerra Fría permitió su paulatina integración en el bloque occidental, pero en los años 70, las crecientes contradicciones internas, la oposición social y política, y un contexto internacional cambiante debilitaron profundamente el régimen. La muerte de Franco en noviembre de 1975 marcó el fin de la dictadura y el inicio de un complejo pero exitoso proceso de transición hacia la democracia en España.

Sociedad y Economía en el Franquismo: De la Autarquía al Desarrollismo

1. La Autarquía y los “Años del Hambre” (1939 – finales de los 50)

Tras la devastación de la Guerra Civil, España se encontraba en una situación económica y social catastrófica: producción agrícola e industrial hundida, infraestructuras destruidas, escasez de capital y reservas financieras agotadas. En este contexto, el régimen franquista impuso una política económica autárquica, basada en la autosuficiencia nacional, el autoabastecimiento y un fuerte intervencionismo estatal, con el objetivo de reducir al mínimo la dependencia del exterior. Esta política, unida al aislamiento internacional de España tras la Segunda Guerra Mundial, agravó la crisis y prolongó las penalidades de la población.

Se controlaron férreamente las importaciones y exportaciones, lo que encareció los productos esenciales y generó una profunda escasez de alimentos, materias primas y bienes de consumo. Se creó el Instituto Nacional de Industria (INI) en 1941 para impulsar desde el Estado la creación de empresas en sectores estratégicos considerados vitales para la “reconstrucción nacional” y la defensa (energía, siderurgia, química, construcción naval), pero con resultados a menudo limitados por la falta de recursos, la ineficiencia y la corrupción. La agricultura, descapitalizada, desorganizada y sometida a precios intervenidos, no lograba satisfacer las necesidades de la población, lo que provocó un grave desabastecimiento de alimentos y los llamados “años del hambre”, especialmente duros durante la década de 1940. Se impuso el racionamiento de productos básicos mediante cartillas, que duró oficialmente hasta 1952, y como consecuencia directa, surgió y se extendió un amplio mercado negro (estraperlo), donde se podían conseguir productos racionados a precios desorbitados. La falta de vivienda digna, energía y bienes de consumo básicos agudizó la crisis social y el sufrimiento de la mayoría de la población española durante más de una década.

2. El Plan de Estabilización y el “Milagro Económico” del Desarrollismo (1959-1973)

España quedó excluida del Plan Marshall debido a su aislamiento político y a la naturaleza no democrática del régimen. Sin embargo, a partir de los acuerdos con Estados Unidos en 1953, comenzaron a llegar ayudas económicas y créditos que aliviaron parcialmente la situación. A finales de los años 50, la situación de crisis económica y el riesgo de suspensión de pagos eran insostenibles, lo que llevó al gobierno, bajo la influencia de los ministros tecnócratas, a promulgar el Plan de Estabilización de 1959. Este plan supuso un giro radical en la política económica, abandonando la autarquía y apostando por la liberalización económica y la apertura gradual al exterior. Sus principales medidas incluyeron la devaluación de la peseta para hacerla convertible y fomentar las exportaciones, la reducción del gasto público, la reforma fiscal, la liberalización de precios e inversiones, y el fomento de la inversión extranjera.

Aunque las medidas del Plan de Estabilización provocaron inicialmente una recesión económica y un aumento del desempleo (lo que impulsó la emigración), a partir de 1961 se inició una etapa de espectacular y sostenido crecimiento económico, que se prolongó hasta la crisis del petróleo de 1973. Este periodo es conocido como el “milagro económico español” o los años del desarrollismo. Para planificar y orientar este crecimiento, se implementaron los Planes de Desarrollo Económico y Social (a partir de 1964), que eran de carácter indicativo y buscaban fomentar la inversión en sectores clave y en los llamados “polos de desarrollo” industrial. Este rápido crecimiento se basó en tres pilares fundamentales: el boom del turismo masivo procedente de Europa, las remesas de divisas enviadas por los emigrantes españoles que trabajaban en otros países europeos, y la inversión de capital extranjero, atraído por los bajos costes laborales y las oportunidades de negocio. La industria se modernizó y diversificó, y el PIB creció a tasas muy elevadas. Sin embargo, el desarrollo fue geográficamente desigual, beneficiando principalmente a las regiones más industrializadas y turísticas (Madrid, Cataluña, País Vasco, Levante, Baleares, Canarias), mientras que otras zonas, especialmente del interior y rurales, quedaron rezagadas, acentuando los desequilibrios territoriales.

Desde 1973, la crisis mundial del petróleo (que encareció drásticamente la energía) y la creciente inestabilidad política interna (asesinato de Carrero Blanco, agonía del régimen) marcaron el fin de esta etapa de alto crecimiento económico y el inicio de una nueva y profunda crisis económica que coincidiría con la Transición democrática.

3. Transformaciones Sociales en los Años 60 y Principios de los 70

El intenso crecimiento económico y la progresiva, aunque limitada, apertura al exterior durante los años 60 y principios de los 70 impulsaron profundos y acelerados cambios sociales en España, transformando un país predominantemente rural y tradicional en una sociedad urbana e industrializada, más cercana a los estándares europeos.

  • Cambio en la estructura productiva y éxodo rural: La industria y, sobre todo, el sector servicios (turismo, comercio, banca) reemplazaron a la agricultura como principales sectores de la economía en términos de empleo y aportación al PIB. Esto provocó un masivo y continuo éxodo rural: millones de personas emigraron del campo, donde las condiciones de vida eran muy duras y las oportunidades escasas, hacia las ciudades industriales (Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia) o hacia las nuevas zonas turísticas de la costa mediterránea y las islas.
  • Emigración a Europa: Paralelamente al éxodo rural interno, cientos de miles de españoles (más de un millón entre 1960 y 1973) emigraron a países europeos más desarrollados (principalmente Alemania, Francia, Suiza) en busca de trabajo y mejores salarios. Esta emigración masiva alivió el desempleo interno y se convirtió en una importante fuente de ingresos para el país gracias a las remesas de divisas que enviaban los emigrantes a sus familias.
  • Crecimiento demográfico y urbanización acelerada: Se produjo un notable crecimiento de la población, impulsado por el llamado baby boom (un aumento significativo de la natalidad, especialmente entre finales de los 50 y mediados de los 60). Las ciudades crecieron de forma muy rápida y, a menudo, desordenada, con la proliferación de barrios periféricos con deficientes infraestructuras y servicios. Este crecimiento demográfico y urbano obligó a mejorar las infraestructuras sanitarias y educativas. Se aprobó la Ley General de Educación de 1970 (Ley Villar Palasí), que extendió la escolarización obligatoria, y la Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963, que modernizó y amplió la cobertura sanitaria y las pensiones.
  • Mejora del nivel de vida y surgimiento de la sociedad de consumo: El nivel de vida de la mayoría de los españoles mejoró significativamente. Aumentó la renta per cápita y se extendió el acceso a bienes de consumo duradero como electrodomésticos (frigorífico, lavadora, televisor) y automóviles (el SEAT 600 se convirtió en un símbolo de esta nueva capacidad de consumo). La televisión, aunque controlada y censurada por el régimen, se popularizó enormemente y se convirtió en un importante vehículo de información (oficial), entretenimiento y homogeneización cultural. Nació así la sociedad de consumo en España.
  • Cambios en la mentalidad, los valores y las costumbres: El contacto con millones de turistas extranjeros, las experiencias de los emigrantes retornados y la influencia de los medios de comunicación contribuyeron a una lenta pero progresiva modernización de las costumbres, la mentalidad y los valores sociales, especialmente entre las generaciones más jóvenes y en las zonas urbanas. Se produjo una cierta relajación de las normas morales tradicionales impuestas por el nacionalcatolicismo. La mujer comenzó a incorporarse de forma más visible al mundo laboral y educativo, aunque seguía supeditada a un marco legal y social profundamente discriminatorio. Crecieron y se consolidaron las clases medias urbanas, con nuevas aspiraciones educativas, culturales y, eventualmente, políticas.

4. Conclusión sobre la Sociedad y Economía Franquista

La política autárquica y el aislamiento internacional de los primeros años del franquismo sumieron a España en la miseria y el atraso. Sin embargo, a partir de los años 60, el desarrollismo económico, impulsado por la apertura al exterior y factores como el turismo, las remesas de los emigrantes y la inversión extranjera, transformó radicalmente la estructura económica y social de España. El país se modernizó, se industrializó y se urbanizó a un ritmo vertiginoso, acercándose a los niveles de vida y consumo de los países de su entorno europeo. A pesar de este notable progreso material, persistieron importantes desequilibrios sociales (desigualdad en la distribución de la renta) y territoriales (entre regiones industrializadas y prósperas, y una España rural y agrícola que se despoblaba, dando origen al fenómeno de la “España vaciada”). La modernización económica y el cambio social, junto con la pervivencia de un régimen político autoritario y la falta de libertades, generaron tensiones y contradicciones crecientes que prepararon el terreno para el final de la dictadura y la llegada de la democracia tras la muerte de Franco.